miércoles, 12 de marzo de 2014


¡CREA EN MÍ, OH DIOS, UN CORAZÓN PURO!

 
Cuando se escribe sobre Dios no es tarea fácil, todo lo contrario, manifestar la grandeza del Señor muchas veces cuesta y cuesta cuando te calumnian, cuando te juzgan, cuando te califican como fanático o refugiado en un  Dios para encontrar una excusa por la circunstancia que estás viviendo. O, simplemente, te conviertes en la comidilla de los que creen que te pueden señalar para recordarte que te equivocas y que aún no eres del todo Santo, como lo pretendes. Pero, qué grande y que maravilloso es encontrar y poder hablar de ese ser Supremo cuando muchas veces a través del dolor, del sufrimiento, de una enfermedad o solo por  nuestras propias miserias, Él, el Todopoderoso se manifiesta en nuestra vida, y nos sale al paso, al encuentro, con los brazos abiertos, entregándonos lo más grande; el perdón, el amor y por supuesto su misericordia.

Tuve tiempo de reflexionar sobre lo último que escribí, lo leí varias veces, “Estar en el mundo sin ser del mundo”. Y recordaba que hace algunos años, esta frase era muy confusa para mí, no la entendía en su dimensión, pensaba que era un poco contradictoria, y por ende vivía más en ese mundo de pecado, de engaño, de egoísmo, ambición, rivalidad, de querer cosas y dejarme llevar por los afanes del reconocimiento, del poder, del tener siempre la razón, de imponer siempre mi voluntad, primero, claro está, que la Voluntad del Señor. Mi fe no era firme, todo lo contrario, se movía como el viento y reposaba en la ilusión de pertenecer a una Comunidad Católica y por supuesto para mí, todo estaba resuelto espiritualmente. Que tan equivocada estaba. Busqué todo el tiempo en el exterior, por fuera de mi ser, más nunca me detuve a buscar en mi propio yo, en mirar hacia adentro, en la esencia de mis creencias, de mis actuaciones, en la verdad de mi corazón.

La Comunidad sigue allí, estructurada y sabia. Pero yo en cambio, me desboroné. Me volví polvo, porque mis cimientos eran débiles. Mi amor por Dios tibio, poco serio, creía vivir y tener la absoluta verdad. Pasaba mi existencia matando, sí, matando con la lengua, con una mala mirada, con un mal pensamiento, con la crítica, con la habladuría, con la banalidad de mis actuaciones y con la vanidad de mí ser. Un día todo se derrumbó, como dice una canción, el mundo se me vino encima, el orgullo fue el más maltratado y la soberbia la más pisoteada. El absoluto desamor llegó a mi vida, y sentí morir: La persona que más amaba en ese momento  y con la que había construido un proyecto de vida, me dijo; ya no te amo, se acabó. Y, entonces llegó la realidad y tocó a mi puerta, llegó el dolor y me revolcó, llegaron todas esas bacterias del pecado y me pasaron su cuenta de cobro.” Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame de mi pecado.”(Salmo 51)
Ese encuentro con uno mismo y de esa manera no tiene límites. Es absolutamente escabroso. Es ahondar en la confrontación con uno mismo y créanme, no es nada cómodo. Nada sencillo es hacer una radiografía de tu propia existencia, de tu caminar, de tus errores, de tus aciertos. No es fácil reconocer que Dios existe en ti, que es un Ser vivo. No es agradable sentirse pequeño, pisoteado, con todas las seguridades en el limbo.  Darse cuenta del daño que hiciste a tu paso, o ser conscientes de cuanto y quienes te hicieron también a ti daño, de repente creando heridas inmensas en tu corazón, heridas que dejaron un hueco hondo, por dónde salió la sabiduría, el verdadero amor, la verdad, y quedó solo un corazón maltratado, humillado, golpeado, contaminado, lleno de basura.

En qué momento la soledad golpea a tú vida, en que momento te puedes encontrar frente al espejo y ver tu realidad latente, en qué momento se puede desnudar tú alma, acabar tus seguridades, y en qué momento eres capaz de decir, Sí; “Señor mi Dios, aquí estoy, postrado a tus pies, de rodillas, gritando ,clamando tú perdón, pidiendo tú ayuda, tu compasión, porque no puedo, no puedo continuar con lo que estoy atravesando, no puedo ponerme de pie, no soy nada ni nadie sin ti”. Te acepto y te reconozco en mi vida. ¡Perdón, perdón por mis pecados, perdón por mi oscuridad, perdón por tanto daño, por tanto dolor que te causé, perdón y misericordia mi Señor!....”Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.”(Mateo cap.12 Vers. 28-30).

El momento no lo sabemos. El día o la hora tampoco. Dios nos llama y nos llama por nuestro nombre,no solo a la hora de la muerte, todo el tiempo, pero nosotros tenemos libertad para aceptarlo o dejarlo que siga llamando una, dos o hasta tres veces. De pronto ya no llamará más y habremos perdido esa gran oportunidad de seguirlo, de seguir sus caminos, de seguir la verdad, de encontrar la verdadera paz y la verdadera felicidad.  Aquí empieza mi historia y mi encuentro con ese Ser Supremo….

¿Tu historia ya inició, te has encontrado con el Todopoderoso, le has abierto la puerta de tú corazón cuando te ha llamado?