domingo, 18 de mayo de 2014

¡ABANDONARME EN TI…VERDADERA PROEZA!



En los últimos días, el tema del Amor de Dios, del Padre, y por ende el de su Hijo, Jesucristo, ha llegado a mis oídos como ráfagas impregnadas de razones para dejarme envolver en lo espiritual, en lo que me llena de paz, de regocijo, de paciencia, perseverancia y esperanza ante lo que desea mi corazón. Escucho palabras, testimonios, homilías y todas me dicen: “si supieras el Amor tan Infinito que tiene Nuestro Señor para ti, no dudarías, ni por un instante, en abandonarte completamente en sus manos, en su voluntad, en su plan, en su conocimiento de querer lo mejor para tú vida, para tú historia”. ¿Quién nos podrá entonces apartar del amor de Dios? “También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes Él ha escogido y llamado”. (Romanos Cap.8 Ver.28).

De todas formas, muchas veces, está tan cerrado nuestro corazón que las cosas del mundo nos arrebatan la Gracia de permanecer en Dios. Así es, nos envuelven poco a poco, nos llenan de ruidos, de razones humanas, de placeres netamente carnales, de alegrías efímeras y muchas cosas más. Y lo peor de todo, un día sin darnos cuenta, nos encontramos sin Fe. Sí, se habrá perdido, desdibujado, opacado. Lo más triste, es que resultamos viviendo bajo nuestras propias fuerzas y lo que es peor, creyendo que nosotros mismo somos capaces de enfrentar la vida, dudamos hasta de un Ser Supremo y de sus Designios. Ya que llega a ser tan grande nuestra ceguera espiritual, nuestro ego, que nosotros mismos nos creemos súper héroes, que no necesitamos de nada ni de nadie y mucho menos de encontrar un camino espiritual, de repente aquel, o el único que al final nos podrá proporcionar la salvación, la vida eterna.

Jesús mismo, cuando estuvo aquí en la tierra, sintió la necesidad de retirarse a orar, alejado de la gente, del bullicio, de las palabras que oía aquí y allá. Y lo hizo varias veces, necesitó tener ese encuentro personal con el Padre para llenarse de nuevo de su sabiduría, para retomar fuerzas y seguir por el camino trazado, para asegurarse de limpiar su corazón y llenarlo únicamente del amor de Dios. “En aquellos días Jesús se fue a orar a un cerro y pasó toda la noche en oración con Dios. Al llegar el día llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos” (Evangelio de san Lucas Cap. 6 Ver. 12-13).

Eso mismo deberíamos hacer nosotros, huir por momentos, por días o por horas, de todo aquello que nos roba la paz. Escapar de las tentaciones, de lo que nos puede hacer caer en pecado, de lo que  puede lograr que desviemos nuestros senderos, o los planes que Nuestro Señor y bajo nuestra propia libertad hemos elegido. Escapar de lo que nos arrebata la verdadera felicidad. Hacer un stop de la vida agitada y añorar ese momento de contemplación, de escucha, de amor con el Todopoderoso. Es sentirse enamorado. Es correr para escuchar su palabra, es planear ese encuentro con el amado, sacar tiempo que no tenemos, cambiar prioridades.

En la medida que lo vamos conociendo va creciendo más el Amor, el apego, la necesidad de escucharlo, de sentirlo a nuestro lado, de sentir su presencia, su misericordia, su ternura. Me atrevería a asegurar que es más fuerte que el primer amor de nuestra existencia, ya que no se siente solo la plenitud de lo humano, sino que sentimos muy adentro del alma, de las entrañas, algo que nos hace vibrar y sentir la vida sin límites.

Es un Amor perfecto, es un Amor que lo llena todo, que cubre todo, que es suficiente.

Para Dios no hay pasos hay procesos. Y todo ese descubrir, decir sí, abrir el corazón, perdonar, sanar, reparar, darle prioridad a la vida espiritual, es un camino. Es un caminar  en el que tú tienes libre albedrío, otras veces, las circunstancias de la vida hacen que encuentres a ese Ser Superior. Pero siempre, Él Todopoderoso nos llama, golpea a la puerta. Luego de ese enamoramiento, necesariamente tiene que haber un cambio en nuestras vidas y esto no es tarea fácil. Es levantarnos  y encontrarnos con los mismos errores, con los mismos estados de ánimo, con el mismo carácter, con los mismos apegos, pecados, con las mismas terquedades y pequeñeces. No es sencillo, pero tampoco es imposible. Dios escribe sobre renglones torcidos y luego los moldea. Así pasa con nosotros, lo seres humanos, su Creación. Somos como vasijas de barro que  van adquiriendo nuevas formas y estructuras sólidas y fuertes cuando entregamos nuestra voluntad para que El Señor haga la suya. La que más nos conviene, la que él creó para nosotros.

Concluyo esta reflexión con un pequeño aparte del libro del teólogo,  Alessandro Pronzato “La provocación de Dios: “Toda aventura humana pasa por la prueba de la provisionalidad. Por eso es necesario despojarse de las apariencias, purificarse de lo efímero y reducir la vida a lo esencial. Es necesario encontrarse consigo mismo. Y precisamente el cara a cara consigo mismo es preludio del compromiso con Dios y con los hermanos. El corazón humano, pues, no se puede obstruir. Ha de quedar libre para que Dios pueda hablarle y seducirle. Y el hombre volverá a amar"...