SEÑOR
MÍO AUXÍLIAME, PUES SOY DÉBIL...
Quiero iniciar esta reflexión dando
infinitas gracias al Señor por todo lo que ha ocurrido en este corto tiempo con
el Blog:” Periodistas Católicos”, Dios, es el único que conoce nuestro corazón,
nuestros pensamientos y la intención de nuestras acciones. ¡Gracias por tantas
bendiciones, por tanto amor y por tan infinita misericordia!. Esto me hizo
pensar un poco sobre la integridad de nosotros, los seres humanos, y por ende la
integridad de nuestros corazones.
Repasando en el diccionario el
significado de la palabra integridad me encontré con muchas definiciones: Se
refiere a una persona honrada, honesta, respetuosa con los demás y consigo
misma, puntual, leal, pulcra, disciplinada, con firmeza y verdad en sus acciones,
entre otras. Qué hermoso es poder dar al Señor un corazón íntegro, sincero.
Para esto debemos iniciar por nosotros mismos. Debemos ser íntegros en cada
momento, en cada instante de nuestra existencia, especialmente cuando nadie nos
está mirando, ya que no es sólo para “aparentar”.
Es un nivel de moralidad por debajo del
cual nunca debemos caer, no importa lo que esté sucediendo alrededor de nosotros.
Se es una persona íntegra cuando decimos y actuamos con la verdad.” El
que camina con integridad va seguro, pero el que toma caminos equivocados
pronto será desenmascarado”. (Proverbios 10, V-9). La integridad del ser humano es un alto nivel de honestidad,
decencia y honor que nunca se quiebra. Sin embargo, somos hombres frágiles, de
barro, que debemos ser moldeados por ese Ser Supremo.
Muchas veces tomamos
caminos cortos, de repente equivocados, pero que pueden afectar todo nuestro
ser, nuestra integridad, por ejemplo cómo nos desenvolvemos con otras personas,
cómo respondemos ante nuestros compromisos, de cualquier índole, o cómo
actuamos con nuestros familiares, con nuestros amigos, incluso como tratamos a
nuestros esposos (as), hijos, y cómo las personas nos ven y cómo nuestro
aspecto habla por nosotros mismos. Dios nos dice a través de su palabra;”
Pero, ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la
salvación! Y qué pocos son los que la encuentran. (Mateo 7, V. 14).
El día que volví mi rostro
al Señor le dije que guiara mi vida, desde ese mismo instante mi vida cambió.
Debemos acostumbrarnos a que necesitamos de ese ser maravilloso, que solos no
podemos, y si podemos todo lo que hagamos será efímero. Es muy distinta la vida
guiada por Él, por su Espíritu Santo, que la vida guiada por nuestras propias
fuerzas. No es sencillo mantenernos en el camino de la rectitud; el mundo, lo material,
las cosas fáciles y el poder de la carne, impiden esa cercanía con Nuestro
Señor. “Los que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que
viven según el Espíritu van a las cosas del Espíritu. Pero no hay sino muerte
en los que ansían la carne, mientras que el Espíritu anhela vida y paz”.
(Romanos 8, V5-7).
Nada acontece en el mundo,
en nuestra familia, o en nuestra vida, simplemente por casualidad. Dios tiene
un plan perfecto para cada uno de nosotros. Él está siempre ahí, en la puerta,
llamándonos, a través de una persona, tal vez de la que menos imaginamos, o
través de una circunstancia, buena o mala. O con una situación dolorosa, una
enfermedad, una ruptura, no sabemos de qué forma golpea a nuestro corazón, pero
siempre está allí esperando nuestra respuesta.
No dudemos ni por un
instante en abrirle la puerta. Encontraremos el más grande de los tesoros: Una
paz infinita. La alegría se siente más plena, el dolor tiene una razón de ser,
la escasez nos hace más fuertes, la abundancia más generosos. Los errores se
pueden perdonar. Y el auténtico amor, rescatar. Todo es posible, bajo la mirada
de Nuestro Señor.
Jesús,mi Señor,que tú Espíritu gobierne mi vida,no que mi carne gobierne mi Espíritu....
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