¿Preparo mi alma para después de la muerte?
En el blog anterior hablé sobre la Fe, y el Don tan grande y poderoso
que significa para alguien que la cultiva y la tiene y no deja que nadie se la
arrebate. Sin embargo, no mencioné que la Fe sin obras es efímera. Y no se
trata de llevar mercados, de dar lo que nos sobra o de hacer un acto de caridad
de vez en cuando para decirnos a nosotros mismos que somos misericordiosos y buenos.
Me refiero a algo más profundo, a la purificación del corazón. Cuando nos
llenamos del Amor Divino, del Amor de Dios, la vida cambia. Entonces salimos de nosotros mismos y empezamos a dar al
otro, nos volvemos generosos. Ayudamos al más necesitado, y no solo de lo
material, de repente, a aquel que tiene su alma triste, abandonada, llena de
oscuridad, de vacíos, miedos, ataduras y necesita ser escuchado...Y es aquí,
cuando la Fe actúa y no se queda postrada en alimentar nuestro yo, nuestro
espíritu. Sino que evoluciona y da un
paso más adelante.
Qué bueno es trascender. Y esto me hizo reflexionar sobre la muerte.
Sobre lo que viene después de la misma. Y, volver a esa realidad de la que
nadie puede escapar, porque recordamos en la Sagradas Escrituras lo que nos
dice: “Por lo que se refiere a ese día y cuándo vendrá, no lo sabe nadie, ni
los Ángeles del Cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre.” (Marcos 13, vers. 32).
Y, puede ser que alcancemos a
presenciar la segunda venida de Nuestro Señor, lo que se conoce como la Parusía.
O simplemente nos llame Dios dentro de poco. Nadie lo sabe, solo Él. Pensar en
la muerte no es agradable, pero debemos ser conscientes que el momento llegará.
Lo que viene después y lo que nos corresponde vivir con nuestra alma, depende
únicamente de nosotros, de lo que hagamos en esta esta tierra y cómo administremos
lo que nos fue dado por el Señor (la vida, nuestro cuerpo, una familia, padres,
hijos, bienes, talentos, dones, gobiernos y demás…).
Por esta sencilla razón se nos ofrece el arrepentimiento, el perdón, la
reparación y por supuesto el estar preparados espiritualmente para ese día. La
Palabra de Dios nos dice: “Estén
preparados y vigilantes, porque no saben cuándo llegará ese momento…"
Siempre me pregunté qué significaba estar dispuestos y listos para la
muerte. Y encontré la respuesta. Aquí me refiero a las Postrimerías, una palabra que muchas veces queremos ignorar, o que
muchas veces no nos interesa conocer. ¿Pero qué son las postrimerías? Es muy
sencillo, son las realidades que va a vivir el alma, lo que le espera al hombre
al final de su vida y empezamos con la
muerte.
La muerte es la separación del alma y del
cuerpo. Es el fin de la peregrinación
del ser humano por la tierra. Se presentará el alma ante Dios para recibir, de
acuerdo con lo que nosotros mismos hayamos elegido en la vida, la recompensa o
el castigo eterno. El destino del alma será diferente para cada uno de nosotros.
Se ratifica en las Escrituras: “Los
hombres mueren una sola vez, y después viene para ellos el juicio” (Hebreos 9, vers. 27). No hay reencarnación, hay Vida eterna. Por esta razón, la Iglesia
nos recomienda que vivamos preparados para la muerte (manteniendo nuestra alma
limpia de pecado) y nos enseña a repetir: ¡De la muerte repentina e imprevista,
líbranos Señor! Luego de la muerte viene el
Juicio.
El alma será juzgada por Dios después de la muerte. Cada uno de nosotros
tendremos un juicio particular. Desde que estamos en el vientre materno se abre
un libro de páginas blancas que se llama el libro de la vida, allí se
empieza a escribir nuestra historia. Esto lo encontramos en las Sagradas
Escrituras, no es una invención humana: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de
pie ante el trono, mientras eran abiertos unos libros. Luego fue abierto otro,
el libro de la vida. Entonces fueron juzgados los muertos de acuerdo con lo que
está escrito en esos libros, es decir, cada uno según sus obras”.
(Apocalipsis 20, vers 12).
En este juicio nos encontraremos ante
Jesucristo y ante nuestra vida: todos nuestros actos, palabras, pensamientos y
omisiones quedarán al descubierto. Se abrirá este libro de la Vida donde quedó
plasmada cada una de nuestras acciones.
Suena dramático, pero es real. Y, seremos juzgados en el Amor. En este día, Dios nos preguntará: “¿Cuánto amaste?” Y cada uno de nosotros tendrá que responder a esta pregunta. Este Amor será el que nos juzgará: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver”. (Mateo 25, ver 35-37).
Suena dramático, pero es real. Y, seremos juzgados en el Amor. En este día, Dios nos preguntará: “¿Cuánto amaste?” Y cada uno de nosotros tendrá que responder a esta pregunta. Este Amor será el que nos juzgará: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver”. (Mateo 25, ver 35-37).
San Juan de la Cruz tiene una frase
que dice: “Al atardecer de la vida, seremos examinados en el Amor”.
El purgatorio. Del latín purgatio, que significa purificar. Y esta purificación se
refiere a nuestra alma. Estado transitorio de la paga necesaria de la pena para
aquellos que, habiendo muerto en Gracia de Dios y teniendo segura su
salvación, requieren mayor purificación para llegar a la
santidad necesaria y entrar en el Cielo.Esto ratifica que no es sencillo,
debemos esforzarnos para lograr la santidad.Esta
purificación es totalmente distinta al castigo del infierno.
Luego viene el infierno.Primero que todo
vale la pena aclarar que el infierno ¡Si existe! En la actualidad hay personas que confunden el Amor
misericordioso de Nuestro Señor queriendo evadir esta realidad, pero olvidan
que Dios también es justo y respeta nuestra libertad. En las Sagradas
Escrituras se habla del infierno varias veces. Por ejemplo: “Así pasará al final de los tiempos:
vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los buenos y los arrojaran
al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes”. (Mateo
13 ver 49-50).
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna
de Dios: no tenerlo, no verlo, no sentir la felicidad total que Él nos da. El
estado del alma en el infierno es de una desdicha enorme: sufrimiento, dolor,
angustia ya que el fuego penetra hasta lo más profundo, sin poder volver atrás.
Y, por último
encontramos la quinta postrimería, El Cielo.
Estado del alma donde habita Dios. Está ya el Reino preparado para
nosotros. No es fácil alcanzarlo sin el esfuerzo. El Cielo no tiene comparación
con ninguna alegría o gozo terrenal. Jesús nos conduce a la Gloria y nos habla
también a través de su palabra de lo que se encontrará en el Cielo: “No habrá ya maldición alguna; el trono de
Dios y el Cordero estarán en la ciudad y sus servidores le rendirán culto.
Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche. No
necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque Dios mismo será la luz, y reinará
por los siglos para siempre” (Apocalipsis 22, ver 3-5).
“Estimo
que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria
que nos espera y que ha de manifestarse”. (Romanos 8, ver 18).
Sé que no suena
fácil, pero después de ahondar un poco en esta realidad soy ahora más
consciente de lo importante que es ser un buen ser humano. De buscar el Amor
perfecto, el Amor de Dios para poder amar a los demás como lo hace Nuestro
Señor. Aquí está el secreto. Si te riges bajo la ley del Amor, cubres todas las
virtudes, todas las verdades, puedes enfrentar cualquier adversidad. Puedes
incluso avanzar un escalón hacia la Santidad. Vale la pena. No quiero ir ni
sufrir lo que se vive en el infierno. Pero sé que esto depende solamente de mí.