jueves, 23 de abril de 2015


Jesús resucitó… ¿Naciste de nuevo como Él?


Me cuestionaba en estos días qué marcó la diferencia para que sintiera que la Semana Santa que pasó fue  una de las más especiales de mi vida. No hice nada extraordinario, ni estuve en un retiro espiritual, ni asistí a grandes celebraciones, no, lo que si hice fue abrir mi corazón y mi entendimiento para lograr captar el misterio del dolor, la pasión, la soledad, y al final… la alegría del triunfo del Hijo de Dios sobre la humanidad. Creo que sencillamente me di cuenta que toda aquella historia que nos recuerda la Semana Mayor, no fue solo eso, una historia, una tradición o un cúmulo de rituales que se repiten cada año. Comprendí que fue y sigue siendo una realidad patente. Porque Jesús realmente resucitó de nuevo para los que creemos, resucitó de nuevo dentro de mi ser.

Pero ¿qué significa que Jesús haya resucitado? Considero que debemos colocarlo cada uno en un plano personal. Y, buscar dentro de nosotros mismos, lo que representa como ser humano y creyente, expresar que Jesús revivió y que nosotros podemos resurgir con Él. Le pedí al Señor que me enseñara cómo  podía yo vivir de nuevo, nacer de nuevo, que me mostrara lo que tengo que dejar de mí para poder seguirlo y  ante todo, qué debe morir en mí. Le dije que me señalara el camino, que me transformara en un mejor ser humano y me ayudara a cambiar mi corazón, mis actitudes, mi vida.

Le dije al Señor: Quiero dejar a la mujer de antes, la del pasado y nacer de nuevo…
 
Recordemos en la Sagrada Escritura cuando Nicodemo le pregunta a Jesús: “¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?”... Jesús le contestó: “Te lo aseguro, el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. (Evangelio de San Juan Cap. 3, Ver. 1-6).

Este mensaje es claro. Lo que nos propone es revivir, pero esta vez en el Espíritu. Muchas veces hemos estado perdidos en nuestro egoísmo, caminando la vida sin sentido, sin metas claras, viviendo las consecuencias del pecado: la pobreza, la enfermedad, las adicciones, la destrucción de nuestro hogar, de nuestra familia o de nuestra pareja, problemas con los hijos, infidelidad. Malas costumbres, como la mentira, la pereza, la envidia, la crítica,vicios y muchas otras cosas.

“Pero al que vuelva al Señor se le quita el velo. El Señor es espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad. Todos llevamos los reflejos de la gloria del Señor sobre nuestro rostro descubierto, cada día con mayor resplandor, y nos vamos transformando en imagen suya, pues él es el Señor del Espíritu”. (2 Co 3. Ver 16-18).
Algún día, una pareja de amigos me regaló un tesoro, un libro, llamado “Penitencia por amor”. Este pequeño texto duró sobre mi mesa de noche casi un año. De vez en cuando lo abría, pasaba algunas páginas y lo volvía a cerrar. Hasta que en otra ocasión alguien me invitó a una conferencia  donde nos explicaron en qué consistía esta obra. Y conocí herramientas maravillosas que nos pueden ayudar, cuando tomemos la decisión de querer ser hombres y mujeres nuevos.

*¿Pero qué es Penitencia por Amor? Penitencia viene de la palabra griega metanoia, que significa cambio de vida, transformación. La penitencia por amor es un camino de salvación y como su nombre lo indica, es el acto de amor más grande que le podamos regalar a nuestro ser. Consiste en reconstruir paso a paso cada año vivido por medio de los sacramentos, “Estas etapas ya pasaron y solo el día de nuestro juicio las volveremos a vivir”. Este proceso se denomina autosanación, su objetivo principal es restaurar y sanar nuestra historia de vida desde la concepción hasta el tiempo presente. En una palabra nos invita a volver a nacer (Tomado textualmente del libro Penitencia por Amor-Fundación Creo).

Me pareció pertinente citar esta obra porque son muchos los testimonios de seres humanos que han podido cambiar el rumbo de su historia, con la ayuda de Dios primero y con estos instrumentos. Se trata sencillamente de volver atrás y sanar año por año. Una confesión de vida es pertinente antes de empezar. Luego a través de la Sagrada Eucaristía debemos colocar en el altar, y como intención de sanar, desde el año 0 cuando fuimos concebidos en el vientre de nuestra madre. Ese día nuestros pensamientos y nuestro corazón estarán dirigidos a imaginar cómo fue ese momento, y a través de un encuentro cara a cara con el Señor en el Santísimo Sacramento, hablar con Dios y conversar con Él sobre este suceso, lo que pasó, lo que debo perdonar o agradecer a mis padres. Y, al final, a través de esos pétalos de rosas que damos a la Virgen María por medio del Santo Rosario, cerrar el día 0. Y así sucesivamente, día por día, año por año, hasta el número de años que tengamos en la actualidad.

Es una penitencia que nos libera, que si se realiza con convicción y de manera consciente, ordenada y con Fe, irá sanándonos por dentro y por fuera, incluso sin darnos cuenta.  A través de ella pude perdonar, y pedir perdón a muchas personas que a lo largo de mi historia pasaron y dejaron huellas en mi vida. Huellas muchas veces llenas de dolor, otras de alegría y de grandes enseñanzas.

Los invito a recurrir a esta sanación. No es algo mágico, es un escudriñar dentro de nuestro ser, es querernos y darnos este regalo que puede llevarnos a la salvación de nuestra alma y por ende, llenarnos de gozo, de paz, de plenitud. Y nos permite un encuentro diario con ese Ser Supremo, al cual de repente, podemos tener olvidado o simplemente conocerlo de manera superficial.

Nos llama a recibir a Jesús, su Cuerpo y su Sangre, a través de la Sagrada Eucaristía diaria, un gran regalo, el mejor de todos, el que puede llevarnos al cielo y gratis, no nos cuenta nada, solo sacar el tiempo. Nos enseña también a tener ese encuentro con el Todopoderoso en el silencio de nuestro interior a través de Jesús Sacramentado. En muchas iglesias alrededor de nuestra casa o cerca de la oficina donde trabajamos exponen el Santísimo. Es correr para poder verlo, correr para poder tener una cita con Él. Correr para recibir su Amor y poder escucharlo. Y, al finalizar el día, que hermoso poder dedicar unos minutos a Nuestra Madre, la Virgen María, a través del Santo Rosario, que nos calma, nos llena de su prudencia, de su Amor incondicional, de su humildad.

¡Nacer de nuevo para ser mejores por dentro y por fuera. Resucitar como  resucitó Jesús!