sábado, 26 de julio de 2014



LLENA MI EXISTENCIA CON TÚ  “GRACIA”…SEÑOR


Sobre la Gracia de Dios hablaré hoy, ¿Qué es la Gracia? Según el Catecismo de la Iglesia Católica: La Gracia es el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamado: llegar a ser hijos de Dios, Hijos adoptivos partícipes de la naturaleza Divina, de la Vida Eterna. Cuando podemos responder a este llamado, tenemos una Gracia Santificante.
Al hablar de Gracia se hace una distinción: Por una parte, la Gracia Santificante, que es una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su Amor. Y esta Gracia la recibimos en el Bautismo y la perdemos de manera regular cuando caemos en pecado. Así mismo, la podemos recuperar, en el Sacramento de la Confesión.
La otra parte es la Gracia Actual, reflejada en las intervenciones de Dios en nuestras vidas para ayudarnos a la Conversión y al crecimiento en Santidad. Es decir, son aquellas Gracias que Dios derrama en momentos específicos de nuestras vidas en los que recibimos una luz nueva sobre la vida de Dios y la vida en Dios. O en un momento de tentación para poderla soportar y vencer. O las Gracias que se nos dan en un momento de sufrimiento o prueba y que nos ayudan a tener la fortaleza necesaria para soportarlo.

Sin embargo, cuando decidimos cerrar nuestro corazón, nuestra mente, nuestros oídos, nuestros ojos y alejar a Dios de nuestras vidas, por ende la Gracia o las Gracias de ese Ser Supremo, serán más difíciles que se manifiesten.

En este mundo actual de carreras, compromisos, trabajo,  buscamos estudiar una, dos o más cosas en el afán por ser el mejor, el más competitivo y además buscamos la felicidad a consta de todo o sobrepasando a quien sea o lo que sea. Y corremos para alcanzar metas materiales:  comprar un nuevo carro, una casa más grande o  llenar el closet con vestidos, accesorios, zapatos de moda, y otras superficialidades. Yo me pregunto ¿a qué hora podemos pensar en la “Gracia” de Dios?...

Yo estuve por muchos años enfrascada en esos afanes, en esa forma de vida que te acaba el tiempo, que te vuelve rutinario, que te pide más y más cosas materiales para poder sentirte bien por momentos, por horas o por semanas, pero que el día menos esperado te hace sentir vacío, vacío de corazón, con el alma quieta, estática, sin ser ocupada, con el espíritu opacado…No entendía, tampoco era de mi interés conocer qué era la Gracia de Dios.

Pero eso sí, corría a darle gracias al Padre y a la Virgen María cuando me hacían el favor que les pedía, o se cruzaba la suerte con la ayuda Divina, o mi vida transcurría como yo la había planeado. Es lo que se conoce en el mundo como el dios bombero.

Pero un día, cuando menos esperaba, a través de una circunstancia fuerte en mi vida, el velo que ocultaba la luz de mis ojos se cayó y fui probada a través de mi Fe. Porque la Gracia de Dios también se reconoce a través del Don de la Fe, pero una Fe verdadera. No la de “supermercado”, como lo cité en otro escrito. Esa que elegimos o acomodamos según nuestra conveniencia, no. Con esa Fe no podemos  entender, recibir o percibir la Gracia de Dios: es un engaño a nosotros mismos y a lo demás.

Solo con una Fe viva, perseverante, auténtica, con lineamientos y Verdades Divinas puestas en práctica en la tierra…

Solo con esa Fe, la de principios y valores, fue la única manera en que puede pregúntame un día ¿qué era esa Gracia, como se obtenía, cómo servía para mí? Y, un día, pude elevar mi mirada al Todopoderoso y darme cuenta de la infinidad de Gracias que segundo a segundo de mi existencia me brindó, pero que por andar con los ojos vendados no pude reconocerlas. “Pero Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura Gracia ustedes han sido salvados! (Efesios Cap. 2 ver 4-5).

Doy mi amor y mi agradecimiento también a mi Madre, a mi Madre del Cielo, la Virgen María. A  través de ella pude aceptar mi debilidad y pude reconocer la grandeza de ese Ser que nos creó, que murió en la cruz por nosotros, que sobrepasó toda humillación. Pude sentir en mi corazón el deseo de buscarlo, de decirle que lo amo, de manifestarle mi pequeñez para poder percibir su grandeza.  Creo haber logrado recibir en mi vida, su Gracia. Nombro a  la Virgen María porque a través de su mirada, de su infinito Amor he podido acercarme un poco al Señor, nuestro Dios.

Ella me cuida, me protege, me sonríe y me da las gracias cuando en la práctica del Santo Rosario  le digo que sí, que aquí estamos junto a ella, pidiendo perdón, pidiendo favores también, pero reparando  por nuestros pecados, por los pecados de los nuestros, también por los de nuestro prójimo.

El Santo Rosario es un arma poderosa contra el adversario, lo hace temblar, lo derriba y por ende crea un círculo de protección para nosotros y nuestras familias. “La familia que reza unida, permanece unida”. “El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volver a mirar a los ojos, para comunicarse, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios”. (Rosarium Virginis Marie, N0*40).

¡Gracias por tus Gracias amado Padre del Cielo, amada Virgen María por ser la intercesora, gracias!