Dame la
humildad suficiente para reconocerte…
El mes pasado toqué el tema del Sacramento de la Confesión, pero
faltaron muchos conceptos y argumentos para esclarecer...a
continuación la segunda parte. Empiezo con mi experiencia de vida. Unos cuatro años atrás, me confesaba de vez en cuando, como en Semana Santa, en un retiro
espiritual o en una ocasión especial. Y me
parecía que todo estaba bien y que hacía lo correcto. En la actualidad, recurro
a la confesión de manera frecuente, una vez al mes o en lo posible cada 15 días.
¿Qué ha hecho la diferencia en mi vida? ¡Todo!. Al principio pensé que era algo
exagerado, luego me empecé a dar cuenta que estaba disfrutando del regalo más
extraordinario que nos dejó Jesús: el perdón.
Soy más consecuente de mis errores, de aquellos pecados recurrentes, de
lo que cuesta dejarlos, del esfuerzo que debo hacer para superarlos. He podido
entender muchas actuaciones de mi vida, he aprendido que todos los días es
importante hacer un examen de conciencia, una sencilla reflexión de lo que se
hizo durante el día, de nuestro comportamiento, de nuestros juicios, de nuestro
modo de pensar e incluso de nuestro modo de hablar y actuar. Pero, lo más
importante, revisar si durante esas horas de existencia, supimos dar amor a los
demás, a nuestro prójimo.
Hasta puedo decir que la confesión ha cambiado mi manera de ver la vida,
las situaciones. Encuentro más respuestas a interrogantes, encuentro más
herramientas para educar, encuentro guías para vivir y encuentro algo supremo,
la misericordia de Dios… La confesión nos da Dones: como aprender a escuchar,
nos da caridad, nos da la paciencia y por supuesto nos da la libertad… La
reconciliación es una liberación y nos saca de la esclavitud. Nos devuelve la
amistad con Dios, nos devuelve la Gracia que recibimos en nuestro bautismo. Nos
devuelve sencillamente la alegría, la tranquilidad, la paz con nuestro ser, con
nuestra conciencia.
“En verdad les digo que llorarán
y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Ustedes estarán apenados,
pero su tristeza se convertirá en gozo”. (San Juan Cap. 16. Vers.20).
Y es literal, eso pasa. Cuando estamos encadenados al pecado o inmersos
en una rutina de vida al ritmo de lo que nos ofrece el mundo, el gozo de la
existencia es completamente efímero. Pero, cuando además de alimentar el
cuerpo, pensamos y actuamos para alimentar nuestra alma, esa tristeza se convierte
en una alegría profunda. Salir de un confesionario con la conciencia tranquila,
poder hablar con el mismo Jesús a través de un sacerdote, es algo inexplicable.
Muchos, incluso, acudimos a un director Espiritual, y realmente es toda una
bendición de Dios.
Así como necesitamos un médico para curar nuestro cuerpo,
para prevenir enfermedades o combatir unas por venir, también necesitamos un
especialista para curar nuestra alma, para cuidarla, para protegerla. Pero solo
hay una virtud que nos conduce de manera directa a dar este paso: la humildad.
La humildad perfecta es el mismo Jesús, la misma Madre del Cielo, la
Virgen María y por ende, solo el que es humilde logra reconocer a Dios.
“Jesús los oyó y les dijo: No es la gente sana la que necesita médico,
sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. (San
Marcos Cap. 2 Vers 17).
El alma queda herida por el pecado y el pecado está inmerso en el
orgullo que es lo contrario a la humildad. Por esto debemos iniciar
reconociendo que somos pecadores. Este Sacramento es la prueba más grande de
nuestra Fe. Todos los Sacramentos los instituyó Dios, así que si uno no se
arrepiente tampoco sabe perdonar, tampoco puede perdonar. Jesús dio poder a los
apóstoles para poder perdonar los pecados de los demás, lo que correspondió en
su lugar y nuestro tiempo, al sacerdocio.
No interesa si el sacerdote es un pecador como nosotros, esto no debe
preocuparnos, ellos poseen la Unción sacerdotal. Recordemos lo que dice en las
Sagradas Escrituras: “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra
quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado
en el cielo” (Mateo Cap. 18, Ver. 18).
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis
les quedan retenidos”. (Juan Cap. 20. Ver.20).
Recordemos de manera rápida lo que es el pecado. Según el Catecismo
Católico; el pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia. Y,
por supuesto, el pecado es una ofensa a Dios. Clases de pecado: El pecado
mortal y el pecado venial. El mortal destruye el principio vital de la caridad
en el corazón del hombre y aparta al hombre de Dios, quien es su fin último.
Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: Violar uno
de los mandamientos. Tener plena conciencia del mismo. Tener pleno
conocimiento. El pecado mortal si no es
borrado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino
de Dios, lo que significa que si morimos en pecado mortal, nuestra alma llegará
a la muerte eterna, al infierno
.
¿Cuáles son estos pecado mortales o conocidos como capitales?: Cada uno
de los que voy a describir se asemeja a un pulpo con sus respectivos tentáculos
que atacan nuestro ser por medio de los sentidos destruyendo nuestra voluntad y
haciéndonos esclavos o títeres del mal. Estos son: La lujuria (búsqueda desordenada del placer sexual). La
Soberbia (es amarse demasiado a sí mismo, lo cual nos hace despreciar a Dios
y a los demás). La Pereza (es la
falta consentida o culpable de esfuerzo físico o espiritual). La
Envidia (es el rencor o tristeza por
la buena fortuna de alguien, junto con
el deseo desordenado de poseerla). La Ira
(es enojarse sin medida y desear vengarse del prójimo). La Gula (el deseo desordenado por el placer conectado con la
comida o la bebida). La Avaricia (es
la gran ambición de poseer cosas materiales).
Los otros pecados son los
veniales: que Impiden el progreso del alma, pero no rompen la alianza con Dios.
El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone
rápidamente a cometer pecado mortal.
Es importante realizar un
examen de conciencia cuando vayamos a recurrir a la confesión. Existen guías
que nos ayudan o simplemente revisando si hemos pecado contra los Mandamientos
de la ley de Dios. Es aquí donde muchas personas se disculpan para no
confesarse con esta frase: “pero si yo no mato, no robo, no juro en vano, honro
a mi padre y a mi madre; No necesito confesarme”…
No olvidemos, que podemos
también matar con una mala palabra, con una mala mirada. Matamos y herimos a
nuestros seres amados cuando juzgamos, cuando criticamos, no honramos a
nuestros padres cuando los dejamos de visitar o sentimos que nos hacen estorbo
por su edad o enfermedades…o sencillamente pecamos siendo infieles a nuestra
esposa o esposo con un mal pensamiento o deseando la mujer del prójimo. Bueno, las
enumeraciones serían muy extensas. Solo coloco estos ejemplos para entender un
poco la importancia del Sacramento de la Confesión.
¡Bajémonos del orgullo para poder caminar hacia
el perdón, para reconocer que nos equivocamos, para poder encontrar al verdadero
Dios!