Si tuviera Fe como un grano de mostaza…
En el blog
pasado hablé sobre la oración y el tema que abordaré ahora es el que hace
posible que podamos orar: la Fe. Y escuchaba a un sacerdote en una enseñanza
que decía: “Sin la oración no se puede vencer el mal. Mientras más oremos más
se está despreciando el mal, orar no es perder el tiempo, es todo lo contrario,
es ganar el Cielo”. Y, es muy cierto, tan sencillo; sin oración no podemos
llegar a Dios, no podemos escucharlo, sentirlo, conocerlo o así de simple, no
podemos llenarnos de su Amor.
En medio de
tanto ruido, ocupaciones diarias, carreras, preocupaciones, angustias y todo lo
que nos roba el paso de la vida, sucede que muchas veces dejamos atrás o en
último lugar la oración. O lo que pasa
con mayor frecuencia: que nos olvidemos de orar. Y si tan solo entendiéramos
que: ¡lo que no se hace con la oración mucho menos se hará con nuestras solas
fuerzas! La oración nos hace colocar alas como el águila; para poder ser fuertes
y vivos en la Fe. Debemos orar y dejar tantas cosas que nos regala el mundo,
que nos distraen y alejan de Dios.
El santo cura
de Ars tiene un sermón hermoso sobre la oración. A continuación un pequeño aparte: “La oración es
para nuestra alma lo que la lluvia para el cielo. Abonad un campo cuanto os
plazca; si falta la lluvia, de nada os servirá cuanto hayáis hecho. Así
también, practicad cuantas obras os parezcan bien; si no oráis debidamente y
con frecuencia, nunca alcanzareis vuestra salvación; pues la oración abre los
ojos del alma, hácele sentir la magnitud de su miseria, la necesidad de
recurrir a Dios y de temer su propia debilidad”.
Y hablando
de la Fe, se relaciona con una semilla de mostaza, tan pequeña como un grano de
arena, difícil de ver. Pero si la tienes, puede crecer y ser el árbol más
grande y más poderoso. Recordemos que un día, Jesús
estaba hablando con sus discípulos cuando uno de ellos se dirigió hacia Él
diciendo: “Señor auméntanos la fe”. El Señor respondió: “Si ustedes tienen un
poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol:
Arráncate y plántate en el mar, y el árbol les obedecerá”. (Evang. Lucas Cap
17, vers 5-7).
La palabra Fe significa “Fuerza
Espiritual”. No es solo aseverar con palabras que se le tiene, es la prueba de
lo que aún no se ve. Por esta razón Fe es creer y obedecer a Dios con todo el
corazón, así de sencillo pero a la vez complejo. Muchas veces creemos que
tenemos una Fe muy grande y sólida pero cuando llegan las tormentas a nuestras
vidas como una enfermedad, ruina económica, problemas en el hogar, trabajo, estudio,
muerte de un ser querido y otras circunstancias dolorosas, parece que todo esto
en lo que creíamos se derrumbara y empiezan las dudas, el miedo, la
desconfianza y hasta muchas veces nos desconectamos del Señor y llegamos hasta
pelear o simplemente dejamos de creer en Él.
La Fe es una de las Virtudes Teologales; aquellas
que nos conectan al Todopoderoso: Fe, Esperanza y Caridad. Es una Gracia, un Don
de Dios. Recordemos que el padre de la Fe es Abraham, a quien el Señor probó a
través del sacrificio de su hijo, y su Fe lo salvó. También encontramos grandes
milagros plasmados en la Sagrada Escritura relacionados con la Fe, como en el Evangelio
de Mateo donde Jesús resucita a una niña y cura a una mujer enferma, en los dos
casos por poseer una Fe ciega. Y así podemos encontrar muchos más testimonios,
donde se comprueba que donde hay Fe, no existe nada imposible para Dios.
Por esta misma razón debemos
cuestionarnos o preguntarnos. Si tenemos Fe no debemos tener miedo. Traigo a
colación lo que les pasó a los discípulos cuando iban con Jesús en una barca y de pronto se desata una tempestad y el miedo
los invade. Asustados gritan: ¿no te importa que nos hundamos? Jesús está
descansando pero ante el peligro actúa de inmediato, ordenando: “Cállate, enmudece”.
Y, luego exhorta a los discípulos: “¿Por qué son tan miedosos, todavía no
tienen Fe?”. (Ver cita Bíblica completa en Marcos Cap 4 vers 35-41).
Y
nos pasa todo el tiempo, dudamos, nos llenamos de miedos… Miedo a los
compromisos, al qué dirán, a los riesgos, al futuro, a las decisiones y muchas
otras cosas, lo que hace que busquemos nuevas opciones, como falsos amores que
se desvanecen con el tiempo. O nos llenarnos de cosas materiales para sentirnos
importantes pero al final ellas nos dejan un vacío. O nos aferrarnos a algo, a un
animal o mascota, o a alguien para sentirnos bien y distraernos para no
enfrentar nuestras propias realidades, buscando solo falsas seguridades.
No podemos vivir a la deriva, ni sólo
escudriñando cual es el calmante que más nos conviene, tampoco debemos permitir
que nos invadan las dudas, los vientos contrarios, la soberbia, el orgullo, los
problemas, la soledad o hasta la misma oscuridad. Necesitamos reafirmar nuestra
Fe en Dios, Él es nuestro Padre, Aquel que todo lo puede, que todo lo permite,
quien nos lleva a confiar en la vida, quien nos muestra un nuevo Cielo todo los
días, una luz de esperanza en que todo será mejor. Por esta razón, cuando
estemos a punto de hundirnos, de sentir que no podemos más, solo basta con
volver la mirada al Rey de Reyes y clamarle, gritarle que nos salve, y estaremos
seguros que no nos dejará hundir, si tenemos Fe.
Pero somos humanos y es fácil sentir
desesperanza porque además tenemos al enemigo (el demonio) que nos acecha todo el tiempo, que nos hace dudar, que
nos pone trampas, que nos tienta…que conoce nuestras debilidades. Pero debemos
madurar y crecer en la Fe y eso solo lo logramos nosotros mismos, ¿cómo?
Perseverando en la oración. Creyendo en su Palabra, recurriendo al Evangelio, a
la Sagrada Eucaristía, confiando y poniendo en práctica los Sacramentos, y
acudiendo a la fuente del Amor más
sublime: el Sagrario, allí está un gran tesoro, un manantial de sabiduría, allí
está la Verdad.
La Virgen María, nuestra madre, es un
gran ejemplo de Fe, de Fe ciega, sin duda alguna, cuando dio el Sí, ante el
anuncio del ángel. A esa Fe debemos apostarle, pero solo lo lograremos si
perseveramos. ¡Sin Fe es imposible agradar a Dios!
Valdría la pena preguntarnos: ¿hasta qué punto dejamos ceder
nuestra Fe, o cómo está mi Fe, qué Fe tengo…?
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