¿PUEDE
MI CORAZÓN RESISTIR TANTO AMOR?
La ley más grande que Nuestro Señor nos profesa es
indudablemente la ley del “amor”. Pero que complicado es aplicar esta ley a nuestras
vidas, qué difícil es despojarnos de la crítica, de juzgar *(juzgar a otros es ocuparse en vano, juzgarse uno mismo, da fruto),
de condenar y especialmente de No perdonar para poder amar de verdad. Esto nos sella
y no nos deja amar, amar al otro, al prójimo. Amar al que no nos quiere, al que
nos hiere, nos ofende, nos pisotea, nos humilla, al que nos hace daño en toda
la dimensión de la palabra. “Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen
a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen,
rueguen por los que los maltratan”. (Lucas Cap. 6 V 27-29).
Siempre que escuchaba esta cita bíblica, me preguntaba,
¿esto si es posible?, y solo hasta que decidí intentarlo y ponerlo en práctica,
me di cuenta que sí se puede. Y es que el amor no pelea con nadie, aceptar al
otro con sus virtudes y sus defectos, es factible. Perdonar, también, lo proclamamos
en la oración del Padre Nuestro: Perdona nuestros pecados como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden…. Es disponer el corazón y hacerlo, despojarnos del
orgullo, la prepotencia y la soberbia, aunque nos cueste mucho y necesitamos
ante todo, estar llenos del amor de Dios, para poder lograrlo, solamente con
nuestras intenciones no es posible. Un ejemplo grande sobre alguien que
experimentó el amor de Jesús en su vida, en su corazón, y quien pudo soportar
la violencia, el odio, el dolor y el sufrimiento, fue* “Santa Rita
de Cascia”, una mujer que pese a todo lo que vivió; logró perdonar únicamente
con el amor de Dios, transformar vidas y salvar almas.
El hombre da, manifiesta, habla y actúa según lo que
tiene dentro de su corazón. Es más fácil sentir, vivir y dar paz, que vivir de
mal genio, con resentimientos, dolor, envidia, rencores y odio dentro de nosotros
mismos. Esto perjudica nuestro cuerpo, nuestra salud, nos genera enfermedades,
y a nivel espiritual nos quita la luz, el gozo, la paz, pero especialmente nos
aleja de Nuestro Señor, no nos deja escuchar su voz. Y lo que es peor, le damos
la bienvenida con esta actitud, a la oscuridad; al pecado.
Dios dice en las Sagradas Escrituras que odia el pecado
pero ama al pecador, pero cuando entramos en esa oscuridad del pecado, que
difícil es reconocer ese amor tan grande de Nuestro Señor. Solamente el que es
capaz de reconocer su fragilidad y pecado, es capaz de encontrar a Dios. Todos
pecamos, pero son muy pocos los que admiten que se han equivocado, que han
hecho mal al otro, es un proceso. “Si nos confesamos
de nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos
limpiará de toda maldad”. (1 Juan 1,9).
Es importante
entonces dar el primer paso: la confesión,
que no es otra cosa sino admitir lo que hemos hecho. Luego viene el arrepentimiento, sentirnos avergonzados por lo que hemos hecho y finalmente pedir perdón, lo cual es para purificarnos y ser libres de lo que hemos hecho.
No olvidemos que la incapacidad o resistencia de realizar cualquiera de estos
tres pasos está arraigada en el orgullo. Una persona que no se puede humillar
delante de Dios ni de los hombres para admitir que está equivocado, es alguien
lleno de dolor, de amargura, de tribulación en su corazón. “Porque todo el que se enaltece
será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Mateo C. 23 V.12).
Vuelvo a la ley más
grande del Señor, la del “amor”. Porque el verdadero amor todo lo puede, todo
lo transforma. Ese amor sincero, el que aborrece el mal y trabaja por las cosas
buenas. Amor que respeta al otro, el honesto con los demás, el diligente y
fervoroso en el espíritu. Amor que alegra, que tiene esperanza, paciencia en las
pruebas y misericordia con el más necesitado. Cómo explicar tú amor mi Dios, mi
Señor, si es inmenso, es puro, verdadero, infinito, no me alcanza el corazón
para albergarlo, ni la razón para entenderlo. Solo puedo decirte que: ¡TE AMO!.
*
libro :Imitación de Cristo, Kempis. Película,Santa Rita de Cascia.