A DIOS NO SE EXPLICA, SE VIVE…
“No bastará con decirme: ¡Señor, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los
Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo”. (Mateo
Cap. 7, Vers. 21).
Inicio mi reflexión con esta cita bíblica porque he experimentado en
estos últimos días que definitivamente la entrada al Reino de los Cielos no es
tan sencilla. Podemos aseverar que somos unos verdaderos católicos, creyentes y
casi Santos, que asistimos a la Sagrada Eucarística, oramos el Santo Rosario,
visitamos a Jesús Sacramentado, vamos a retiros espirituales, cumplimos todos
los mandamientos y hasta pertenecemos a un grupo de oración o a una comunidad.
En fin, toda una enumeración de actividades humanas, que por supuesto no están
mal. Lo que está mal es realizarlas solo por fuera, en nuestro exterior, por
cumplir y mostrarnos. Y, no verdaderamente, hacerlas con el corazón.
Por esto es importante revisar nuestra vida y nuestras acciones
cotidianas. Y es allí donde vienen muchas preguntas y dudas. Debemos
cuestionarnos: ¿realmente tengo a Dios en mi ser, lo muestro a los demás a
través de mí, de mi amor, de la misericordia con los que la necesitan? o ¿juzgo,
ofendo, atropello con mi actuar y mis palabras?
Y lo que es peor: ¿me considero perfecto y bueno? ¿Un Cristiano
intachable y con la razón absoluta en todo?
Inicié conmigo misma este análisis, indagando en la clase de corazón que
tengo ahora. Para esto, luego de orar, me guié a través de los apartes de un
hermoso libro que leo por estos días con mi Hijo y que dice así:
“Guarda estas palabras en tu mente y en tu corazón, medítalas día y
noche… Cuando quieras enseñar al que no sabe, enseña con paciencia y humildad y
tantas veces como sea necesario. Sé testimonio de lo que enseñas y así te será
más fácil. Enseña lo que vives.
Cuando quieras dar un buen consejo al que lo necesita, hazlo con
prudencia y sabiduría, y luego de haber orado. Nunca atropelles a otros con tus
consejos. Pide primero permiso para entregarlos. Cuando quieras corregir al que
se equivoca, díselo a solas y nunca lo hagas avergonzar. Lo que digas que sea
siempre constructivo y lleno de amor.
Cuando quieras perdonar las injurias, recuerda que el perdón es una Gracia
que debes pedir a Dios. Perdona y ama y perdónate a ti mismo. Un perdón no
concedido a tiempo es un tumor que te enfermará más adelante.
Cuando quieras consolar al que está triste, ponte en sus zapatos para
que puedas comprender su dolor. Si no lo puedes remediar, hazle sentir que no
está solo y pide para él el amor de Dios que todo lo puede. Pero recuerda
siempre: “Señor que se haga lo que tú quieres y no lo que quiero yo”. Cuando
tengas que sufrir con paciencia las flaquezas de tú prójimo, recuerda que el Amor
es paciente y llévalas también con buen humor. Recuerda que antes de mirar la
paja en el ojo de tu hermano, debes mirar la viga que hay en el tuyo-
Cuando tengas que rogar a Dios
por los vivos y difuntos, recuerda y confía en la misericordia de Dios. Él los
quiere en su Reino. Él sí sabe lo que necesitan. Una oración confiada no falla.
Y no te olvides de orar por los que más lo necesitan y por los que ni siquiera
tienen la luz y la humildad de pedir oraciones para salir de su situación”. (Tomado
del libro: Lucinda, de regreso al cielo).
Son reflexiones sencillas pero llenas de sabiduría que nos invitan a ver
más allá de nuestras propias narices. Porque la mayoría de nosotros estamos
llenos de cadenas que no son de hierro pero que atan el alma. Como la falta de perdón, el rencor, la rabia,
la envidia, el odio y el egoísmo. Tenemos enfermo el espíritu, el corazón, la mente,
vivimos anclados a las ataduras de familia que nos esclavizan y hacen repetir
historias.
Recordamos y añoramos el pasado que ya se fue y no disfrutamos el
presente. O esperamos inertes el futuro, que aún no sabemos si vendrá. Pero
pocos nos detenemos a descubrir el Amor de
Dios, que es lo Único que nos hace libres y que nos llena de una
verdadera Paz. El Único que nos hace vivir y construir en el presente
.
“Del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios,
inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes. Estas son las cosas que hacen
impuro al hombre; pero el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre
(Mateo Cap. 15 Vers 19-20).
Escuchaba también por estos días una conferencia de una mujer
maravillosa, Martha Olga Arango, experta en formación humana de la Universidad
de la Sabana, llena de fe, de pensamientos positivos y sobre todo de esperanza.
Nos invitaba a reflexionar sobre el valor de los pensamientos en el ser humano.
Aseveraba Martha: “El pensamiento transforma nuestra vidas y puede ser
también el origen de nuestra felicidad o de nuestros sufrimientos. Como
aquellos pensamientos llenos de amor, que desencadenan felicidad, que crean
seguridad. Que nos invitan a mirar el presente sin miedo, con firmeza, con
optimismo, con el espejo panorámico no con el retrovisor”.
Nos habló sobre la importancia de pensar en paz y generar paz. Es tan
sencillo, pero muchas veces nos envenenamos con pensamientos de rabia hacia
otro ser humano, que lo que hacemos es generar toxinas de sufrimiento. ¿Y qué
sacamos con esto?: absolutamente nada, enfermarnos a nosotros mismos. Porque quien
ataca o agrede a otro ser humano de palabra, es porque esta persona en su
interior, en su corazón, está sin sanar heridas, no ha pasado la página. Vive con
un cúmulo de inconformidades. Pero si miramos con los ojos del amor de Dios,
todo error, toda equivocación tiene perdón y reparación. De esta forma se
entablan los verdaderos diálogos de paz, no matando con nuestros juicios y
ofensas, ni envenenando un pasado que ya se fue…
Me pareció pertinente citar algunas de sus frases porque me ratificaron
que definitivamente con la fuerza del Amor se logra hasta cambiar el mundo. Y
Nuestro Señor es eso, absoluto y puro Amor.
Solo me queda por decir que debemos trabajar en nuestro espíritu,
alimentarlo a diario, así como alimentamos nuestro cuerpo. Es muy importante revisar: ¿qué clase de corazón tenemos, si
está sano o está enfermo, si aún tiene heridas o no? Y eso solo nos corresponde
a nosotros mismos, curarlo y preservarlo limpio, puro. De eso depende nuestra
salud física, mental y lo que podemos brindar a los demás. Con Dios en el
corazón las batallas más difíciles salen triunfantes o las cosas más imposibles
se logran.
¡Que nuestra vida no esté dirigida bajo preceptos humanos, sino que esté
dirigida bajo preceptos del Amor...del amor de Dios!