¡Señor tú eres mi Luz, tú eres mi Salvación!
Cada vez que conozco algo más de Dios, me convenzo, que definitivamente
Él es el único camino. Alguien me preguntaba ¿entonces las personas que no
profesan alguna religión o no practican la religión católica, se condenarán? La
respuesta es No. Dios conoce el corazón de cada ser humano y sabe las razones
por las que se hacen o no las cosas. Conoce hasta cuantos cabellos tenemos en
nuestra cabeza, así lo dice en su Palabra:
¿Acaso un par de pajaritos no se venden
por unos centavos? Pero ninguno de ellos cae en tierra sin que lo permita
vuestro Padre. “En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados”. (Mateo
10 Vers. 29-30).
Dios nos llama siempre para que lo sigamos, nos llama de diferentes
formas. Depende de nosotros, si acudimos a su llamado o no. Nos da,
sencillamente, el libre albedrío. Todos estamos invitados al banquete que nos
ofrece Nuestro Padre, y lo dice en las Sagradas Escrituras:
“Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa con
Jesús le dijo: ¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!
Jesús le contestó: Cierto hombre preparó un gran
banquete e invitó a muchas personas. A la hora del banquete mandó
a su siervo a decirles a los invitados: “Vengan, porque ya todo está listo.”
Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: “Acabo
de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.” Otro
adujo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego
que me disculpes.” Otro alegó: “Acabo de casarme y por eso no puedo ir.” El
siervo regresó y le informó de esto a su señor. Entonces el dueño de la casa se
enojó y le mandó a su siervo: “Sal de prisa por las plazas y los callejones del
pueblo, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos.”
Volvió el siervo y dijo: ya hice lo que usted me mandó, pero todavía hay
lugar.” Entonces el señor le respondió: “Ve por los caminos y las veredas y
oblígalos a entrar para que se llene mi casa. Les digo que ninguno de
aquellos invitados disfrutará de mi banquete.” (Lucas 14:15-24).
Sin embargo, somos tercos y obstinados y muchas veces no entendemos o no
queremos reconocer ese llamado o esa invitación. Y voy a colocar un ejemplo: Si
cuando nacimos fuimos bautizados, luego recibimos el Cuerpo y la Sangre de
nuestro Señor a través de la Primera Comunión. Después recibimos de nuevo el
Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación y luego nos casamos y recibimos
la Gracia de Nuestro Señor, con el Sacramento del Matrimonio. Y todo esto lo
hicimos con pleno conocimiento, guiados claro está por una educación católica
en el hogar, una formación espiritual y académica. Pero, luego un día decidimos
dejar todo esto atrás. Porque nos parece absurdo, un error, nos cansamos, y no
le encontramos sentido a nada. En otras palabras decidimos salirnos del camino.
O ignorar el llamado de Nuestro Señor.
Que viene después; la luz interior se apaga, de repente, no asistimos a
la Iglesia y mucho menos recurrimos a los Sacramentos y hasta practiquemos otra
religión, o estemos en cosas idealistas como el poder de la mente, o en una
mezcla de rituales como el esoterismo, magia negra, vudú y demás prácticas que
nos contaminan espiritualmente y nos aíslan de la Luz, del verdadero Dios. ¿Qué
pasa entonces?, que la Gracia de Nuestro Señor desaparece en nosotros, perdemos
la Fe y le abrimos la puerta al pecado y probablemente al pecado mortal…
¿Y qué es el pecado mortal? Es cuando no admitimos a Dios en nuestra
vida, cuando no cabe Dios en nuestra alma, cuando lo sacamos de nuestra casa
rotundamente. Es un rechazo voluntario a los planes de Dios. Y es cuando el mal
empieza a reinar en nuestro ser. Empezamos a mentir, a juzgar, a odiar, a
sentir rencor, a ser deshonestos con nosotros mismos y con los demás, a utilizar al otro, donde
sentimos vacío, donde el orgullo y la
soberbia nos manejan, nos hacemos esclavos del mal, esclavos de las pasiones,
de la lujuria, donde los deseos de la carne priman sobre los del espíritu.
Donde lo material reina. En una palabra nos volvemos esclavos del demonio,
quien oscurece nuestra inteligencia, y debilita nuestra voluntad. Y lo peor de
todo, nos hace perder la Esperanza.
De repente
muchos estemos viviendo esta realidad, esta oscuridad en nuestro interior, de
repente muchos estemos ya limpiando el corazón, purificándolo, o lo queramos
vaciar en estos días de toda esa contaminación para dar la bienvenida a Jesús
en nuestra existencia. Para dar la bienvenida a la Virgen María a nuestra vida,
para dar la bienvenida a un nuevo año.
Hay una
manera plena de sentirnos nuevos, perdonados, dignos en todo el sentido de la
palabra, de sentirnos amados por ese Ser Supremo: es a través del Sacramento de
la Reconciliación, de la Confesión. “Yo no puedo decir: “Me perdono los
pecados”. El perdón se pide, se pide a otro y en la confesión pedimos el perdón
a Jesús. El perdón no es un fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo,
es un don del Espíritu Santo que nos llena de la purificación de misericordia y
de gracia que brota incesantemente del corazón abierto, de par en par, de Cristo
crucificado y resucitado “(palabras del Papa Francisco)”.
El primer
paso para acudir a la Confesión es bajarme del orgullo y de esa soberbia que no
permite reconocer que estoy en pecado, que me equivoqué, que mi vida no está
bien, que he maltratado y hecho cosas que no son justas porque hay mandamientos,
leyes y líneas que nos indican cuando hacemos el bien y cuando hacemos el mal.
Porque todo ser humano necesita sentirse digno y por ende llevar y tener una
vida honesta, ordenada, consecuente, recta, limpia, bella, en armonía, en
alegría, no en oscuridad, mentiras, tibiezas, en esclavitud, haciendo lo que
nos parece bien a nosotros, manejando nuestra voluntad, cayendo en el
relativismo.
Existe un Dios,
quien nos dio la vida, quien nos creó, quien nos da la mano siempre, quien nos
ama. Pero también existe un Dios justo. Un
Dios que nos juzgará cuando nos llegue el momento de partir, quien nos pedirá
cuentas por nuestras acciones.
Entonces es
mejor estar preparados, listos, porque nadie sabe el día ni la hora. Esta época
es un lindo momento para hacer reflexión, un examen de conciencia. Terminar un
año e iniciar uno nuevo, terminar con todo aquello que nos aparta del Señor, o
simplemente abrirle nuestro corazón y dejarlo entrar. Permitirle que habite en
nosotros y nos guíe, nos colme de su sabiduría y de su infinito Amor. Nunca es
tarde para volver al camino, al verdadero, al que nos da una vida plena, en
medio de las dificultades,enfermedad,situación económica o por lo que estemos
pasando…
¡Con Dios
la vida se ve diferente: Reina la alegría, Reina la paz, Reina la esperanza!