lunes, 30 de diciembre de 2013

¡ALEGRÉMONOS!  NACIÓ EL AMOR…


El nacimiento de Jesús tiene un verdadero sentido para todos aquellos que con austeridad, de alma y cuerpo, vivimos la espera (época de adviento), nos alegramos del nacimiento y seguimos con el corazón e históricamente, la vida de aquel hombre que se hizo igual a cada uno de nosotros y que asumió la dinámica humana, para darnos ejemplo del verdadero poder del “Amor”. Y es que Nuestro Señor fue bebé, niño, adolescente y adulto, vivió y fue educado en una familia, la familia de Nazaret. Al contemplarlo recién nacido, nos dice claramente: que Él vino pobre para mostrarnos que no debemos apegarnos a las cosas pasajeras, materiales; que vino desnudo para sugerirnos que debemos vivir libres de esclavitudes. Nació en la sencillez y en la humildad para que no alimentemos sentimientos de orgullo, odio o soberbia. Y, que vino indefenso para enseñarnos que no debemos ser violentos sino pacíficos. Finalmente, nació en  silencio, para que rechacemos la ostentación y los aplausos.

Muchas veces, asumimos esta realidad, como si tan solo fuera un cuento o una historia imaginaria. Este fue el más claro modelo de una familia y toda la responsabilidad que ésta genera a su interior, cuando decidimos crearla. Una familia donde el amor desbordó en sabiduría.  “Las mujeres deben ser dóciles a sus maridos, pues el Señor así lo quiere. Los maridos deben amar a sus mujeres y no tratarlas con dureza. Los hijos deben obedecer a sus padres en todo, porque es cosa agradable al Señor. Padres, no deben tratar mal a sus hijos, para que no se vuelvan apocados”. (Colosenses Cap. 3 Vers. 18-21). Época de unión familiar, alegría, de calor de hogar, de perdón de reconciliación. Recordemos siempre lo que dice el Señor:” ¡Hijos, óiganme, les habla su padre! Sigan mis consejos y se salvarán. Porque el Señor quiso que los hijos respetaran a su padre, estableció la autoridad de la madre sobre sus hijos. El que respeta a su padre obtiene el perdón de sus pecados; el que honra a su madre se prepara un tesoro”. (Siracides Cap. 3 Ver 1-5).

También podríamos afirmar que este tiempo es dado a la reflexión, a raíz del nacimiento del Salvador y la culminación de un año.  Desde el regalo de la fe, es importante que seamos conscientes de la presencia de Nuestro Señor en nuestra vida, en nuestra historia. Debemos preguntarnos abiertamente ¿Reconozco a un Dios que me libera todos los días, que me bendice, que me perdona, que está en mi corazón, en mi mente y en mi cuerpo, que camina junto a mí, dentro de mí, que me acompaña, me fortalece, me ilumina, guía, que me cuida en la salud, en la enfermedad, en lo mucho y en lo poco, lo escucho, siento su presencia,  es mi eje, mi fortaleza? Tantos interrogantes…

Y es que definitivamente la luz de Dios, disipa la oscuridad, la oscuridad del mundo, el que muchas veces nos hace ver el mal como bien o las cosas buenas como malas como por ejemplo; los valores alterados, la fe perdida, el egoísmo; donde filosofías y ciencias nos hablan de buscar primero nuestra propia felicidad a cualquier precio, sin importar qué, quién o quienes se sacrifiquen. Muchas veces nos dejamos guiar por lo que predomina y se vuelve común en la sociedad, en nuestro entorno y resultamos aprobando o formando parte de lo mismo. Finalmente nos volvemos tan ciegos que no reconocemos a un Ser Supremo en nuestra vida, y actuamos como si  nuestros logros fueran proporcionados por nuestras propias fuerzas, procedentes del mundo. “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues de toda la corriente del mundo, la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos y la arrogancia de los ricos, nada viene del Padre sino del mundo. Pasa el mundo con todas sus codicias, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1-Juan Cap. 2 Vers.15-17).

La Fe abre nuestro corazón y nuestra mente, para reconocer y saber dónde está Dios; si a través de su palabra, en nuestro esposo (a), nuestros hijos, padres, familiares, amigos, en el prójimo o en los sacramentos, donde tenemos un verdadero encuentro con el amado. Que interesante ejercicio  evaluar nuestra vida, nuestra vida espiritual, y al final poder exclamar lo que dijo algún día la mística francesa Marta Robín (fundadora de los Foyer de Charité en el mundo). “Oh Jesús Mi luz, mi amor y mi vida., haz que sólo te conozca a Ti, ame sólo a Ti, viva sólo de Ti, contigo, en Ti... y sólo para Ti".

Amén.

domingo, 15 de diciembre de 2013

SÉ  MI LUZ, ¡ENCIENDE MI ALMA!


Señor Jesús hoy quiero contarte que por estos días escucho mucho ruido exterior que no me deja pensar en Ti, hay muchas luces que no me dejan verte, hay muchas distracciones que no me dejan ponerte cuidado, hay tantas carreras y afanes que no me permiten mirarte y lo que es peor no tengo tiempo ni para mí y mucho menos para oír mi corazón. Si tan solo pudiéramos hacer silencio dentro de nuestro interior para escucharte cuando nos hablas, para permitirte entrar en nuestras vidas, todo sería diferente. Tú eres el único que puede liberarnos de cualquier pecado, de alguna atadura, de una enfermedad, preocupación, problema o de cualquier situación o circunstancia por la que estemos pasando, solo tú Señor puedes curarnos, puedes sanarnos, puedes transformarnos. Hay una sola cosa que debemos hacer “Creer”. Nuestro Señor es la luz del mundo, Él es real. Debemos dar gracias además, por el don de la Fe. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida”. (Juan Cap. 8 Ver 12).

Cuando digo la palabra luz, pienso en la virtud de la esperanza y la esperanza se fundamenta en la fe. Ahora bien, la falta de esperanza y la falta de confianza en lo que Dios pueda o no hacer en nuestras vidas y en lo que nosotros podamos hacer  con su ayuda, trae como consecuencia que nuestro corazón se cierre. Mientras que la fe hace que me adhiera a la verdad transmitida por las Sagradas Escrituras, donde la bondad de ese Ser Supremo es absoluta, lo mismo que su misericordia y fidelidad a sus promesas. La fe definitivamente es la raíz de nuestra salud y liberación; de ella nace todo un proceso de vida, un estilo de vida, guiado por el Señor y la amada Virgen María. Recordemos lo que dice en la carta a los Hebreos “La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver”. Y lo que dijo el Señor a sus discípulos y nos dice a nosotros: “En verdad les digo: si tuvieran fe, del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes. (Mateo Cap. 18 Ver 20-21).

Así mismo, la esperanza nos cura del miedo y el desaliento, dilata el corazón y permite que el amor se expanda, por ende la luz del Señor entra y nos invade. Qué hermosa es la esperanza, nos da confianza, paciencia, espera, fortaleza para no desfallecer en el camino elegido, humildad de corazón y pobreza de espíritu, para abrir la puerta a los tesoros que alimentan el alma.Al mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones”. (Romanos Cap. 5 Ver. 3-5).

El adviento viene de la palabra latina “adventus”que significa “venida”. Y en la liturgia hemos escuchado repetidas veces por estos días, que estamos en la época de adviento, o sea, esperando la llegada de Nuestro Señor, del Mesías. Yo me preguntaba ¿cómo me estoy preparando para cuando Él llegue? y encontré varias respuestas: Con una fe absoluta y total confianza que el Señor cumplirá sus promesas. Si permito que Él tome mi vida y la gobierne, convencida de que estaré en las mejores manos y nunca seré defraudada. También, dejándome guiar para que transforme mi corazón duro e insensible en uno amoroso, humilde, compasivo y generoso. Permitiendo que Dios actúe a través de mis acciones, que administre mis planes y que yo pueda soñar con sus sueños.

Es época de Navidad, de alegría, regocijo, pero también es tiempo de cambio, de reflexión, de mirar hacia adentro, de escucharnos a nosotros mismos. Es el momento de actuar y dejar los oídos sordos, los ojos ciegos y las manos quietas, y decirle Sí, al Señor. Te acepto en mi vida, te permito que seas mi luz, mi sendero mi guía. Sin ti nada valgo, nada soy. Ni las más grandes teorías, ciencias o filosofías han podido negarte. Somos seres absolutamente incompletos sino aceptamos que existes, que eres el  ¡Todopoderoso!