miércoles, 1 de julio de 2015

Si tuviera Fe como un grano de mostaza…


En el blog pasado hablé sobre la oración y el tema que abordaré ahora es el que hace posible que podamos orar: la Fe. Y escuchaba a un sacerdote en una enseñanza que decía: “Sin la oración no se puede vencer el mal. Mientras más oremos más se está despreciando el mal, orar no es perder el tiempo, es todo lo contrario, es ganar el Cielo”. Y, es muy cierto, tan sencillo; sin oración no podemos llegar a Dios, no podemos escucharlo, sentirlo, conocerlo o así de simple, no podemos llenarnos de su Amor.

En medio de tanto ruido, ocupaciones diarias, carreras, preocupaciones, angustias y todo lo que nos roba el paso de la vida, sucede que muchas veces dejamos atrás o en último lugar la oración. O lo que pasa con mayor frecuencia: que nos olvidemos de orar. Y si tan solo entendiéramos que: ¡lo que no se hace con la oración mucho menos se hará con nuestras solas fuerzas! La oración nos hace colocar alas como el águila; para poder ser fuertes y vivos en la Fe. Debemos orar y dejar tantas cosas que nos regala el mundo, que nos distraen y alejan de Dios.

El santo cura de Ars tiene un sermón hermoso sobre la oración.  A continuación un pequeño aparte:La oración es para nuestra alma lo que la lluvia para el cielo. Abonad un campo cuanto os plazca; si falta la lluvia, de nada os servirá cuanto hayáis hecho. Así también, practicad cuantas obras os parezcan bien; si no oráis debidamente y con frecuencia, nunca alcanzareis vuestra salvación; pues la oración abre los ojos del alma, hácele sentir la magnitud de su miseria, la necesidad de recurrir a Dios y de temer su propia debilidad”.

Y hablando de la Fe, se relaciona con una semilla de mostaza, tan pequeña como un grano de arena, difícil de ver. Pero si la tienes, puede crecer y ser el árbol más grande y más poderoso. Recordemos que un día, Jesús estaba hablando con sus discípulos cuando uno de ellos se dirigió hacia Él diciendo: “Señor auméntanos la fe”. El Señor respondió: “Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol: Arráncate y plántate en el mar, y el árbol les obedecerá”. (Evang. Lucas Cap 17, vers 5-7).

La palabra Fe significa “Fuerza Espiritual”. No es solo aseverar con palabras que se le tiene, es la prueba de lo que aún no se ve. Por esta razón Fe es creer y obedecer a Dios con todo el corazón, así de sencillo pero a la vez complejo. Muchas veces creemos que tenemos una Fe muy grande y sólida pero cuando llegan las tormentas a nuestras vidas como una enfermedad, ruina económica, problemas en el hogar, trabajo, estudio, muerte de un ser querido y otras circunstancias dolorosas, parece que todo esto en lo que creíamos se derrumbara y empiezan las dudas, el miedo, la desconfianza y hasta muchas veces nos desconectamos del Señor y llegamos hasta pelear o simplemente dejamos de creer en Él.

La Fe es una de las Virtudes Teologales; aquellas que nos conectan al Todopoderoso: Fe, Esperanza y Caridad. Es una Gracia, un Don de Dios. Recordemos que el padre de la Fe es Abraham, a quien el Señor probó a través del sacrificio de su hijo, y su Fe lo salvó. También encontramos grandes milagros plasmados en la Sagrada Escritura relacionados con la Fe, como en el Evangelio de Mateo donde Jesús resucita a una niña y cura a una mujer enferma, en los dos casos por poseer una Fe ciega. Y así podemos encontrar muchos más testimonios, donde se comprueba que donde hay Fe, no existe nada imposible para Dios.

Por esta misma razón debemos cuestionarnos o preguntarnos. Si tenemos Fe no debemos tener miedo. Traigo a colación lo que les pasó a los discípulos cuando iban con Jesús en una barca  y de pronto se desata una tempestad y el miedo los invade. Asustados gritan: ¿no te importa que nos hundamos? Jesús está descansando pero ante el peligro actúa de inmediato, ordenando: “Cállate, enmudece”. Y, luego exhorta a los discípulos: “¿Por qué son tan miedosos, todavía no tienen Fe?”. (Ver cita Bíblica completa en Marcos Cap 4 vers 35-41).

Y nos pasa todo el tiempo, dudamos, nos llenamos de miedos… Miedo a los compromisos, al qué dirán, a los riesgos, al futuro, a las decisiones y muchas otras cosas, lo que hace que busquemos nuevas opciones, como falsos amores que se desvanecen con el tiempo. O nos llenarnos de cosas materiales para sentirnos importantes pero al final ellas nos dejan un vacío. O nos aferrarnos a algo, a un animal o mascota, o a alguien para sentirnos bien y distraernos para no enfrentar nuestras propias realidades, buscando solo falsas seguridades.

No podemos vivir a la deriva, ni sólo escudriñando cual es el calmante que más nos conviene, tampoco debemos permitir que nos invadan las dudas, los vientos contrarios, la soberbia, el orgullo, los problemas, la soledad o hasta la misma oscuridad. Necesitamos reafirmar nuestra Fe en Dios, Él es nuestro Padre, Aquel que todo lo puede, que todo lo permite, quien nos lleva a confiar en la vida, quien nos muestra un nuevo Cielo todo los días, una luz de esperanza en que todo será mejor. Por esta razón, cuando estemos a punto de hundirnos, de sentir que no podemos más, solo basta con volver la mirada al Rey de Reyes y clamarle, gritarle que nos salve, y estaremos seguros que no nos dejará hundir, si tenemos Fe.

Pero somos humanos y es fácil sentir desesperanza porque además tenemos al enemigo (el demonio) que nos acecha todo el tiempo, que nos hace dudar, que nos pone trampas, que nos tienta…que conoce nuestras debilidades. Pero debemos madurar y crecer en la Fe y eso solo lo logramos nosotros mismos, ¿cómo? Perseverando en la oración. Creyendo en su Palabra, recurriendo al Evangelio, a la Sagrada Eucaristía, confiando y poniendo en práctica los Sacramentos, y acudiendo  a la fuente del Amor más sublime: el Sagrario, allí está un gran tesoro, un manantial de sabiduría, allí está la Verdad.

La Virgen María, nuestra madre, es un gran ejemplo de Fe, de Fe ciega, sin duda alguna, cuando dio el Sí, ante el anuncio del ángel. A esa Fe debemos apostarle, pero solo lo lograremos si perseveramos. ¡Sin Fe es imposible agradar a Dios!

Valdría la pena preguntarnos: ¿hasta qué punto dejamos ceder nuestra Fe, o cómo está mi Fe, qué Fe tengo…?