lunes, 12 de enero de 2015


FIDELIDAD Y PERSEVERANCIA EN EL SEÑOR

 
Se acabó un año más, el almanaque marcó el 2015. Algo convencional, humano, medir el tiempo, los segundos, minutos y años. Siempre he escuchado que el tiempo de Dios es diferente a nuestro tiempo, y así es, ahora lo entiendo más. Me miro al espejo y me doy cuenta que pasé del 2014 a otro nuevo año y me veo igual, por lo menos en la parte física. Y doy gracias al Señor por tener mis piernas, mis manos, mi cuerpo, mis ojos, todo igual, intacto, gran bendición. Veo a mi entorno y me encuentro con mis seres queridos que aún están aquí en este mundo. Compartimos lindos momentos en Navidad. Recuerdos bellos que quedaron guardados en el corazón. Un cambio de año que invita más bien, a la reflexión.

Recordaba que el día 31 de diciembre alguien me dijo al despedirse: “que a las 12 de la noche comas muchas uvas”, y de mí salió una sonrisa inconsciente, que me mostró que esas supersticiones de años atrás habían quedado en el pasado. Ahora sonreía y pensaba, ¿Cuándo comí las 12 uvas cambió el rumbo de mi vida? ¿Cuándo salí corriendo con una maleta me devolvió los sueños de viajar y encontré por suerte muchos tiquetes? O sencillamente ¿cuándo prendí velas blancas este color me devolvió la paz interior? Claro que no. Estaba muy equivocada.  Me di cuenta que con esto solo había perdido el tiempo. El tiempo para darle Gracias al Todopoderoso, de rodillas, por dejarme vivir un año más, por estar aún en su plan Divino. Darle gracias por permitirme realizar la misión que Él colocó en mí  en el momento que me creó. Y, luego, es maravilloso poder abrazar a mis seres queridos, con ese abrazo fuerte de bendición del Señor. Créanme es lo único cierto, es la única verdad.
También pensaba, ¿por qué solo en Navidad la alegría contagia más nuestro corazón, la bondad, el sentimiento de compartir, de dar, y de estar juntos, se vuelve más arraigado? La Navidad moldea nuestra alma y aviva las virtudes. Esa es la razón. Pero cuando terminan estas festividades. Cuando las luces se apagan, los pesebres se desbaratan, los árboles de Navidad y los adornos se guardan, ¿qué debe permanecer en nosotros? Simplemente la alegría de sentir a Dios en nuestro corazón. Debería ser así. Pero muchas veces parece que nos desenchufaran y volvemos a ser los mismos, sin esperanza, sin caridad, sin amor.

Sea cual sea la circunstancia que estemos viviendo, considero, que esa alegría de la Navidad debe permanecer por todo el año en nosotros. Lo demás pasa, así es, solo debe permanecer el amor de Jesús que nació nuevamente y no de forma simbólica. Es aquí cuando nos damos cuenta si realmente nació en el corazón, en nuestro corazón.

Dios no tiene fronteras, religiones, países, elecciones, colores, razas, continentes o diferencias. Él nos ama a todos. Otra cosa es que no todos nos dejamos amar por Él.
Observaba a un lindo ser humano, cercano, y lo escuchaba hablar de la vida y de las situaciones cotidianas, notaba su humildad, su amor. Tenía respeto por sus elecciones. Pero sentía en mi corazón que esa persona tenía un vacío de algo, mejor dicho un vacío de alguien, y ese alguien es el de creer en un Dios vivo. Lo tiene todo y a la vez no tiene nada. Puede hacer, ir allá, y acá, viajar, trabajar, amar, vivir, soñar, pero estoy segura que todo esto no colma su existir. Estoy segura que en sus momentos de angustia sentirá más esa soledad por dentro, porque solo Dios nos llena todo, absolutamente. El dinero, las posesiones, el bienestar, el trabajo, la grandes metas cumplidas, el éxito, la fama, el poder de la mente, todo es efímero y vacío, todo pasa, jacta, aburre, llena límites y no perdura.

Muchos no conocen a Dios, porque no quieren y no les interesa saber de Él. Muchos lo han conocido, cayeron en pecado y  lo desprecian ahora, lo dejan a un lado y hasta lo aborrecen. Muchos lo acomodan a su estilo de vida y no cambian sus pensamientos y sus actos, o sus preceptos. Muchos no saben de Él y lo ignoran,  o simplemente no se han dado la oportunidad de descubrirlo. Muchos otros prefieren criticarlo, a través de la censura de la Iglesia, de la religión, de los rumores, de las noticias.  Buscan pretextos allí y acá para negar su existencia y para negar su nombre. O, simplemente, muchos prefieren el camino fácil, el camino “del yo y el súper yo”, “lo puedo todo y no necesito de nadie más”.  Un sacerdote conocido, de edad avanzada, quien tiene como misión atender a pacientes terminales, en algunas ocasiones durante la homilía, relata experiencias vividas en este trabajo. Y muy sabiamente reitera:  “El ateo más ateo, en el último momento, cuando siente que la vida se le está yendo, casi sin poder hablar me pide, me suplica hacer una oración por él y en su mirada veo el rostro de Jesús, el que pudo reconocer antes de partir de este mundo”.
Esto ratifica más mi Fe. Esto me enseña más y me prepara para esperar la segunda venida del hijo de Dios, lo que llaman la Parusía. “Por lo que se refiere a ese día y cuándo vendrá, nadie lo sabe, ni siquiera los Ángeles de Dios, ni aun el Hijo, sino solamente el Padre”. (Evangelio San Mateo Cap. 24, vers.36).

Es maravilloso poder esperar su venida, estando alertas, despiertos, vigilantes. Y no porque somos creyentes somos mejores que los demás. Lo que pasa es que el Señor nos ha llamado y hemos podido escuchar su voz.  Dios nos pide antes que nada fidelidad y perseverancia, ambas cosas son muy escasas en este mundo, pero solo de esta forma podremos verlo. “Fíjense en esto: si un dueño de casa supiera a qué hora de la noche lo va a asaltar un ladrón, seguramente permanecería despierto para impedir el asalto a su casa. Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del hombre vendrá  a la hora que menos esperan” (San Mateo Cap. 24 Vers, 42-44).

¡Que Dios nos bendiga y nos de su Sabiduría para poder entender su Santa Voluntad!

 

 

 

 

 

 

 

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