lunes, 6 de junio de 2016

Tesoros de la Iglesia católica para vivir el matrimonio


En esta época donde la familia es muy atacada, donde la sociedad se inclina más al egoísmo, relativismo y donde también se niega lo que es pecado, es aquí donde la familia puede tambalearse sino no se ha sembrado en tierra fértil o construido sobre roca firme...

“Por esto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne”. (Génesis 2:24).

Tampoco es fácil encontrar métodos ni consejos para que un matrimonio no fracase. Por eso, resulta urgente promover estrategias de prevención matrimonial. De este modo, es más sencillo ayudar a millones de parejas a no fracasar, a vivir en armonía, a crecer en el amor, a dialogar con una profunda sintonía de corazones, a saber acoger y educar con generosidad a todos los hijos que Dios les conceda como fruto de su amor.
Dejemos entonces a los especialistas en los distintos ámbitos humanos el elaborar estrategias eficaces.  Y miremos las herramientas que podemos aplicar como católicos guiados claro está por el Espíritu Santo, la palabra de Dios y la práctica de los Sacramentos.
La primera ayuda y la más importante, radica en la vida de Gracia. Una pareja de esposos que buscan estar cerca de Dios a través de pequeñas oraciones diarias; que recuerdan con alegría que son bautizados, que han recibido la confirmación, que están unidos en su amor a través del sacramento del matrimonio; que van a misa los domingos y, si pueden, también algún día entre semana; que se confiesan con frecuencia, para recibir el perdón de Dios y así recuperar también la caridad que nos une a los demás cristianos y, ¿por qué no?, también a la propia esposa o al propio esposo... Una pareja que vive así, no tiene energías insospechadas para caminar a través de las dificultades y para disfrutar a fondo las mil alegrías de la vida familiar.
En lugar central de esta vida de Gracia debe ser, siempre, la Eucaristía. Vivir a fondo la misa, recibir a Jesucristo con fervor intenso, buscar momentos para orar ante un Sagrario: un matrimonio que vive de Eucaristía tiene asegurado el éxito completo.
Oración, diálogo, amor y felicidad
La segunda ayuda consiste en el diálogo continuo y cordial con la ayuda del Espíritu Santo. Aunque sabemos de memoria que Dios es Uno y Trino, muchas veces dejamos de lado el papel del Espíritu Santo en la propia vida. Si los esposos saben rezar, individualmente y como pareja, al Espíritu Santo en tantos momentos y en tantas situaciones distintas, recibirán una profunda luz para comprender lo que les pasa, para decidir lo que pueda ser mejor para todos, para mantenerse fieles a los buenos propósitos, para rectificar ante decisiones equivocadas.
Dios, en la Tercera Persona de la Trinidad, está muy cerca de nosotros, nos ilumina y nos apoya de modos insospechados. Sobre todo, nos permite decidir no según el propio punto de vista, sino en función del bien de la familia, incluso a veces a costa de “ceder” un poco para que gane la armonía de los esposos.
La tercera ayuda consiste en la vivencia profunda del Evangelio. ¿Cuántos esposos leen, como pareja, la Biblia y, especialmente, el Evangelio, para recibir luz y fuerza en la vida cotidiana? Es hermoso, en cambio, ver matrimonios que tienen en un lugar emitente, dentro de la casa, una Biblia abierta. No como ornamento, no para presumir a las visitas, sino como un punto de consulta y de inspiración.
Confesión, humildad, perdón
La cuarta ayuda radica en ese realismo tan propio de nuestra fe. Todos somos pecadores, todos tenemos mil defectos por los que pedir perdón. Creer que no tenemos pecados, que uno es siempre inocente y el otro culpable, es iniciar el camino del fracaso matrimonial. En cambio, reconocer que uno tiene culpas, que uno es débil y aceptar también que el otro no es perfecto, permite vivir con mayor serenidad los sobresaltos y las aventuras de la vida matrimonial.
La quinta ayuda espiritual consiste en vivir muy cerca de la Virgen María. Ella fue esposa ejemplar, y una Madre de familia fuera de lo común. Ella sabe ayudar a los esposos a ser bondadosos, alegres, confiados, disponibles. Sobre todo, a estar dispuestos, en todo, para hacer la Voluntad de Dios. Aunque a veces no se vea nada claro, aunque haya que pasar por pruebas muy dolorosas; como, por ejemplo, cuando un hijo se enferma y muere.
Y la última sugerencia consiste en contemplar continuamente una cruz y, ante ella, pensar y dialogar como pareja ante las situaciones normales de la vida y ante los momentos de prueba. También si ha habido alguna infidelidad, para que la parte culpable sepa pedir perdón e iniciar el camino hacia la conversión profunda, y para que la parte inocente sepa perdonar, aunque lo haga con lágrimas de sangre por el daño recibido.
La cruz es central de nuestra fe católica. Nos gloriamos, como dice san Pablo, en la cruz de Cristo (Gal 6,14). La cruz puede hacer que millones de esposos vivan fieles a una promesa de amor que arranca desde el misterio de Dios y que permite, en esta tierra, poderlo cumplir : ¡hasta que la muerte los separe!
Los invito a continuación a ver un video sobre el matrimonio en el siguiente link:https://www.youtube.com/watch?v=tQIGhnrryfU&sns=fb


lunes, 11 de abril de 2016



¡Obedecer a Dios antes que a los hombres!


Inicio mi reflexión con una voz de alabanza y agradecimiento al Señor, pues la Semana Mayor que pasó significó mucho en mi vida, no solo por el aprendizaje sino por lo que mi corazón sintió al dar y al recibir inmensos regalos espirituales.

Esta Pascua que estamos viviendo se transforma en todo aquello que experimentamos con la muerte y resurrección una vez más, de Nuestro Señor Jesucristo. No entiendo cómo pueden pasar esas fechas memorables sin que  nuestro ser se agite, la conciencia grite y nuestro corazón se abra para recibir el Amor más grande, Su Amor sin límites. Todo, absolutamente todo, lo entregó Jesús, sin esperar nada a cambio.

“La vida ha vencido la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido al pecado! Se necesita fe y esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: ‘¡Señor, dame, danos la fe, dame, danos la esperanza! ¡La necesitamos tanto! Dejémonos invadir por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: ‘¡Sí que es cierto: Cristo ha resucitado!’. ¡El Señor ha resucitado entre nosotros!” Papa Francisco.

Si somos Católicos, con una Fe fortalecida, fundada en la práctica y en el conocimiento de la doctrina y por supuesto en obedecer los lineamientos de vida  que nos traza el seguir a Dios, entonces, tuvo que pasar algo en nuestro interior. Hace unos días, exactamente el mes pasado. Posiblemente sea un paso más hacia la conversión, o un cambio de vida, de actitudes, de reflexión ante la situación que cada uno estemos viviendo. O sencillamente nos dimos cuenta que erramos, que pecamos constantemente; con nuestro actuar, con nuestras conductas, al juzgar, al criticar. O incluso nos creemos casi santos y poderosos y no mirarnos sino la paja en el ojo ajeno y no la nuestra.

 Así dice en la Sagradas Escrituras:” ¿y por qué te fijas en la pelusa que tiene tu hermano en un ojo, si no eres consciente de la viga que tienes en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “hermano, deja que te saque la pelusa que tienes en el ojo”, si tú no ves la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo para que veas con claridad, y entonces sacarás la pelusa del ojo de tu hermano. (Sn Lucas 6, 41-42).

Traigo a colación esta cita bíblica porque en muchas oportunidades creemos ser dueños de la absoluta verdad, basados únicamente en nuestro entendimiento, pero ni siquiera nos preocupamos por escuchar la voz del Padre, de hacer silencio para poder oírlo. Esa es la única forma de poder escuchar a Dios, en el silencio. Pero el mundanal ruido nos ataca por todas partes: las carreras de la vida cotidiana, la música estruendosa, el televisor, los juegos electrónicos, el teléfono celular y el uso de las redes sociales que nos bombardean a cada instante. O simplemente, la preocupación por el tener y querer más cosas, por cumplir metas y ser exitosos. Y, nos quedamos solo escuchando al mundo, a los hombres, y cerramos nuestros oídos y vendamos nuestros ojos para no seguir realmente a quien es el camino, la verdad y la vida: ¡Jesús¡

Pero, son muy pocos los momentos, los minutos o las horas que dedicamos a nuestro crecimiento espiritual, a la oración, al participar en la Sagrada Eucaristía, a acudir al Sacramento de la Reconciliación. A leer en casa la Biblia o un libro espiritual de la Iglesia Católica. O a Rezar el santo Rosario.

Todo nos ayuda a crecer en lo que realmente vale la pena: trabajar para salvar nuestra alma y la de nuestros seres queridos, porque el tiempo es ahora. Más adelante de repente será demasiado tarde. Así, lo demás llegará por añadidura.

El infierno está lleno de bocas cerradas…

Quiero traer a contexto una frase que me caló muy hondo en el corazón.  La escribió el fundador de la Obra de Dios, el Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer. Dice así:
“Resulta más cómodo—pero es un descamino—evitar a toda costa el sufrimiento, con la excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente, en esa inhibición se esconde una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de ordinario no es agradable hacer una advertencia seria. Hijos míos, acordaos de que el infierno está lleno de bocas cerradas”. (Libro: Amigos de Dios, 161).

¡Gran maestro!, ¿y por qué lo cito?, porque precisamente en Semana Santa estuve de manera casual, en circunstancias de familias creyentes, donde los padres no abrieron su boca para motivar a sus hijos a ir a la Iglesia, a recogerse en los días santos, a realizar un descanso en el espíritu o en el cuerpo y a decir un “No” ante las cosas del mundo. Esto, con la excusa de no molestarlos o no privarlos de su libertad. Y esto es solo circunstancial.

¿cuántas veces podemos ver o presenciar situaciones de parejas fuertes como el adulterio por ejemplo, o el alcoholismo en la familia, o hijos por el camino de las drogas o decisiones funestas como un aborto, o adicciones que matan el cuerpo y el alma, como la pornografía en algún ser cercano y nos limitamos a callar?, únicamente por no herir sentimientos o no involucrarnos, (que es la posición más cómoda), siendo de pronto nosotros conocedores de la verdad… ¡qué gran error y cuanto nos costará cuando tengamos que rendir cuentas a nuestro Creador, de lo que hicimos, dijimos, hicimos o dejamos de hacer!

Y, cito de nuevo palabras del Santo Papa Francisco: "No se dejen vencer por los miedos, la tristeza y la desesperanza, abramos al Señor nuestros sepulcros sellados para que Jesús entre y los llene de vida.”  Y Nos llene el entendimiento de la verdad, que la necesitamos tanto. Porque la gran mayoría de las veces no creemos que podemos escuchar la voz de Dios y nos dejamos persuadir por voces humanas, por razones humanas, por acciones netamente de los hombres, sin fijarnos que hay un Ser Superior, que todo lo sabe, que todo lo acierta y que está latente, vivo, cerca de nosotros para darnos la mano, para brindarnos su Amor, su apoyo, su ayuda incondicional.

Pero lo más grande es abrirnos a sus brazos misericordiosos, a pesar de nuestros errores, de nuestras caídas, de nuestra pequeñez. Y lo reitero una vez más, como lo exclamaron Pedro y los apóstoles:

 “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”. (Del libro de Los hechos de los apóstoles Cap. 5,27-33).

¡FELICES PASCUAS PARA TODOS!

miércoles, 24 de febrero de 2016



¡Tú fidelidad es grande, Señor… es incomparable!


El pasado 10 de febrero, Miércoles de ceniza, observé la cantidad de feligreses que se acercaron a los Templos a colocarse el signo de la Cruz en la frente. Fueron muchos, se veían por todas partes, incluso alguien en la calle se acercó a mí y me dijo: ¡qué alegría, está volviendo la Fe!

Un escritor conocido de origen británico que por esos días visitaba nuestro país, también durante una conferencia precisó: “Vengo de una nación creyente pero estoy sorprendido de todas las personas que llevan en su frente la Cruz, nunca había visto tantas…”, aseveró con una sonrisa en su rostro. Estuve también en mi Parroquia y me asombró las innumerables filas para lograr que impusieran la ceniza… parecía como si fuera a acabarse.

Me preguntaba entonces, ¿realmente sabemos qué significa esto?,  ¿tenemos pleno conocimiento de lo que hacemos, o de repente creemos que es como un amuleto de la buena suerte? ¿por qué nos parece tan importante?

Afortunadamente el Sacerdote recordó durante la celebración de la Eucaristía: “Miércoles de ceniza; esa señal en la frente es un gesto de mi compromiso de dejar el pecado para vivir de acuerdo con la palabra de Dios. Este día se inicia la Cuaresma que nos prepara a la Pascua del Señor. Recibo la ceniza en mi frente porque creo en Dios. Porque quiero reconciliarme con Él y mis hermanos”.

También se repitieron frases como: ¡Conviértete y cree en el Evangelio! o ¡Polvo eres y en polvo te convertirás! (Génesis Cap 3. Vers. 19).  Palabras fuertes, contundentes, que nos invitan a examinar nuestra vida, nuestro actuar, nuestro corazón. Que nos ratifican que sin Dios en nuestra existencia no somos nada, que nos recuerdan que algún día partiremos de este mundo, tal como llegamos; sin nadie y sin nada.

Son cuarenta días (Cuaresma) que ya van transcurriendo antes de llegar a la celebración de la Pascua del Señor en la Semana Santa; es un tiempo especial, un momento de conversión, de volver a abrir el corazón a Dios y al prójimo. Es también una invitación a evaluar nuestra vida, guiados por la Palabra de Nuestro Señor.

Es una ocasión para renovar la Fe de bautizado y por supuesto es una gran oportunidad para pedir perdón por nuestros errores, por aquellas decisiones equivocadas, por aquellos comportamiento inadecuados, por aquellas caídas en las tentaciones. Por aquellos actos impuros, por aquello que no nos deja ser felices ni sentirnos en paz, por aquella ofensa, mal comportamiento, palabras dañinas, pensamientos mal intencionados, reacciones agresivas. Por esos sentimientos de amargura, envidia, rencor. Mejor dicho: todo aquello que nos ha alejado de nuestro Padre. Que nos hace sentir ciegos a la Verdad, a la verdadera Luz.

Es un tiempo que nos llama a recurrir al Sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación. Se nos pide hacer un examen de nuestro actuar. Debemos aprender a sentir vergüenza, dolor y arrepentimiento de nuestros actos y por supuesto ir a pedir perdón, confesar los pecados ante el Sacerdote, quien en ese momento se convierte en el mismo Jesús. Él nos escucha y nos da la absolución. Y, luego así, podemos vivir con esa tranquilidad que nos da sentirnos perdonados, amados. Terminando finalmente con una oración y buenas obras para poder reparar el daño que hemos hecho. Es una invitación a iniciar una nueva vida o a mejorar la que tenemos
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“Y nadie echa vino nuevo en envases de cuero viejos, porque el vino haría reventar los envases y se echarían a perder el vino y los envases. ¡A vino nuevo, envases nuevos!”. (Marcos Cap 2 vers. 22).

Hermosa palabra, llena de sabiduría. El Todopoderoso es perfecto en sus afirmaciones. ¿Cómo puedo yo querer hacer un cambio de vida o llegar a la conversión si primero que todo no cambio mi corazón, no lo limpio, no lo sacudo, no lo purifico?…y esto requiere decisión, persistencia, disponer mi vida plenamente para dar un sí rotundo a Dios.  Luego, alimentar nuestra Fe, y obedecer los preceptos de Nuestro Señor. Porque casi siempre afirmamos que tenemos a un Dios vivo en nosotros, pero cuando nos toca renunciar a algo que nos gusta como un vicio, por ejemplo el dejar de fumar, entonces hacemos nuestra voluntad y no la del Padre. Pues estoy segura que Él no está de acuerdo que destruyamos nuestro cuerpo de esta manera.

No es fácil realmente hacer la Voluntad de Nuestro Señor, porque estamos llenos de bacterias espirituales, también de apegos, de cosas que nos atan, de vicios que amarran nuestras vidas. Pero al final sabemos que todo es pasajero: como el dinero que va y viene, los trabajos que inician y al cabo de un tiempo terminan, o los amigos que se van cuando tenemos problemas. Solo quedan unos pocos. Incluso hasta nuestra propia familia muchas veces nos juzga y nos distancia, cuando no compartimos sus estilos de vida
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Sin embargo, algo en nuestro interior nos dice lo que es real, lo que es auténtico, lo que realmente vale la pena. La conciencia está latente, pero casi siempre tenemos vendas en los ojos, y grandes tapones en los oídos que nos impiden reconocer lo esencial, lo que sí perdura, lo que es la Verdad y es el camino seguro: Descubrir el amor de Dios. Es el único que no nos defrauda, es el único que realmente es fiel siempre; es el único que tiene la capacidad de ofrecernos mares enteros de misericordia; es el único que puede acogernos en sus brazos en cualquier momento, pero también es el único que puede impartir Justicia Divina ante nuestro proceder.

Este tiempo de Cuaresma es perfecto para recapacitar y poner fin a lo que no está bien. Para barrer lo que es basura en nuestro ser. Para renunciar al pecado, a los vicios, a las adicciones, a la prepotencia o para seguir siendo fieles al Señor a pesar de la prueba. Es un tiempo para abrirnos al perdón, para dejarnos conquistar de nuevo por ese aroma hermoso de transparencia, de rectitud, de orden, de la verdad, de cosas lindas, de servicio, de asombro, alegría, bondad, humildad y por supuesto de sencillez

Es tiempo de volver a la fuente del Amor, a nuestro Padre. Y deseo terminar citando la parábola del hijo pródigo (Lucas Cap. 15 ver 11-32) donde un hijo deja su hogar. Experimenta el vacío de la vida y la ausencia del Amor. Después de un tiempo reflexiona sobre la posibilidad de volver a su casa. Toma la decisión, retorna y pide perdón. El Padre lo perdona, se alegra y además hace una gran fiesta...

 Así será cuando tomemos la decisión de retornar al verdadero camino: ¡Dios!
  


jueves, 21 de enero de 2016

 Dame la humildad suficiente para reconocerte…


El mes pasado toqué el tema del Sacramento de la Confesión, pero faltaron muchos conceptos y argumentos para esclarecer...a continuación la segunda parte. Empiezo con mi experiencia de vida. Unos cuatro años atrás, me confesaba de vez en cuando, como en Semana Santa, en un retiro espiritual o en una ocasión especial. Y me parecía que todo estaba bien y que hacía lo correcto. En la actualidad, recurro a la confesión de manera frecuente, una vez al mes o en lo posible cada 15 días. ¿Qué ha hecho la diferencia en mi vida? ¡Todo!. Al principio pensé que era algo exagerado, luego me empecé a dar cuenta que estaba disfrutando del regalo más extraordinario que nos dejó Jesús: el perdón.

Soy más consecuente de mis errores, de aquellos pecados recurrentes, de lo que cuesta dejarlos, del esfuerzo que debo hacer para superarlos. He podido entender muchas actuaciones de mi vida, he aprendido que todos los días es importante hacer un examen de conciencia, una sencilla reflexión de lo que se hizo durante el día, de nuestro comportamiento, de nuestros juicios, de nuestro modo de pensar e incluso de nuestro modo de hablar y actuar. Pero, lo más importante, revisar si durante esas horas de existencia, supimos dar amor a los demás, a nuestro prójimo.

Hasta puedo decir que la confesión ha cambiado mi manera de ver la vida, las situaciones. Encuentro más respuestas a interrogantes, encuentro más herramientas para educar, encuentro guías para vivir y encuentro algo supremo, la misericordia de Dios… La confesión nos da Dones: como aprender a escuchar, nos da caridad, nos da la paciencia y por supuesto nos da la libertad… La reconciliación es una liberación y nos saca de la esclavitud. Nos devuelve la amistad con Dios, nos devuelve la Gracia que recibimos en nuestro bautismo. Nos devuelve sencillamente la alegría, la tranquilidad, la paz con nuestro ser, con  nuestra conciencia.

 “En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Ustedes estarán apenados, pero su tristeza se convertirá en gozo”. (San Juan Cap. 16. Vers.20).

Y es literal, eso pasa. Cuando estamos encadenados al pecado o inmersos en una rutina de vida al ritmo de lo que nos ofrece el mundo, el gozo de la existencia es completamente efímero. Pero, cuando además de alimentar el cuerpo, pensamos y actuamos para alimentar nuestra alma, esa tristeza se convierte en una alegría profunda. Salir de un confesionario con la conciencia tranquila, poder hablar con el mismo Jesús a través de un sacerdote, es algo inexplicable. Muchos, incluso, acudimos a un director Espiritual, y realmente es toda una bendición de Dios.

Así como necesitamos un médico para curar nuestro cuerpo, para prevenir enfermedades o combatir unas por venir, también necesitamos un especialista para curar nuestra alma, para cuidarla, para protegerla. Pero solo hay una virtud que nos conduce de manera directa a dar este paso: la humildad.

La humildad perfecta es el mismo Jesús, la misma Madre del Cielo, la Virgen María y por ende, solo el que es humilde logra reconocer a Dios.
“Jesús los oyó y les dijo: No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. (San Marcos Cap. 2 Vers 17).

El alma queda herida por el pecado y el pecado está inmerso en el orgullo que es lo contrario a la humildad. Por esto debemos iniciar reconociendo que somos pecadores. Este Sacramento es la prueba más grande de nuestra Fe. Todos los Sacramentos los instituyó Dios, así que si uno no se arrepiente tampoco sabe perdonar, tampoco puede perdonar. Jesús dio poder a los apóstoles para poder perdonar los pecados de los demás, lo que correspondió en su lugar y nuestro tiempo, al sacerdocio.

No interesa si el sacerdote es un pecador como nosotros, esto no debe preocuparnos, ellos poseen la Unción sacerdotal. Recordemos lo que dice en las Sagradas Escrituras: “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo Cap. 18, Ver. 18).
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. (Juan Cap. 20. Ver.20).

Recordemos de manera rápida lo que es el pecado. Según el Catecismo Católico; el pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia. Y, por supuesto, el pecado es una ofensa a Dios. Clases de pecado: El pecado mortal y el pecado venial. El mortal destruye el principio vital de la caridad en el corazón del hombre y aparta al hombre de Dios, quien es su fin último.

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: Violar uno de los mandamientos. Tener plena conciencia del mismo. Tener pleno conocimiento. El pecado  mortal si no es borrado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Dios, lo que significa que si morimos en pecado mortal, nuestra alma llegará a la muerte eterna, al infierno
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¿Cuáles son estos pecado mortales o conocidos como capitales?: Cada uno de los que voy a describir se asemeja a un pulpo con sus respectivos tentáculos que atacan nuestro ser por medio de los sentidos destruyendo nuestra voluntad y haciéndonos esclavos o títeres del mal. Estos son: La lujuria (búsqueda desordenada del placer sexual).  La Soberbia (es amarse demasiado a sí mismo, lo cual nos hace despreciar a Dios y a los demás). La Pereza (es la falta consentida o culpable de esfuerzo físico o espiritual).  La Envidia  (es el rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien,  junto con el deseo desordenado de poseerla). La Ira (es enojarse sin medida y desear vengarse del prójimo). La Gula (el deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida). La Avaricia (es la gran ambición de poseer cosas materiales).

Los otros pecados son los veniales: que Impiden el progreso del alma, pero no rompen la alianza con Dios. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone rápidamente a cometer pecado mortal.

Es importante realizar un examen de conciencia cuando vayamos a recurrir a la confesión. Existen guías que nos ayudan o simplemente revisando si hemos pecado contra los Mandamientos de la ley de Dios. Es aquí donde muchas personas se disculpan para no confesarse con esta frase: “pero si yo no mato, no robo, no juro en vano, honro a mi padre y a mi madre; No necesito confesarme”…

No olvidemos, que podemos también matar con una mala palabra, con una mala mirada. Matamos y herimos a nuestros seres amados cuando juzgamos, cuando criticamos, no honramos a nuestros padres cuando los dejamos de visitar o sentimos que nos hacen estorbo por su edad o enfermedades…o sencillamente pecamos siendo infieles a nuestra esposa o esposo con un mal pensamiento o deseando la mujer del prójimo. Bueno, las enumeraciones serían muy extensas. Solo coloco estos ejemplos para entender un poco la importancia del Sacramento de la Confesión.

¡Bajémonos del orgullo para poder caminar hacia el perdón, para reconocer que nos equivocamos, para poder encontrar al verdadero Dios!