domingo, 15 de febrero de 2015


A DIOS NO SE EXPLICA, SE VIVE…




“No bastará con decirme: ¡Señor, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo”. (Mateo Cap. 7, Vers. 21).

Inicio mi reflexión con esta cita bíblica porque he experimentado en estos últimos días que definitivamente la entrada al Reino de los Cielos no es tan sencilla. Podemos aseverar que somos unos verdaderos católicos, creyentes y casi Santos, que asistimos a la Sagrada Eucarística, oramos el Santo Rosario, visitamos a Jesús Sacramentado, vamos a retiros espirituales, cumplimos todos los mandamientos y hasta pertenecemos a un grupo de oración o a una comunidad. En fin, toda una enumeración de actividades humanas, que por supuesto no están mal. Lo que está mal es realizarlas solo por fuera, en nuestro exterior, por cumplir y mostrarnos. Y, no verdaderamente, hacerlas con el corazón.

Por esto es importante revisar nuestra vida y nuestras acciones cotidianas. Y es allí donde vienen muchas preguntas y dudas. Debemos cuestionarnos: ¿realmente tengo a Dios en mi ser, lo muestro a los demás a través de mí, de mi amor, de la misericordia con los que la necesitan? o ¿juzgo, ofendo, atropello con mi actuar y mis palabras?  Y lo que es peor: ¿me considero perfecto y bueno? ¿Un Cristiano intachable y con la razón absoluta en todo?

Inicié conmigo misma este análisis, indagando en la clase de corazón que tengo ahora. Para esto, luego de orar, me guié a través de los apartes de un hermoso libro que leo por estos días con mi Hijo y que dice así:

“Guarda estas palabras en tu mente y en tu corazón, medítalas día y noche… Cuando quieras enseñar al que no sabe, enseña con paciencia y humildad y tantas veces como sea necesario. Sé testimonio de lo que enseñas y así te será más fácil. Enseña lo que vives.

Cuando quieras dar un buen consejo al que lo necesita, hazlo con prudencia y sabiduría, y luego de haber orado. Nunca atropelles a otros con tus consejos. Pide primero permiso para entregarlos. Cuando quieras corregir al que se equivoca, díselo a solas y nunca lo hagas avergonzar. Lo que digas que sea siempre constructivo y lleno de amor.

Cuando quieras perdonar las injurias, recuerda que el perdón es una Gracia que debes pedir a Dios. Perdona y ama y perdónate a ti mismo. Un perdón no concedido a tiempo es un tumor que te enfermará más adelante.

Cuando quieras consolar al que está triste, ponte en sus zapatos para que puedas comprender su dolor. Si no lo puedes remediar, hazle sentir que no está solo y pide para él el amor de Dios que todo lo puede. Pero recuerda siempre: “Señor que se haga lo que tú quieres y no lo que quiero yo”. Cuando tengas que sufrir con paciencia las flaquezas de tú prójimo, recuerda que el Amor es paciente y llévalas también con buen humor. Recuerda que antes de mirar la paja en el ojo de tu hermano, debes mirar la viga que hay en el tuyo-

Cuando  tengas que rogar a Dios por los vivos y difuntos, recuerda y confía en la misericordia de Dios. Él los quiere en su Reino. Él sí sabe lo que necesitan. Una oración confiada no falla. Y no te olvides de orar por los que más lo necesitan y por los que ni siquiera tienen la luz y la humildad de pedir oraciones para salir de su situación”. (Tomado del libro: Lucinda, de regreso al cielo).

Son reflexiones sencillas pero llenas de sabiduría que nos invitan a ver más allá de nuestras propias narices. Porque la mayoría de nosotros estamos llenos de cadenas que no son de hierro pero que atan el alma.  Como la falta de perdón, el rencor, la rabia, la envidia, el odio y el egoísmo. Tenemos enfermo el espíritu, el corazón, la mente, vivimos anclados a las ataduras de familia que nos esclavizan y hacen repetir historias.

Recordamos y añoramos el pasado que ya se fue y no disfrutamos el presente. O esperamos inertes el futuro, que aún no sabemos si vendrá. Pero pocos nos detenemos a descubrir el Amor de  Dios, que es lo Único que nos hace libres y que nos llena de una verdadera Paz. El Único que nos hace vivir y construir en el presente
.
“Del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre; pero el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre (Mateo  Cap. 15 Vers 19-20).

Escuchaba también por estos días una conferencia de una mujer maravillosa, Martha Olga Arango, experta en formación humana de la Universidad de la Sabana, llena de fe, de pensamientos positivos y sobre todo de esperanza. Nos invitaba a reflexionar sobre el valor de los pensamientos en el ser humano.

Aseveraba Martha: “El pensamiento transforma nuestra vidas y puede ser también el origen de nuestra felicidad o de nuestros sufrimientos. Como aquellos pensamientos llenos de amor, que desencadenan felicidad, que crean seguridad. Que nos invitan a mirar el presente sin miedo, con firmeza, con optimismo, con el espejo panorámico no con el retrovisor”.

Nos habló sobre la importancia de pensar en paz y generar paz. Es tan sencillo, pero muchas veces nos envenenamos con pensamientos de rabia hacia otro ser humano, que lo que hacemos es generar toxinas de sufrimiento. ¿Y qué sacamos con esto?: absolutamente nada, enfermarnos a nosotros mismos. Porque quien ataca o agrede a otro ser humano de palabra, es porque esta persona en su interior, en su corazón, está sin sanar heridas, no ha pasado la página. Vive con un cúmulo de inconformidades. Pero si miramos con los ojos del amor de Dios, todo error, toda equivocación tiene perdón y reparación. De esta forma se entablan los verdaderos diálogos de paz, no matando con nuestros juicios y ofensas, ni envenenando un pasado que ya se fue…

Me pareció pertinente citar algunas de sus frases porque me ratificaron que definitivamente con la fuerza del Amor se logra hasta cambiar el mundo. Y Nuestro Señor es eso, absoluto y puro Amor.

Solo me queda por decir que debemos trabajar en nuestro espíritu, alimentarlo a diario, así como alimentamos nuestro cuerpo. Es muy importante  revisar: ¿qué clase de corazón tenemos, si está sano o está enfermo, si aún tiene heridas o no? Y eso solo nos corresponde a nosotros mismos, curarlo y preservarlo limpio, puro. De eso depende nuestra salud física, mental y lo que podemos brindar a los demás. Con Dios en el corazón las batallas más difíciles salen triunfantes o las cosas más imposibles se logran.

¡Que nuestra vida no esté dirigida bajo preceptos humanos, sino que esté dirigida bajo preceptos del Amor...del amor de Dios!



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