jueves, 6 de febrero de 2014


¿VIVIR EN EL MUNDO SIN SER DEL MUNDO?

En la reflexión pasada toqué el tema de cómo dedicar más tiempo al espíritu, ya que no somos solo carne, y la importancia de la Eucaristía, las bendiciones del Santo Rosario, la transformación de un corazón humano frente al misterio de Jesús Sacramentado, la sanación interior y física cuando recurrimos al Sacramento de la Reconciliación, el cambio de una persona cuando pone en práctica la palabra de Dios o cuando escucha cantos de alabanza o cantamos al Señor. Sin embargo, esto no debe convertirse en un fin único para llegar a la Santidad, claro que no, son medios que nos ayudan a lograr y a avanzar hacia la Santidad. Si lo convertimos en una forma de vida, seguramente estaremos viviendo en Gracia del Señor (protegidos, rodeados de su amor y misericordia), pero no podemos asegurar, que seremos Santos. Cada persona es diferente, cada ser humano tiene un nombre ante el Todopoderoso, somos únicos e irrepetibles ante Dios.
Asistir a la Santa Misa, por ejemplo, vivirla a plenitud, interiorizar la palabra, comer y beber el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor, deja una semilla en cada uno de nosotros, no se puede llegar a la casa de Dios, participar en la cena del Señor y salir idénticamente iguales que cuando entramos. Si vivimos la Eucaristía con respeto, al menos apagando el celular, concentrándonos y abriendo nuestro corazón, el Señor va haciendo su obra en cada uno.
Dios nos habla a través de su palabra, nos habla en el silencio, nos demuestra su amor en cada encuentro que tenemos con ÉL. Pero, si nosotros no le abrimos la puerta, procuramos escucharlo, bajamos la cabeza y reconocemos nuestros errores y nuestros pecados, todo esto pasará en vano y se convertirá solo en prácticas o simples rituales. Se quedará en rezos, repeticiones de palabras sin sentido. Dialogar con el Señor a conciencia, con alguna de estas oraciones, hacen la diferencia, y tú corazón lo siente. Comienzas a ser luz.

Cuando toco este tema, llega a mi mente la palabra conversión, y para muchos es un término que significa sacrificio, trabajo, pero visto desde la iglesia es un llamado para cambiar nuestro corazón, aprender a amar a nuestro prójimo, ser felices pero de adentro hacia afuera, no con las cosas que nos rodean, que nos ofrece el mundo. En una palabra “Estar en el Mundo sin ser del Mundo”. Nuestro Señor dice en las Sagradas Escrituras: “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del padre no está en él. Pues de toda la corriente del mundo, la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos y la arrogancia de los ricos, nada viene del padre, sino del mundo. Pasa el mundo con todas sus codicias, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1Juan 2 vers.15-17).
El mundo nos ofrece tantas cosas que muchas veces nos dejamos engañar, si, engañar del mal, cuyo propósito es alejar los corazones de los hombres de Dios y evitar que hagamos su voluntad. La sociedad nos ofrece cosas y opciones atractivas y llamativas para que solo pensemos que los placeres de la carne, los triunfos, el dinero, la fama, idolatrías como el trabajo, reconocimientos, felicidades momentáneas e infinidad de vivencias banales, sean para nosotros la prioridad, es más, nos hace creer que somos los arquitectos de nuestra propia existencia y que no necesitamos de un ser Supremo. Nos enceguece el mundo (sociedad) para que no tengamos tiempo de pensar. En las Sagrada Biblia Dios nos reitera: “Ya les he dicho muchas veces, y ahora se los repito con lágrimas, que hay muchos que están viviendo como enemigos de la cruz de Cristo y que acabarán por ser destruidos. Su Dios son sus propios apetitos y sienten orgullo de lo que debería darles vergüenza. Solo piensan en las cosas de este mundo”. (Flp Cap 3 Vers 17-19).

La conversión se logra todos los días. Es un cambio que va creciendo en nosotros a medida que vamos comprendiendo que Dios quiere que tengamos una vida plena, en todo sentido. Convertirnos, es encontrarnos a través de la Fe con ese ser Supremo que nos quiere mejores y más humanos, que nos transforma con su amor, con su compañía porque Él es un ser vivo, con su misericordia y que nos ofrece siempre nuevas posibilidades de ver y vivir en el mundo, pero sin esclavizarnos de lo terrenal. Por esto, convertirnos implica estar alertas, nunca es tarde, como nunca es tarde para amar, para ser realmente felices, con las cuentas saldadas, para perdonar, y dejarnos perdonar por Dios.
Muchas veces pasamos la vida tratando de buscar más y más maneras de suplir necesidades materiales y satisfacciones humanas, pero nunca, mejor dicho muy pocas veces, nos damos el espacio para trabajar en nuestra alma, en nuestro espíritu y encontrar el sentido y la necesidad de ser salvos. Podemos ayudar a nuestra propia salvación y con nuestras acciones y oraciones a que otros se salven, especialmente  los seres que conforman nuestro entorno, nuestra vida como el esposo(a), hijos(hijas), papá, mamá, hermanos y demás personas que el Señor coloca en nuestro camino, en nuestra historia.

¿DESEAS QUE TÚ ALMA SE SALVE?