miércoles, 24 de febrero de 2016



¡Tú fidelidad es grande, Señor… es incomparable!


El pasado 10 de febrero, Miércoles de ceniza, observé la cantidad de feligreses que se acercaron a los Templos a colocarse el signo de la Cruz en la frente. Fueron muchos, se veían por todas partes, incluso alguien en la calle se acercó a mí y me dijo: ¡qué alegría, está volviendo la Fe!

Un escritor conocido de origen británico que por esos días visitaba nuestro país, también durante una conferencia precisó: “Vengo de una nación creyente pero estoy sorprendido de todas las personas que llevan en su frente la Cruz, nunca había visto tantas…”, aseveró con una sonrisa en su rostro. Estuve también en mi Parroquia y me asombró las innumerables filas para lograr que impusieran la ceniza… parecía como si fuera a acabarse.

Me preguntaba entonces, ¿realmente sabemos qué significa esto?,  ¿tenemos pleno conocimiento de lo que hacemos, o de repente creemos que es como un amuleto de la buena suerte? ¿por qué nos parece tan importante?

Afortunadamente el Sacerdote recordó durante la celebración de la Eucaristía: “Miércoles de ceniza; esa señal en la frente es un gesto de mi compromiso de dejar el pecado para vivir de acuerdo con la palabra de Dios. Este día se inicia la Cuaresma que nos prepara a la Pascua del Señor. Recibo la ceniza en mi frente porque creo en Dios. Porque quiero reconciliarme con Él y mis hermanos”.

También se repitieron frases como: ¡Conviértete y cree en el Evangelio! o ¡Polvo eres y en polvo te convertirás! (Génesis Cap 3. Vers. 19).  Palabras fuertes, contundentes, que nos invitan a examinar nuestra vida, nuestro actuar, nuestro corazón. Que nos ratifican que sin Dios en nuestra existencia no somos nada, que nos recuerdan que algún día partiremos de este mundo, tal como llegamos; sin nadie y sin nada.

Son cuarenta días (Cuaresma) que ya van transcurriendo antes de llegar a la celebración de la Pascua del Señor en la Semana Santa; es un tiempo especial, un momento de conversión, de volver a abrir el corazón a Dios y al prójimo. Es también una invitación a evaluar nuestra vida, guiados por la Palabra de Nuestro Señor.

Es una ocasión para renovar la Fe de bautizado y por supuesto es una gran oportunidad para pedir perdón por nuestros errores, por aquellas decisiones equivocadas, por aquellos comportamiento inadecuados, por aquellas caídas en las tentaciones. Por aquellos actos impuros, por aquello que no nos deja ser felices ni sentirnos en paz, por aquella ofensa, mal comportamiento, palabras dañinas, pensamientos mal intencionados, reacciones agresivas. Por esos sentimientos de amargura, envidia, rencor. Mejor dicho: todo aquello que nos ha alejado de nuestro Padre. Que nos hace sentir ciegos a la Verdad, a la verdadera Luz.

Es un tiempo que nos llama a recurrir al Sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación. Se nos pide hacer un examen de nuestro actuar. Debemos aprender a sentir vergüenza, dolor y arrepentimiento de nuestros actos y por supuesto ir a pedir perdón, confesar los pecados ante el Sacerdote, quien en ese momento se convierte en el mismo Jesús. Él nos escucha y nos da la absolución. Y, luego así, podemos vivir con esa tranquilidad que nos da sentirnos perdonados, amados. Terminando finalmente con una oración y buenas obras para poder reparar el daño que hemos hecho. Es una invitación a iniciar una nueva vida o a mejorar la que tenemos
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“Y nadie echa vino nuevo en envases de cuero viejos, porque el vino haría reventar los envases y se echarían a perder el vino y los envases. ¡A vino nuevo, envases nuevos!”. (Marcos Cap 2 vers. 22).

Hermosa palabra, llena de sabiduría. El Todopoderoso es perfecto en sus afirmaciones. ¿Cómo puedo yo querer hacer un cambio de vida o llegar a la conversión si primero que todo no cambio mi corazón, no lo limpio, no lo sacudo, no lo purifico?…y esto requiere decisión, persistencia, disponer mi vida plenamente para dar un sí rotundo a Dios.  Luego, alimentar nuestra Fe, y obedecer los preceptos de Nuestro Señor. Porque casi siempre afirmamos que tenemos a un Dios vivo en nosotros, pero cuando nos toca renunciar a algo que nos gusta como un vicio, por ejemplo el dejar de fumar, entonces hacemos nuestra voluntad y no la del Padre. Pues estoy segura que Él no está de acuerdo que destruyamos nuestro cuerpo de esta manera.

No es fácil realmente hacer la Voluntad de Nuestro Señor, porque estamos llenos de bacterias espirituales, también de apegos, de cosas que nos atan, de vicios que amarran nuestras vidas. Pero al final sabemos que todo es pasajero: como el dinero que va y viene, los trabajos que inician y al cabo de un tiempo terminan, o los amigos que se van cuando tenemos problemas. Solo quedan unos pocos. Incluso hasta nuestra propia familia muchas veces nos juzga y nos distancia, cuando no compartimos sus estilos de vida
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Sin embargo, algo en nuestro interior nos dice lo que es real, lo que es auténtico, lo que realmente vale la pena. La conciencia está latente, pero casi siempre tenemos vendas en los ojos, y grandes tapones en los oídos que nos impiden reconocer lo esencial, lo que sí perdura, lo que es la Verdad y es el camino seguro: Descubrir el amor de Dios. Es el único que no nos defrauda, es el único que realmente es fiel siempre; es el único que tiene la capacidad de ofrecernos mares enteros de misericordia; es el único que puede acogernos en sus brazos en cualquier momento, pero también es el único que puede impartir Justicia Divina ante nuestro proceder.

Este tiempo de Cuaresma es perfecto para recapacitar y poner fin a lo que no está bien. Para barrer lo que es basura en nuestro ser. Para renunciar al pecado, a los vicios, a las adicciones, a la prepotencia o para seguir siendo fieles al Señor a pesar de la prueba. Es un tiempo para abrirnos al perdón, para dejarnos conquistar de nuevo por ese aroma hermoso de transparencia, de rectitud, de orden, de la verdad, de cosas lindas, de servicio, de asombro, alegría, bondad, humildad y por supuesto de sencillez

Es tiempo de volver a la fuente del Amor, a nuestro Padre. Y deseo terminar citando la parábola del hijo pródigo (Lucas Cap. 15 ver 11-32) donde un hijo deja su hogar. Experimenta el vacío de la vida y la ausencia del Amor. Después de un tiempo reflexiona sobre la posibilidad de volver a su casa. Toma la decisión, retorna y pide perdón. El Padre lo perdona, se alegra y además hace una gran fiesta...

 Así será cuando tomemos la decisión de retornar al verdadero camino: ¡Dios!