lunes, 14 de octubre de 2013


SEÑOR MÍO AUXÍLIAME, PUES SOY DÉBIL...


Quiero iniciar esta reflexión dando infinitas gracias al Señor por todo lo que ha ocurrido en este corto tiempo con el Blog:” Periodistas Católicos”, Dios, es el único que conoce nuestro corazón, nuestros pensamientos y la intención de nuestras acciones. ¡Gracias por tantas bendiciones, por tanto amor y por tan infinita misericordia!. Esto me hizo pensar un poco sobre la integridad de nosotros, los seres humanos, y por ende la integridad de nuestros corazones.
Repasando en el diccionario el significado de la palabra integridad me encontré con muchas definiciones: Se refiere a una persona honrada, honesta, respetuosa con los demás y consigo misma, puntual, leal, pulcra, disciplinada, con firmeza y verdad en sus acciones, entre otras. Qué hermoso es poder dar al Señor un corazón íntegro, sincero. Para esto debemos iniciar por nosotros mismos. Debemos ser íntegros en cada momento, en cada instante de nuestra existencia, especialmente cuando nadie nos está mirando, ya que no es sólo para “aparentar”.
Es un nivel de moralidad por debajo del cual nunca debemos caer, no importa lo que esté sucediendo alrededor de nosotros. Se es una persona íntegra cuando decimos y actuamos con la verdad.” El que camina con integridad va seguro, pero el que toma caminos equivocados pronto será desenmascarado”. (Proverbios 10, V-9). La integridad del ser humano es un alto nivel de honestidad, decencia y honor que nunca se quiebra. Sin embargo, somos hombres frágiles, de barro, que debemos ser moldeados por ese Ser Supremo.
Muchas veces tomamos caminos cortos, de repente equivocados, pero que pueden afectar todo nuestro ser, nuestra integridad, por ejemplo cómo nos desenvolvemos con otras personas, cómo respondemos ante nuestros compromisos, de cualquier índole, o cómo actuamos con nuestros familiares, con nuestros amigos, incluso como tratamos a nuestros esposos (as), hijos, y cómo las personas nos ven y cómo nuestro aspecto habla por nosotros mismos. Dios nos dice a través de su palabra;” Pero, ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! Y qué pocos son los que la encuentran. (Mateo 7, V. 14).
El día que volví mi rostro al Señor le dije que guiara mi vida, desde ese mismo instante mi vida cambió. Debemos acostumbrarnos a que necesitamos de ese ser maravilloso, que solos no podemos, y si podemos todo lo que hagamos será efímero. Es muy distinta la vida guiada por Él, por su Espíritu Santo, que la vida guiada por nuestras propias fuerzas. No es sencillo mantenernos en el camino de la rectitud; el mundo, lo material, las cosas fáciles y el poder de la carne, impiden esa cercanía con Nuestro Señor. “Los que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que viven según el Espíritu van a las cosas del Espíritu. Pero no hay sino muerte en los que ansían la carne, mientras que el Espíritu anhela vida y paz”. (Romanos 8, V5-7).

Nada acontece en el mundo, en nuestra familia, o en nuestra vida, simplemente por casualidad. Dios tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros. Él está siempre ahí, en la puerta, llamándonos, a través de una persona, tal vez de la que menos imaginamos, o través de una circunstancia, buena o mala. O con una situación dolorosa, una enfermedad, una ruptura, no sabemos de qué forma golpea a nuestro corazón, pero siempre está allí esperando nuestra respuesta.

No dudemos ni por un instante en abrirle la puerta. Encontraremos el más grande de los tesoros: Una paz infinita. La alegría se siente más plena, el dolor tiene una razón de ser, la escasez nos hace más fuertes, la abundancia más generosos. Los errores se pueden perdonar. Y el auténtico amor, rescatar. Todo es posible, bajo la mirada de Nuestro Señor.



1 comentario:

  1. Jesús,mi Señor,que tú Espíritu gobierne mi vida,no que mi carne gobierne mi Espíritu....

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