¡ABANDONARME EN TI…VERDADERA PROEZA!
En los últimos días, el tema del Amor de Dios, del Padre, y por ende el
de su Hijo, Jesucristo, ha llegado a mis oídos como ráfagas impregnadas de
razones para dejarme envolver en lo espiritual, en lo que me llena de paz, de
regocijo, de paciencia, perseverancia y esperanza ante lo que desea mi corazón.
Escucho palabras, testimonios, homilías y todas me dicen: “si supieras el Amor
tan Infinito que tiene Nuestro Señor para ti, no dudarías, ni por un instante,
en abandonarte completamente en sus manos, en su voluntad, en su plan, en su
conocimiento de querer lo mejor para tú vida, para tú historia”. ¿Quién nos
podrá entonces apartar del amor de Dios? “También sabemos que Dios dispone todas
las cosas para bien de los que lo aman, a quienes Él ha escogido y llamado”. (Romanos
Cap.8 Ver.28).
De todas formas, muchas veces, está tan cerrado nuestro corazón que las
cosas del mundo nos arrebatan la Gracia de permanecer en Dios. Así es, nos
envuelven poco a poco, nos llenan de ruidos, de razones humanas, de placeres
netamente carnales, de alegrías efímeras y muchas cosas más. Y lo peor de todo,
un día sin darnos cuenta, nos encontramos sin Fe. Sí, se habrá perdido,
desdibujado, opacado. Lo más triste, es que resultamos viviendo bajo nuestras
propias fuerzas y lo que es peor, creyendo que nosotros mismo somos capaces de
enfrentar la vida, dudamos hasta de un Ser Supremo y de sus Designios. Ya que
llega a ser tan grande nuestra ceguera espiritual, nuestro ego, que nosotros
mismos nos creemos súper héroes, que no necesitamos de nada ni de nadie y mucho
menos de encontrar un camino espiritual, de repente aquel, o el único que al
final nos podrá proporcionar la salvación, la vida eterna.
Jesús mismo, cuando estuvo aquí en la tierra, sintió la necesidad de
retirarse a orar, alejado de la gente, del bullicio, de las palabras que oía
aquí y allá. Y lo hizo varias veces, necesitó tener ese encuentro personal con
el Padre para llenarse de nuevo de su sabiduría, para retomar fuerzas y seguir
por el camino trazado, para asegurarse de limpiar su corazón y llenarlo
únicamente del amor de Dios. “En aquellos días Jesús se fue a orar a un
cerro y pasó toda la noche en oración con Dios. Al llegar el día llamó a sus
discípulos y escogió a doce de ellos” (Evangelio de san Lucas Cap. 6
Ver. 12-13).
Eso mismo deberíamos hacer nosotros, huir por momentos, por días o
por horas, de todo aquello que nos roba la paz. Escapar de las tentaciones, de
lo que nos puede hacer caer en pecado, de lo que puede lograr que desviemos nuestros senderos,
o los planes que Nuestro Señor y bajo nuestra propia libertad hemos elegido. Escapar
de lo que nos arrebata la verdadera felicidad. Hacer un stop de la vida agitada
y añorar ese momento de contemplación, de escucha, de amor con el Todopoderoso.
Es sentirse enamorado. Es correr para escuchar su palabra, es planear ese
encuentro con el amado, sacar tiempo que no tenemos, cambiar prioridades.
En la medida que lo vamos conociendo va creciendo más el Amor, el apego,
la necesidad de escucharlo, de sentirlo a nuestro lado, de sentir su presencia,
su misericordia, su ternura. Me atrevería a asegurar que es más fuerte que el
primer amor de nuestra existencia, ya que no se siente solo la plenitud de lo
humano, sino que sentimos muy adentro del alma, de las entrañas, algo que nos
hace vibrar y sentir la vida sin límites.
Es un Amor perfecto, es un Amor que lo llena todo, que cubre todo, que
es suficiente.
Para Dios no hay pasos hay procesos. Y todo ese descubrir, decir sí,
abrir el corazón, perdonar, sanar, reparar, darle prioridad a la vida
espiritual, es un camino. Es un caminar
en el que tú tienes libre albedrío, otras veces, las circunstancias de
la vida hacen que encuentres a ese Ser Superior. Pero siempre, Él Todopoderoso
nos llama, golpea a la puerta. Luego de ese enamoramiento, necesariamente tiene
que haber un cambio en nuestras vidas y esto no es tarea fácil. Es
levantarnos y encontrarnos con los
mismos errores, con los mismos estados de ánimo, con el mismo carácter, con los
mismos apegos, pecados, con las mismas terquedades y pequeñeces. No es sencillo,
pero tampoco es imposible. Dios escribe sobre renglones torcidos y luego los
moldea. Así pasa con nosotros, lo seres humanos, su Creación. Somos como
vasijas de barro que van adquiriendo
nuevas formas y estructuras sólidas y fuertes cuando entregamos nuestra
voluntad para que El Señor haga la suya. La que más nos conviene, la que él
creó para nosotros.
Concluyo esta reflexión con un pequeño aparte del libro del teólogo, Alessandro Pronzato “La provocación de Dios:
“Toda aventura humana pasa por la prueba de la provisionalidad. Por eso es
necesario despojarse de las apariencias, purificarse de lo efímero y reducir la
vida a lo esencial. Es necesario encontrarse consigo mismo. Y precisamente el
cara a cara consigo mismo es preludio del compromiso con Dios y con los
hermanos. El corazón humano, pues, no se puede obstruir. Ha de quedar libre
para que Dios pueda hablarle y seducirle. Y el hombre volverá a amar"...