domingo, 29 de junio de 2014

¡NADIE NOS AMA COMO TÚ…SEÑOR!



 “Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces”. (Mateo Cap. 7, Ver. 15). Somos tantas veces ovejas mansas en nuestra parte externa; nuestro rostro, nuestro cuerpo. Pero, realmente lo que tiene nuestro corazón es pura basura. Tenemos convicciones superfluas acomodadas a nuestro antojo. Manejamos sentimientos que van y vienen según el día o la persona. Pero, sobre todo, poseemos grandes mentiras ,las del mundo, relacionadas con nuestra Fe. Escuchaba hace poco la homilía de un sacerdote cercano hablando sobre el tema y nos hacia una pregunta: ¿A cuántos de los que estamos aquí nos ha pasado que conocemos a una persona muy querida, en la cual depositamos toda nuestra confianza, pero que al cabo del tiempo su actuar nos desconcierta y nos sentimos traicionados, desilusionados? Creo que nos ha pasado a todos. De repente, hasta hemos sido nosotros mismos los que actuamos así.

Que duro es encontrarse con esa realidad: La traición. Es como si fuera un sueño. Y, se presenta en todas las dimensiones, en una pareja, en un amigo(a), en un compañero de trabajo, en la propia familia. Somos seres humanos inconstantes, variables, vacilantes y débiles. Y, si en nuestra vida está un Dios bombero, mucho peor. O un Dios y una Fe creada y vivida a nuestro parecer, que pobreza.  Debemos  actuar de manera coherente con la Fe que profesamos. No podemos ser unos en el grupo de oración, en la comunidad,  en la iglesia  y ser otros en el trabajo, con nuestro esposo(a), mamá, papá, hijos, amigos y en el trato con los demás. Claro que no, esto es engaño y  algo peor, le mentimos a Dios y a los que depositan su confianza y amor en nosotros, vestidos de ovejas mansas y nos mentimos a nosotros mismos porque con este actuar somos como lobos feroces.

Es por esto que El Todopoderoso nos llama y nos moldea. Nos ama realmente. Trabaja en nosotros si se lo permitimos. Pero no de palabra únicamente, debemos esforzarnos , como en todo. Para llegar a conseguir  grandes resultados debemos trabajar y a conciencia. No podemos llegar a conocer  a alguien si no lo escuchamos, si no abrimos nuestro corazón y si no nos despojamos de tantas ataduras: ataduras sentimentales por ejemplo, no olvidemos que Nuestro Señor debe ser el primero en todo, en ¡todo!. Incluso en una familia, el orden evangélico es primero Dios, segundo el esposo(a), luego los hijos y después el servicio a los demás. Yo viví esto. Tenía a mi esposo en el pedestal más alto, era como un semidios, según yo, no podía vivir sin él. Y, el día que menos esperaba, El Señor me lo quitó. Solo de esta manera pude entender que Dios debía ser el primero en mi vida, en mis afanes, en mi cotidianidad, en mi interior, en mi misma, en todo mí ser.

Ataduras como el dinero, añorar cosas materiales, afán de tener y tener más, recordemos que no podemos servir a dos dioses  al mismo tiempo. Y, es que esta atadura es demasiado fuerte, no permite muchas veces que nos podamos abandonar en el Señor, plenamente. El dinero y las cosas van y vienen. Pero no podemos entender que el que confía en Dios nada le falta.
Ataduras a los vicios; cigarrillo, licor, sexo. O más cerca, estar viviendo constantemente con pecados capitales  como parte de nuestra existencia; la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Somos nosotros los que nos colocamos nuestras propias cadenas. Quienes nos atamos y nos privamos de nuestra libertad. Es peor que estar físicamente en una cárcel, es estar encadenados de cuerpo, alma y corazón. Quizas, este es el primer paso que debemos dar para encontrarnos a nosotros mismos, quitarnos estas ataduras que nos oprimen, que de pronto nos proporciona felicidad, pero momentánea, efímera. Es encontrarnos con nuestra propia realidad, con nuestra propia cara y hacer la elección: seguir a Dios y todos sus preceptos o vivir sin Él, a nuestra comodidad, con nuestras propias fuerzas, con nuestra propia verdad.

“Lo mismo pasa con un árbol sano: da frutos buenos, mientras que el árbol malo, produce frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buenos frutos se corta y se echa al fuego. Por lo tanto a ustedes los reconocerán por sus obras. (Mateo Cap. 7, Vers. 17-20). Si cada día nos dejamos atar más de nuestras debilidades y no nos esforzamos por trabajar y alimentar nuestro espíritu, seguramente nuestro corazón estará cosechando vacío, amor propio, antivalores, ceguera espiritual, egoísmo, rencores, tristeza, desesperanza, pasividad, letargo. Pero, si por el contrario, decidimos crecer espiritualmente, buscar respuestas, reconocer y postrarnos ante el Todopoderoso, confiar en un Ser Superior, clamarle para que nos ayude a vencer todo aquello que nos hace esclavos de sí mismos, lo más seguro, es que nuestro corazón este cosechando amor, libertad, alegría, paz interior, verdad, valores, amor al prójimo, esperanza, perdón y reparación.

Y, seguramente se cumplirá lo último de esta cita bíblica: “los reconocerán por sus obras”. Porque en el momento que logremos limpiar y sanar nuestro corazón; se llenará de amor,de amor de Dios. Luego, podremos salirnos de nosotros mismos e iniciar un trabajo por lo demás, por nuestro entorno, por los seres queridos, por la humanidad misma. Un trabajo para el Señor. Es allí donde empezaremos a dar frutos buenos, antes, imposible.










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