LLENA MI EXISTENCIA CON TÚ “GRACIA”…SEÑOR
Sobre la Gracia de Dios hablaré hoy,
¿Qué es la Gracia ? Según el Catecismo
de la Iglesia
Católica : La
Gracia es el auxilio gratuito que Dios nos da para responder
a su llamado: llegar a ser hijos de Dios, Hijos adoptivos
partícipes de la naturaleza Divina, de la Vida
Eterna. Cuando podemos responder a este
llamado, tenemos una Gracia Santificante.
Al hablar de Gracia se
hace una distinción: Por una parte, la Gracia Santificante , que es una disposición estable y sobrenatural
que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su Amor.
Y esta Gracia la recibimos en el Bautismo y la perdemos de manera regular
cuando caemos en pecado. Así mismo, la
podemos recuperar, en el Sacramento de la Confesión.
La otra parte es la Gracia Actual , reflejada en las intervenciones de Dios en nuestras
vidas para ayudarnos a la
Conversión y al crecimiento en Santidad. Es decir, son
aquellas Gracias que Dios derrama en momentos específicos de nuestras vidas en los
que recibimos una luz nueva sobre la vida de Dios y la vida en Dios. O en un
momento de tentación para poderla soportar y vencer. O las Gracias que se nos
dan en un momento de sufrimiento o prueba y que nos ayudan a tener la fortaleza
necesaria para soportarlo.
Sin embargo, cuando decidimos cerrar nuestro
corazón, nuestra mente, nuestros oídos, nuestros ojos y alejar a Dios de
nuestras vidas, por ende la Gracia o las Gracias
de ese Ser Supremo, serán más difíciles que se manifiesten.
En este mundo actual de
carreras, compromisos, trabajo, buscamos
estudiar una, dos o más cosas en el afán por ser el mejor, el más competitivo y
además buscamos la felicidad a consta de todo o sobrepasando a quien sea o lo
que sea. Y corremos para alcanzar metas materiales: comprar un nuevo carro, una casa más grande
o llenar el closet con vestidos,
accesorios, zapatos de moda, y otras superficialidades. Yo me pregunto ¿a qué
hora podemos pensar en la “Gracia” de Dios?...
Yo estuve por muchos años
enfrascada en esos afanes, en esa forma de vida que te acaba el tiempo, que te
vuelve rutinario, que te pide más y más cosas materiales para poder sentirte
bien por momentos, por horas o por semanas, pero que el día menos esperado te
hace sentir vacío, vacío de corazón, con el alma quieta, estática, sin ser
ocupada, con el espíritu opacado…No entendía, tampoco era de mi interés conocer
qué era la Gracia
de Dios.
Pero eso sí, corría a darle
gracias al Padre y a la
Virgen María cuando me hacían el favor que les pedía, o se
cruzaba la suerte con la ayuda Divina, o mi vida transcurría como yo la había
planeado. Es lo que se conoce en el mundo como el dios bombero.
Pero un día, cuando menos
esperaba, a través de una circunstancia fuerte en mi vida, el velo que ocultaba
la luz de mis ojos se cayó y fui probada a través de mi Fe. Porque la Gracia de Dios
también se reconoce a través del Don de la Fe , pero una Fe
verdadera. No la de “supermercado”, como lo cité en otro escrito. Esa que
elegimos o acomodamos según nuestra conveniencia, no. Con esa Fe no
podemos entender, recibir o percibir la Gracia de Dios: es un
engaño a nosotros mismos y a lo demás.
Solo con una Fe viva,
perseverante, auténtica, con lineamientos y Verdades Divinas puestas en
práctica en la tierra…
Solo con esa Fe, la de principios
y valores, fue la única manera en que puede pregúntame un día ¿qué era esa
Gracia, como se obtenía, cómo servía para mí? Y, un día, pude elevar mi mirada
al Todopoderoso y darme cuenta de la infinidad de Gracias que segundo a segundo
de mi existencia me brindó, pero que por andar con los ojos vendados no pude
reconocerlas. “Pero Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó!
Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura
Gracia ustedes han sido salvados! (Efesios
Cap. 2 ver 4-5).
Doy mi amor y mi
agradecimiento también a mi Madre, a mi Madre del Cielo, la Virgen María.
A través de ella pude aceptar mi
debilidad y pude reconocer la grandeza de ese Ser que nos creó, que murió en la
cruz por nosotros, que sobrepasó toda humillación. Pude sentir en mi corazón el
deseo de buscarlo, de decirle que lo amo, de manifestarle mi pequeñez para
poder percibir su grandeza. Creo haber
logrado recibir en mi vida, su Gracia. Nombro a
la Virgen María
porque a través de su mirada, de su infinito Amor he podido acercarme un poco
al Señor, nuestro Dios.
Ella me cuida, me protege, me
sonríe y me da las gracias cuando en la práctica del Santo Rosario le digo que sí, que aquí estamos junto a
ella, pidiendo perdón, pidiendo favores también, pero reparando por nuestros pecados, por los pecados de los
nuestros, también por los de nuestro prójimo.
El Santo Rosario es un arma
poderosa contra el adversario, lo hace temblar, lo derriba y por ende crea un
círculo de protección para nosotros y nuestras familias. “La familia que reza
unida, permanece unida”. “El Santo Rosario, por antigua tradición,
es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia.
Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de
volver a mirar a los ojos, para comunicarse, solidarizarse, perdonarse
recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el
Espíritu de Dios”. (Rosarium Virginis Marie, N0*40).
¡Gracias por tus Gracias
amado Padre del Cielo, amada Virgen María por ser la intercesora, gracias!