¡NADIE NOS AMA COMO TÚ…SEÑOR!
Que duro es encontrarse con esa realidad: La traición. Es como si fuera
un sueño. Y, se presenta en todas las dimensiones, en una pareja, en un
amigo(a), en un compañero de trabajo, en la propia familia. Somos seres humanos
inconstantes, variables, vacilantes y débiles. Y, si en nuestra vida está un
Dios bombero, mucho peor. O un Dios y una Fe creada y vivida a nuestro parecer,
que pobreza. Debemos actuar de manera coherente con la Fe que
profesamos. No podemos ser unos en el grupo de oración, en la comunidad, en la iglesia y ser otros en el trabajo, con nuestro esposo(a),
mamá, papá, hijos, amigos y en el trato con los demás. Claro que no, esto es
engaño y algo peor, le mentimos a Dios y
a los que depositan su confianza y amor en nosotros, vestidos de ovejas mansas
y nos mentimos a nosotros mismos porque con este actuar somos como lobos
feroces.
Es por esto que El Todopoderoso nos llama y nos moldea. Nos ama realmente. Trabaja en
nosotros si se lo permitimos. Pero no de palabra únicamente, debemos esforzarnos ,
como en todo. Para llegar a conseguir grandes resultados debemos trabajar y a
conciencia. No podemos llegar a conocer
a alguien si no lo escuchamos, si no abrimos nuestro corazón y si no nos
despojamos de tantas ataduras: ataduras sentimentales por ejemplo, no olvidemos
que Nuestro Señor debe ser el primero en todo, en ¡todo!. Incluso en una
familia, el orden evangélico es primero Dios, segundo el esposo(a), luego los
hijos y después el servicio a los demás. Yo viví esto. Tenía a mi esposo en el
pedestal más alto, era como un semidios, según yo, no podía vivir sin él. Y, el
día que menos esperaba, El Señor me lo quitó. Solo de esta manera pude entender
que Dios debía ser el primero en mi vida, en mis afanes, en
mi cotidianidad, en mi interior, en mi misma, en todo mí ser.
Ataduras como el dinero, añorar cosas materiales, afán de tener y tener más, recordemos
que no podemos servir a dos dioses al
mismo tiempo. Y, es que esta atadura es demasiado fuerte, no permite muchas
veces que nos podamos abandonar en el Señor, plenamente. El dinero y las cosas
van y vienen. Pero no podemos entender que el que confía en Dios nada le falta.
Ataduras a los vicios; cigarrillo, licor, sexo. O más cerca, estar
viviendo constantemente con pecados capitales como parte de nuestra
existencia; la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la
envidia y la pereza. Somos nosotros los que nos colocamos nuestras propias
cadenas. Quienes nos atamos y nos privamos de nuestra libertad. Es peor que
estar físicamente en una cárcel, es estar encadenados de cuerpo, alma y
corazón. Quizas, este es el primer paso que debemos dar para encontrarnos a
nosotros mismos, quitarnos estas ataduras que nos oprimen, que de pronto nos
proporciona felicidad, pero momentánea, efímera. Es encontrarnos con nuestra
propia realidad, con nuestra propia cara y hacer la elección: seguir a Dios y
todos sus preceptos o vivir sin Él, a nuestra comodidad, con nuestras propias
fuerzas, con nuestra propia verdad.
“Lo mismo pasa con un árbol sano: da frutos buenos, mientras que el
árbol malo, produce frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos,
como tampoco un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buenos
frutos se corta y se echa al fuego. Por lo tanto a ustedes los reconocerán por
sus obras. (Mateo Cap.
7, Vers. 17-20). Si cada día nos dejamos atar más de nuestras debilidades y no
nos esforzamos por trabajar y alimentar nuestro espíritu, seguramente nuestro
corazón estará cosechando vacío, amor propio, antivalores, ceguera espiritual,
egoísmo, rencores, tristeza, desesperanza, pasividad, letargo. Pero, si por el
contrario, decidimos crecer espiritualmente, buscar respuestas, reconocer y
postrarnos ante el Todopoderoso, confiar en un Ser Superior, clamarle para que
nos ayude a vencer todo aquello que nos hace esclavos de sí mismos, lo más
seguro, es que nuestro corazón este cosechando amor, libertad, alegría, paz
interior, verdad, valores, amor al prójimo, esperanza, perdón y reparación.
Y, seguramente se cumplirá lo último de esta cita bíblica: “los
reconocerán por sus obras”. Porque en el momento que logremos limpiar y sanar
nuestro corazón; se llenará de amor,de amor de Dios. Luego, podremos salirnos de nosotros mismos e iniciar un
trabajo por lo demás, por nuestro entorno, por los seres queridos, por la humanidad misma. Un
trabajo para el Señor. Es allí donde empezaremos a dar frutos buenos, antes, imposible.