SÉ MI LUZ, ¡ENCIENDE MI ALMA!
Señor Jesús hoy quiero
contarte que por estos días escucho mucho ruido exterior que no me deja pensar
en Ti, hay muchas luces que no me dejan verte, hay muchas distracciones que no
me dejan ponerte cuidado, hay tantas carreras y afanes que no me permiten mirarte
y lo que es peor no tengo tiempo ni para mí y mucho menos para oír mi corazón.
Si tan solo pudiéramos hacer silencio dentro de nuestro interior para escucharte
cuando nos hablas, para permitirte entrar en nuestras vidas, todo sería
diferente. Tú eres el único que puede liberarnos de cualquier pecado, de alguna
atadura, de una enfermedad, preocupación, problema o de cualquier situación o circunstancia
por la que estemos pasando, solo tú Señor puedes curarnos, puedes sanarnos,
puedes transformarnos. Hay una sola cosa que debemos hacer “Creer”. Nuestro Señor
es la luz del mundo, Él es real. Debemos dar gracias además, por el don de la
Fe. “Yo
soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá
luz y vida”. (Juan Cap. 8 Ver 12).
Cuando digo la palabra luz,
pienso en la virtud de la esperanza y la esperanza se fundamenta en la fe.
Ahora bien, la falta de esperanza y la falta de confianza en lo que Dios pueda
o no hacer en nuestras vidas y en lo que nosotros podamos hacer con su ayuda, trae como consecuencia que
nuestro corazón se cierre. Mientras que la fe hace que me adhiera a la verdad
transmitida por las Sagradas Escrituras, donde la bondad de ese Ser Supremo es
absoluta, lo mismo que su misericordia y fidelidad a sus promesas. La fe definitivamente
es la raíz de nuestra salud y liberación; de ella nace todo un proceso de vida,
un estilo de vida, guiado por el Señor y la amada Virgen María. Recordemos lo
que dice en la carta a los Hebreos “La fe es como aferrarse a lo que se espera,
es la certeza de cosas que no se pueden ver”. Y lo que dijo el Señor a sus discípulos
y nos dice a nosotros: “En verdad les digo: si tuvieran fe, del
tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: quítate de ahí y ponte
más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes. (Mateo
Cap. 18 Ver 20-21).
Así mismo, la esperanza nos
cura del miedo y el desaliento, dilata el corazón y permite que el amor se expanda,
por ende la luz del Señor entra y nos invade. Qué hermosa es la esperanza, nos
da confianza, paciencia, espera, fortaleza para no desfallecer en el camino
elegido, humildad de corazón y pobreza de espíritu, para abrir la puerta a los
tesoros que alimentan el alma. “Al
mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la
prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la
madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha
dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros
corazones”. (Romanos Cap. 5 Ver. 3-5).
El adviento viene de la
palabra latina “adventus”que significa “venida”. Y en la liturgia hemos
escuchado repetidas veces por estos días, que estamos en la época de adviento, o
sea, esperando la llegada de Nuestro Señor, del Mesías. Yo me preguntaba ¿cómo
me estoy preparando para cuando Él llegue? y encontré varias respuestas: Con
una fe absoluta y total confianza que el Señor cumplirá sus promesas. Si
permito que Él tome mi vida y la gobierne, convencida de que estaré en las
mejores manos y nunca seré defraudada. También, dejándome guiar para que transforme
mi corazón duro e insensible en uno amoroso, humilde, compasivo y generoso. Permitiendo
que Dios actúe a través de mis acciones, que administre mis planes y que yo
pueda soñar con sus sueños.
Es época de Navidad, de
alegría, regocijo, pero también es tiempo de cambio, de reflexión, de mirar
hacia adentro, de escucharnos a nosotros mismos. Es el momento de actuar y
dejar los oídos sordos, los ojos ciegos y las manos quietas, y decirle Sí, al
Señor. Te acepto en mi vida, te permito que seas mi luz, mi sendero mi guía.
Sin ti nada valgo, nada soy. Ni las más grandes teorías, ciencias o filosofías han
podido negarte. Somos seres absolutamente incompletos sino aceptamos que
existes, que eres el ¡Todopoderoso!
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