¡Obedecer a Dios antes que a los hombres!
Inicio mi reflexión con una voz de alabanza y agradecimiento
al Señor, pues la Semana Mayor que pasó significó mucho en mi vida, no solo por
el aprendizaje sino por lo que mi corazón sintió al dar y al recibir inmensos
regalos espirituales.
Esta Pascua que estamos viviendo se transforma en todo
aquello que experimentamos con la muerte y resurrección una vez más, de Nuestro
Señor Jesucristo. No entiendo cómo pueden pasar esas fechas memorables sin
que nuestro ser se agite, la conciencia
grite y nuestro corazón se abra para recibir el Amor más grande, Su Amor sin límites.
Todo, absolutamente todo, lo entregó Jesús, sin esperar nada a cambio.
“La vida ha vencido la
muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido al pecado! Se necesita fe y
esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos
que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: ‘¡Señor, dame,
danos la fe, dame, danos la esperanza! ¡La necesitamos tanto! Dejémonos invadir
por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: ‘¡Sí que es cierto:
Cristo ha resucitado!’. ¡El Señor ha resucitado entre nosotros!” Papa Francisco.
Si somos Católicos, con una Fe fortalecida, fundada en la
práctica y en el conocimiento de la doctrina y por supuesto en obedecer los
lineamientos de vida que nos traza el
seguir a Dios, entonces, tuvo que pasar algo en nuestro interior. Hace unos
días, exactamente el mes pasado. Posiblemente sea un paso más hacia la conversión,
o un cambio de vida, de actitudes, de reflexión ante la situación que cada uno
estemos viviendo. O sencillamente nos dimos cuenta que erramos, que pecamos
constantemente; con nuestro actuar, con nuestras conductas, al juzgar, al
criticar. O incluso nos creemos casi santos y poderosos y no mirarnos sino la
paja en el ojo ajeno y no la nuestra.
Así dice en la
Sagradas Escrituras:” ¿y por qué te fijas en la pelusa que tiene
tu hermano en un ojo, si no eres consciente de la viga que tienes en el tuyo? ¿Cómo
puedes decir a tu hermano: “hermano, deja que te saque la pelusa que tienes en
el ojo”, si tú no ves la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu
propio ojo para que veas con claridad, y entonces sacarás la pelusa del ojo de
tu hermano. (Sn Lucas 6, 41-42).
Traigo a colación esta cita bíblica porque en muchas
oportunidades creemos ser dueños de la absoluta verdad, basados únicamente en
nuestro entendimiento, pero ni siquiera nos preocupamos por escuchar la voz del
Padre, de hacer silencio para poder oírlo. Esa es la única forma de poder
escuchar a Dios, en el silencio. Pero el mundanal ruido nos ataca por todas
partes: las carreras de la vida cotidiana, la música estruendosa, el televisor,
los juegos electrónicos, el teléfono celular y el uso de las redes sociales que
nos bombardean a cada instante. O simplemente, la preocupación por el tener y
querer más cosas, por cumplir metas y ser exitosos. Y, nos quedamos solo
escuchando al mundo, a los hombres, y cerramos nuestros oídos y vendamos nuestros
ojos para no seguir realmente a quien es el camino, la verdad y la vida:
¡Jesús¡
Pero, son muy pocos los momentos, los minutos o las horas que
dedicamos a nuestro crecimiento espiritual, a la oración, al participar en la
Sagrada Eucaristía, a acudir al Sacramento de la Reconciliación. A leer en casa
la Biblia o un libro espiritual de la Iglesia Católica. O a Rezar el santo
Rosario.
Todo nos ayuda a crecer en lo que realmente vale la pena: trabajar
para salvar nuestra alma y la de nuestros seres queridos, porque el tiempo es
ahora. Más adelante de repente será demasiado tarde. Así, lo demás llegará por
añadidura.
El infierno está lleno
de bocas cerradas…
Quiero
traer a contexto una frase que me caló muy hondo en el corazón. La escribió el fundador de la Obra de Dios,
el Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer. Dice así:
“Resulta
más cómodo—pero es un descamino—evitar a toda costa el sufrimiento, con la
excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente, en esa inhibición se esconde
una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de ordinario no es agradable
hacer una advertencia seria. Hijos míos, acordaos de que el infierno está lleno
de bocas cerradas”. (Libro: Amigos de Dios, 161).
¡Gran
maestro!, ¿y por qué lo cito?, porque precisamente en Semana Santa estuve de
manera casual, en circunstancias de familias creyentes, donde los padres no
abrieron su boca para motivar a sus hijos a ir a la Iglesia, a recogerse en los
días santos, a realizar un descanso en el espíritu o en el cuerpo y a decir un
“No” ante las cosas del mundo. Esto, con la excusa de no molestarlos o no
privarlos de su libertad. Y esto es solo circunstancial.
¿cuántas
veces podemos ver o presenciar situaciones de parejas fuertes como el adulterio
por ejemplo, o el alcoholismo en la familia, o hijos por el camino de las
drogas o decisiones funestas como un aborto, o adicciones que matan el cuerpo y
el alma, como la pornografía en algún ser cercano y nos limitamos a
callar?, únicamente por no herir sentimientos o no involucrarnos, (que es la
posición más cómoda), siendo de pronto nosotros conocedores de la verdad… ¡qué
gran error y cuanto nos costará cuando tengamos que rendir cuentas a nuestro Creador,
de lo que hicimos, dijimos, hicimos o dejamos de hacer!
Y,
cito de nuevo palabras del Santo Papa Francisco: "No se dejen
vencer por los miedos, la tristeza y la desesperanza, abramos al Señor nuestros
sepulcros sellados para que Jesús entre y los llene de vida.” Y Nos llene el
entendimiento de la verdad, que la necesitamos tanto. Porque la gran mayoría de
las veces no creemos que podemos escuchar la voz de Dios y nos dejamos
persuadir por voces humanas, por razones humanas, por acciones netamente de los
hombres, sin fijarnos que hay un Ser Superior, que todo lo sabe, que todo lo acierta
y que está latente, vivo, cerca de nosotros para darnos la mano, para
brindarnos su Amor, su apoyo, su ayuda incondicional.
Pero
lo más grande es abrirnos a sus brazos misericordiosos, a pesar de nuestros
errores, de nuestras caídas, de nuestra pequeñez. Y lo reitero una vez más,
como lo exclamaron Pedro y los apóstoles:
“Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis,
colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y
salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados.
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le
obedecen”. (Del libro de Los hechos de los apóstoles Cap. 5,27-33).
¡FELICES
PASCUAS PARA TODOS!