jueves, 21 de enero de 2016

 Dame la humildad suficiente para reconocerte…


El mes pasado toqué el tema del Sacramento de la Confesión, pero faltaron muchos conceptos y argumentos para esclarecer...a continuación la segunda parte. Empiezo con mi experiencia de vida. Unos cuatro años atrás, me confesaba de vez en cuando, como en Semana Santa, en un retiro espiritual o en una ocasión especial. Y me parecía que todo estaba bien y que hacía lo correcto. En la actualidad, recurro a la confesión de manera frecuente, una vez al mes o en lo posible cada 15 días. ¿Qué ha hecho la diferencia en mi vida? ¡Todo!. Al principio pensé que era algo exagerado, luego me empecé a dar cuenta que estaba disfrutando del regalo más extraordinario que nos dejó Jesús: el perdón.

Soy más consecuente de mis errores, de aquellos pecados recurrentes, de lo que cuesta dejarlos, del esfuerzo que debo hacer para superarlos. He podido entender muchas actuaciones de mi vida, he aprendido que todos los días es importante hacer un examen de conciencia, una sencilla reflexión de lo que se hizo durante el día, de nuestro comportamiento, de nuestros juicios, de nuestro modo de pensar e incluso de nuestro modo de hablar y actuar. Pero, lo más importante, revisar si durante esas horas de existencia, supimos dar amor a los demás, a nuestro prójimo.

Hasta puedo decir que la confesión ha cambiado mi manera de ver la vida, las situaciones. Encuentro más respuestas a interrogantes, encuentro más herramientas para educar, encuentro guías para vivir y encuentro algo supremo, la misericordia de Dios… La confesión nos da Dones: como aprender a escuchar, nos da caridad, nos da la paciencia y por supuesto nos da la libertad… La reconciliación es una liberación y nos saca de la esclavitud. Nos devuelve la amistad con Dios, nos devuelve la Gracia que recibimos en nuestro bautismo. Nos devuelve sencillamente la alegría, la tranquilidad, la paz con nuestro ser, con  nuestra conciencia.

 “En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Ustedes estarán apenados, pero su tristeza se convertirá en gozo”. (San Juan Cap. 16. Vers.20).

Y es literal, eso pasa. Cuando estamos encadenados al pecado o inmersos en una rutina de vida al ritmo de lo que nos ofrece el mundo, el gozo de la existencia es completamente efímero. Pero, cuando además de alimentar el cuerpo, pensamos y actuamos para alimentar nuestra alma, esa tristeza se convierte en una alegría profunda. Salir de un confesionario con la conciencia tranquila, poder hablar con el mismo Jesús a través de un sacerdote, es algo inexplicable. Muchos, incluso, acudimos a un director Espiritual, y realmente es toda una bendición de Dios.

Así como necesitamos un médico para curar nuestro cuerpo, para prevenir enfermedades o combatir unas por venir, también necesitamos un especialista para curar nuestra alma, para cuidarla, para protegerla. Pero solo hay una virtud que nos conduce de manera directa a dar este paso: la humildad.

La humildad perfecta es el mismo Jesús, la misma Madre del Cielo, la Virgen María y por ende, solo el que es humilde logra reconocer a Dios.
“Jesús los oyó y les dijo: No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. (San Marcos Cap. 2 Vers 17).

El alma queda herida por el pecado y el pecado está inmerso en el orgullo que es lo contrario a la humildad. Por esto debemos iniciar reconociendo que somos pecadores. Este Sacramento es la prueba más grande de nuestra Fe. Todos los Sacramentos los instituyó Dios, así que si uno no se arrepiente tampoco sabe perdonar, tampoco puede perdonar. Jesús dio poder a los apóstoles para poder perdonar los pecados de los demás, lo que correspondió en su lugar y nuestro tiempo, al sacerdocio.

No interesa si el sacerdote es un pecador como nosotros, esto no debe preocuparnos, ellos poseen la Unción sacerdotal. Recordemos lo que dice en las Sagradas Escrituras: “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo Cap. 18, Ver. 18).
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. (Juan Cap. 20. Ver.20).

Recordemos de manera rápida lo que es el pecado. Según el Catecismo Católico; el pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia. Y, por supuesto, el pecado es una ofensa a Dios. Clases de pecado: El pecado mortal y el pecado venial. El mortal destruye el principio vital de la caridad en el corazón del hombre y aparta al hombre de Dios, quien es su fin último.

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: Violar uno de los mandamientos. Tener plena conciencia del mismo. Tener pleno conocimiento. El pecado  mortal si no es borrado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Dios, lo que significa que si morimos en pecado mortal, nuestra alma llegará a la muerte eterna, al infierno
.
¿Cuáles son estos pecado mortales o conocidos como capitales?: Cada uno de los que voy a describir se asemeja a un pulpo con sus respectivos tentáculos que atacan nuestro ser por medio de los sentidos destruyendo nuestra voluntad y haciéndonos esclavos o títeres del mal. Estos son: La lujuria (búsqueda desordenada del placer sexual).  La Soberbia (es amarse demasiado a sí mismo, lo cual nos hace despreciar a Dios y a los demás). La Pereza (es la falta consentida o culpable de esfuerzo físico o espiritual).  La Envidia  (es el rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien,  junto con el deseo desordenado de poseerla). La Ira (es enojarse sin medida y desear vengarse del prójimo). La Gula (el deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida). La Avaricia (es la gran ambición de poseer cosas materiales).

Los otros pecados son los veniales: que Impiden el progreso del alma, pero no rompen la alianza con Dios. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone rápidamente a cometer pecado mortal.

Es importante realizar un examen de conciencia cuando vayamos a recurrir a la confesión. Existen guías que nos ayudan o simplemente revisando si hemos pecado contra los Mandamientos de la ley de Dios. Es aquí donde muchas personas se disculpan para no confesarse con esta frase: “pero si yo no mato, no robo, no juro en vano, honro a mi padre y a mi madre; No necesito confesarme”…

No olvidemos, que podemos también matar con una mala palabra, con una mala mirada. Matamos y herimos a nuestros seres amados cuando juzgamos, cuando criticamos, no honramos a nuestros padres cuando los dejamos de visitar o sentimos que nos hacen estorbo por su edad o enfermedades…o sencillamente pecamos siendo infieles a nuestra esposa o esposo con un mal pensamiento o deseando la mujer del prójimo. Bueno, las enumeraciones serían muy extensas. Solo coloco estos ejemplos para entender un poco la importancia del Sacramento de la Confesión.

¡Bajémonos del orgullo para poder caminar hacia el perdón, para reconocer que nos equivocamos, para poder encontrar al verdadero Dios!