domingo, 13 de abril de 2014


LA DUREZA DE NUESTRO CORAZÓN



¡Gracias Señor por lo que me has permitido vivir, por haber logrado que volviera mis ojos hacia ti!.... Inicio mi reflexión con estas palabras de alabanza y reconocimiento al Padre, al creador, no ha sido fácil, lo admito, pero ha sido infinitamente maravilloso poderte encontrar en medio del sufrimiento. Sí, es paradójico, porque hay dolor, pero a la vez alegría y una paz infinita, sin límites, un gozo inimaginable.

Cuando acepté al Señor en mi vida, en mi historia, en mi realidad, empecé a ver  la luz, la luz de la conciencia, la luz del arrepentimiento, la luz de la cruz y del reconocer mis pecados. Se despertó en mí, la necesidad de hablar con el Señor, de recurrir al Sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía de manera regular y empezar a liberarme. Inicié también un proceso de sanación interior, de perdón conmigo misma, de perdón con mi esposo, de perdón con mi historia, con mi pasado, con aquellos seres humanos que me maltrataron consciente e inconscientemente, y a los que yo también hice daño, con familiares y amigos.  “Yo te amo, Señor, mi fuerza. Él es mi roca y mi fortaleza, es mi libertador y es mi Dios, es la roca que me da seguridad; es mi escudo y me da la victoria” (Salmo 18, 2,3).

Yo no entendía la dureza de mi corazón, es más ni si quiera la percibía. Todo lo contrario, me ufanaba de tener un corazón lindo, bueno, noble, el mejor de todos. Solo hasta que pude detenerme en mi interior empecé a conocerlo. Y, es que abrir el corazón especialmente a Dios no es sencillo, estamos llenos de muchas cosas, de bacterias en nuestro ser que nos atan y nos esclavizan, que no nos dejan ser realmente libres. El diario vivir nos apabulla en medio del mundo, de las cosas que creemos más urgentes y necesarias. Y peor aún, cuando decidimos cerrar la puerta de la Fe, trancarla y colocar un candando inmenso ante ese Don divino, es allí donde inicia nuestra oscuridad. Donde pretendemos con nuestro razonamiento entender a Dios y vivirlo. Es aquí donde la brecha de lo humano y lo divino se divide.
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Y es que, al Señor, se le conoce en lo sencillo, en el respeto y amor al prójimo, en la caridad de nuestros actos, en la responsabilidad y fidelidad con nuestras libres decisiones. En el silencio, en la humildad, en trabajar para que ese corazón de piedra se transforme en un corazón de carne. Y esto, solo se logra con la Fe, la que permite navegar mar adentro de nuestro espíritu, de nuestra alma, la que accede a creer sin ver, la que llena todos los espacios, todas las adversidades, la que abre la puerta a un nuevo camino, a una nueva vida, a la esperanza, al amor, al auténtico y verdadero; el amor del Padre Celestial. ¡Así amó Dios al mundo!” Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él”. (Juan Cap. 3, vers.16-17).

En el momento de escribir este blog, estamos iniciando la Semana Santa, y viene a mi memoria con el versículo citado anteriormente, imágenes de la Pasión de Jesús y todo lo que soportó por amor a nosotros, no puedo evitar las lágrimas; dio tanto, sufrió tanto, que me hace sentir pequeña, insignificante ante tan inmenso sacrificio. Me cuestiona mi fragilidad, mi pobreza y dureza de corazón para amarlo, alabarlo, postrarme a sus pies, honrar su nombre, entender su palabra, vivir plenamente su doctrina. Que ignorancia tan grande. Si tuviéramos un poquito de sabiduría para entender de lo que nos estamos perdiendo. Es un regalo maravilloso encontrar a Dios, entregarle nuestro ser, reemplaza cualquier cosa, cualquier afecto, cualquier filosofía humana, psicología o auto superación. Con el amor de Dios no es necesario mendigar otro amor, ni buscar algo más. Es tan inmenso y tan perfecto, que llena toda nuestra existencia.

“Quiero que la gente te vea a ti, Jesús, no a mí”, enfatizó, el  actor estadounidense Jim Caviezel, cuando habló sobre  su conversión al realizar la película  del director y productor, Mel Gibson, “La Pasíon de Cristo”. (Ver testimonio en You Tube inglés y español). Caviezel, relata como Dios tocó y habló a su corazón y pudo sentir el sufrimiento de Jesús en toda su dimensión.  Si, y así debe ser, tenemos que llegar a sentir a Jesús en nuestra vida, en todo momento, en cualquier lugar y circunstancia.

Pero debemos despojarnos de muchas cosas del mundo para poder lograrlo. Si no dedicamos ni siquiera unos momentos para hacer oración, para tener ese encuentro personal con Dios, con la Virgen María, es casi imposible. Sino frecuentamos los Sacramentos, leemos, entendemos su palabra y la ponemos en práctica, es casi imposible, sino participamos de su pan y de su sangre, no se logra. Pero, si tampoco nos humillamos ante Él, bajamos la cabeza y nos hacemos pequeños aplastando la soberbia, será imposible tener ese encuentro. Toca además llegar al silencio, para poder escucharlo. Silencio en nuestro exterior y en nuestro interior. De otra forma es imposible descubrirlo, reconocerlo y amarlo.

No te pierdas esta gran oportunidad. Simplemente es tomar la decisión, de repente es la decisión más importante de nuestra vida… ¡TE AMO SEÑOR!





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