DAME UN CORAZÓN
HUMILDE PARA AMARTE
Solo cuando me postré ante Ti puede entender que es la única forma de
amarte. Solo así te conozco más, te pienso
más. Estás allí, al lado mío, te siento
en mi corazón. Sé que no son momentos fáciles, soy frágil y veo que me muestras
en cada acción, en cada palabra, en cada suceso; tu grandeza Señor. De la
humildad nace el Amor, y quizá el verdadero Amor. La humildad me cuesta, como
nos cuesta a todos los seres humanos. Por esta razón quise escribir hoy sobre
este tema. Porque no ha sido fácil asimilarlo y porque encontré un verdadero
camino, o más bien, el único Camino que nos lleva a conocer a Dios: ¡Ser y
sentirnos cada vez más pequeños para que el Señor sea cada vez más grande! En
nuestra existencia esa es la clave.
La humildad es una virtud.
Esta palabra proviene del latín:
humilitas, que significa abajarse; y según la definición del Catecismo
Católico, la Humildad
se puntualiza como la virtud moral por la que el hombre reconoce que de sí
mismo solo tiene la nada y el pecado. Todo es un Don de Dios, de quien todos
dependemos y a quien se debe toda la gloria. El hombre humilde no aspira a la
grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de
Dios es un valor superior. Va tras otros tesoros. No está en competencia. Se ve
a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al Amor
y al servicio, sin desviarse en juicios que no le pertenecen.
Solo los pobres y humildes
de corazón son libres. Solo los pobres y humildes de corazón son felices.
Me quedé leyendo varias veces estas palabras y son perfectas. Somos
orgullosos de las cosas que creemos son nuestras. Sí, de títulos, de éxitos, de
cargos, de la ropa que usamos, del carro que tenemos. Esclavos de la vanidad
física, o del dinero que poseemos o simplemente de la verdad que manejamos en
nuestras vidas o en nuestros entornos. Tanta ceguera, tanta ridiculez, tantas
mentiras que vamos acumulando provenientes del mundo. Para comprender tan solo
que cuando descubrimos el Amor de Dios, Él nos llena cualquier cosa, cualquier
necesidad, cualquier vacío. Es un gran tesoro, inigualable hallazgo.
Casi siempre al humilde se le ve tranquilo, no se encoleriza, ni
siquiera sube el tono de voz, es capaz de perdonar y cierra la puerta al
rencor. Habita en la moradas de la
Paz y devuelve bien por mal. No juzga, no presupone, su
estilo es de alta cortesía. Para el humilde no existe el ridículo, nunca el
temor llama a su puerta. Le tienen sin cuidado las opiniones ajenas y nunca la
tristeza asoma a su ventana.
“El humilde ve las cosas como
son, lo bueno como bueno, lo malo como malo. En la medida en que un hombre es
más humilde crece una visión más correcta de la realidad. ¡La humildad es la Verdad !” (Santa Teresa de
Ávila).
Yo me pregunto, ¿por qué debe aparecer una desgracia, una enfermedad,
una quiebra económica o la muerte inesperada de un ser querido y otros
acontecimientos terrenales, para darnos cuenta y reconocer que existe un Ser
Supremo y que debemos clamar ayuda? Algunos sí lo hacemos, pero otros, sumidos
en la terquedad, aunque pasen estas cosas duras, siguen empecinados en que
pueden solos continuar. Solo tienen fe en sus
propias fuerzas.
Estamos en este mundo no por casualidad. Dios nos creó y nos dio una
misión. Y cuando nos encontremos con Él nos pedirá cuentas. A los que nos
regaló un esposo (a), hijos, y familia, por ejemplo, nos preguntará qué hicimos
con ellos, hasta dónde luchamos por el Amor. Y esto va de la mano con la
humildad, porque muchas veces por el orgullo y el egoísmo, cerramos el corazón
a grandes maravillas de la vida y terminamos destruyendo sueños, proyectos de
vida y sembrando dolor. El hombre
humilde, cuando localiza algo malo en su vida puede corregirlo, aunque le
duela. El egoísta y el soberbio, al no aceptar, o no ver ese defecto, no puede
corregirlo, y se queda con él.
Jesús, fue el ejemplo más grande de humildad. Predicó, hizo milagros,
sanó a enfermos, perdonó al pecador, se sentó a la mesa con los fariseos, miró
a los ojos a sus traidores. Y realizó miles de cosas más. Siempre pidió
silencio ante sus actuaciones, no quiso figurar. No reclamó aplausos ni se
ufanó de sus prodigios. Todo lo contrario: al azotarlo, al colocarle una corona
de espinas y burlarse de Él, al flagelarlo, al crucificarlo, al ofenderlo y
degradarlo a lo más mínimo como ser humano… ante todas estas barbaridades, el
Hijo de Dios, únicamente pidió misericordia y perdón para sus enemigos. Que
gran modelo de humildad.
Ahora más que nunca entiendo a Pierre Goursat (1914-1992) laico francés
fundador de la
Comunidad Católica Emmanuel, cuando dijo estas palabras: ¡Tan
solo somos unos pobres tipos! Y, que pobres somos. Cuando nos tocan nuestro
ego, nos descomponemos. Cuando nos equivocamos y no lo aceptamos, gritamos y
nos desesperamos y nos cuesta reconocer el error. Cuando el orgullo sobre pasa
cualquier realidad y la soberbia nos aparta de la Luz , somos unos pobres seres
humanos.
"El grado más perfecto de humildad es complacerse en los
menosprecios y humillaciones. Vale más delante de Dios un menosprecio sufrido pacientemente
por su Amor, que mil ayunos y mil disciplinas." (San Francisco de Sales).
De la humildad no se acabaría de hablar jamás. La humildad abre puertas,
pero sobre todo, transforma vidas y corazones. A través de la humildad podemos
encontrar el verdadero Amor, el Amor que realmente vale la pena, el Amor más
grande que está sobre todas las cosas, el auténtico, el real, el Amor de Dios.