FIDELIDAD Y PERSEVERANCIA EN EL SEÑOR
Recordaba que el día 31 de diciembre alguien me dijo al despedirse: “que
a las 12 de la noche comas muchas uvas”, y de mí salió una sonrisa
inconsciente, que me mostró que esas supersticiones de años atrás habían
quedado en el pasado. Ahora sonreía y pensaba, ¿Cuándo comí las 12 uvas cambió
el rumbo de mi vida? ¿Cuándo salí corriendo con una maleta me devolvió los
sueños de viajar y encontré por suerte muchos tiquetes? O sencillamente ¿cuándo
prendí velas blancas este color me devolvió la paz interior? Claro que no.
Estaba muy equivocada. Me di cuenta que
con esto solo había perdido el tiempo. El tiempo para darle Gracias al Todopoderoso,
de rodillas, por dejarme vivir un año más, por estar aún en su plan Divino.
Darle gracias por permitirme realizar la misión que Él colocó en mí en el momento que me creó. Y, luego, es
maravilloso poder abrazar a mis seres queridos, con ese abrazo fuerte de
bendición del Señor. Créanme es lo único cierto, es la única verdad.
También pensaba, ¿por qué solo en Navidad la alegría contagia más nuestro
corazón, la bondad, el sentimiento de compartir, de dar, y de estar juntos, se
vuelve más arraigado? La Navidad moldea nuestra alma y aviva las virtudes. Esa
es la razón. Pero cuando terminan estas festividades. Cuando las luces se
apagan, los pesebres se desbaratan, los árboles de Navidad y los adornos se
guardan, ¿qué debe permanecer en nosotros? Simplemente la alegría de sentir a
Dios en nuestro corazón. Debería ser así. Pero muchas veces parece que nos desenchufaran
y volvemos a ser los mismos, sin esperanza, sin caridad, sin amor.Sea cual sea la circunstancia que estemos viviendo, considero, que esa alegría de la Navidad debe permanecer por todo el año en nosotros. Lo demás pasa, así es, solo debe permanecer el amor de Jesús que nació nuevamente y no de forma simbólica. Es aquí cuando nos damos cuenta si realmente nació en el corazón, en nuestro corazón.
Dios no tiene fronteras, religiones, países,
elecciones, colores, razas, continentes o diferencias. Él nos ama a todos. Otra
cosa es que no todos nos dejamos amar por Él.
Observaba a un lindo ser humano, cercano, y lo escuchaba hablar de la
vida y de las situaciones cotidianas, notaba su humildad, su amor. Tenía respeto
por sus elecciones. Pero sentía en mi corazón que esa persona tenía un vacío de
algo, mejor dicho un vacío de alguien, y ese alguien es el de creer en un Dios vivo.
Lo tiene todo y a la vez no tiene nada. Puede hacer, ir allá, y acá, viajar,
trabajar, amar, vivir, soñar, pero estoy segura que todo esto no colma su
existir. Estoy segura que en sus momentos de angustia sentirá más esa soledad
por dentro, porque solo Dios nos llena todo, absolutamente. El dinero, las posesiones,
el bienestar, el trabajo, la grandes metas cumplidas, el éxito, la fama, el
poder de la mente, todo es efímero y vacío, todo pasa, jacta, aburre, llena límites
y no perdura.
Muchos no conocen a Dios, porque no quieren y no les interesa saber de
Él. Muchos lo han conocido, cayeron en pecado y
lo desprecian ahora, lo dejan a un lado y hasta lo aborrecen. Muchos lo
acomodan a su estilo de vida y no cambian sus pensamientos y sus actos, o sus
preceptos. Muchos no saben de Él y lo ignoran, o simplemente no se han dado la oportunidad de
descubrirlo. Muchos otros prefieren criticarlo, a través de la censura de la
Iglesia, de la religión, de los rumores, de las noticias. Buscan pretextos allí y acá para negar su
existencia y para negar su nombre. O, simplemente, muchos prefieren el camino
fácil, el camino “del yo y el súper yo”, “lo puedo todo y no necesito de nadie
más”. Un sacerdote conocido, de edad
avanzada, quien tiene como misión atender a pacientes terminales, en algunas
ocasiones durante la homilía, relata experiencias vividas en este trabajo. Y
muy sabiamente reitera: “El ateo más
ateo, en el último momento, cuando siente que la vida se le está yendo, casi
sin poder hablar me pide, me suplica hacer una oración por él y en su mirada
veo el rostro de Jesús, el que pudo reconocer antes de partir de este mundo”.
Esto ratifica más mi Fe. Esto me enseña más y
me prepara para esperar la segunda venida del hijo de Dios, lo que llaman la
Parusía. “Por lo que se refiere a ese día y cuándo vendrá, nadie lo
sabe, ni siquiera los Ángeles de Dios, ni aun el Hijo, sino solamente el
Padre”. (Evangelio San Mateo Cap. 24, vers.36).Es maravilloso poder esperar su venida, estando alertas, despiertos, vigilantes. Y no porque somos creyentes somos mejores que los demás. Lo que pasa es que el Señor nos ha llamado y hemos podido escuchar su voz. Dios nos pide antes que nada fidelidad y perseverancia, ambas cosas son muy escasas en este mundo, pero solo de esta forma podremos verlo. “Fíjense en esto: si un dueño de casa supiera a qué hora de la noche lo va a asaltar un ladrón, seguramente permanecería despierto para impedir el asalto a su casa. Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos esperan” (San Mateo Cap. 24 Vers, 42-44).
¡Que Dios nos bendiga y nos de su Sabiduría para poder entender su Santa
Voluntad!