domingo, 17 de noviembre de 2013


LA HERMOSA LIBERTAD, QUE ME REGALÓ EL” PERDÓN”


Durante varios días me quedé reflexionando acerca del perdón, de la grandeza de esta palabra, de esta decisión y todo lo que trae consigo. Además de lo que acontece en nuestras vidas cuando perdonamos, cuando pedimos perdón  y lo que es mejor ; cuando no actuamos con rencor sino que olvidamos las pequeñas o las grandes ofensas, sin importar el dolor que nos hayan causado, y el mal que haya podido provocar; una acción, una palabra, una determinación. “El que venga experimentará la venganza del Señor: él le tomará rigurosa cuenta de todos sus pecados. Perdona a tú prójimo el daño que te ha hecho, así cuando tú lo pidas, te serán perdonados tus pecados”. (Siracides Cap. 28 Ver.1-3).

Todo radica en nuestro corazón, en la forma en que amemos, si amamos a nuestra manera seguimos siendo prisioneros de nosotros mismos, es decir con nuestros pensamientos humanos y racionales, con nuestros afanes e intereses personales. Pero si tenemos en nuestro corazón el amor de Dios, ese amor que podemos dar a nuestro prójimo, este será un amor puro, paciente, servicial y sin envidia. Y es que el amor del Señor, el que podemos albergar y practicar con los que nos rodean, no actúa con bajeza, ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona; nunca se alegra de la injusticia y siempre le agrada la verdad. El verdadero amor todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera y todo lo soporta.

Si no entendemos la importancia del perdón y no la integramos en nuestra convivencia con los demás, nunca alcanzaremos nuestra libertad, me refiero a la más importante, a la” libertad interior” y permaneceremos siempre prisioneros de nuestros propios recuerdos, rencores y atados al pasado. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que hemos sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, sin resolver nada. “No devuelvan a nadie mal por mal, y que todos  puedan apreciar sus buenas disposiciones. Hermanos, no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue, como dice la Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo que se merece, dice el Señor. No te dejes vencer por el mal, más bien derrota  al mal con el bien”. (Romanos Cap. 12 Vs17, 19,21).

Hace algunos días, una amiga, a raíz de una situación dolorosa con su pareja, me manifestaba lo difícil que era para ella poder perdonar a ese ser que amaba por una falta cometida.Y es que, humanamente no es fácil, primero que todo debemos ponernos en manos del especialista para poder sanarnos, o sea,  pedir la ayuda de Nuestro Señor para que nos inunde de su compasión, de su infinito amor y por supuesto que disponga nuestro corazón, que lo ablande, para que la razón no prime, sino que prime la misericordia.

Debemos tener claro que perdonar no es avalar el mal, ni aceptarlo, ni pretender que es justo lo que no es. Perdonar significa: a pesar de que esta persona me ha hecho daño, yo no quiero condenarla, ni juzgarla, ni tomar la justicia por mi mano. Sino que hago mi parte y dejo a Dios, el único que escudriña las entrañas y los corazones, para que Él juzgue y haga justicia. Esta tarea sólo le corresponde a ese Ser Supremo, no a nosotros. Es más, no debemos reducir a quien nos ha ofendido a un juicio definitivo e inapelable, sino que miro a ese ser con ojos de esperanza, creo que algo en él (ella),puede cambiar y continúo queriendo su bien. “Sed misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, colmada, rebosante echarán en vuestro regazo; porque con la medida que midáis seréis medidos vosotros”. (Lucas Cap. 6 Vers. 36-38).

Lo más importante, es darnos cuenta que cuando perdonamos a alguien, hacemos un bien a esa persona, pues la liberamos de una deuda. Pero ante todo, nos hacemos un bien a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, a nuestra mente, a nuestro corazón, a nuestro espíritu. Con esta acción, recobramos lo más grande; recobramos nuestra” libertad interior” aquella que nos arrebató el rencor, el resentimiento, el dolor. Cuando perdonamos nos sentimos más livianos, más alegres, con una paz infinita. Definitivamente, el amor no pasa cuentas de cobro, todo lo contrario, salda las cuentas pendientes y nos “libera”.¡ Gracias Señor!

  



1 comentario:

  1. Mientras el pecado es estrechez la santidad es amplitud de espíritu y grandeza de alma. El perdón nos libera. ¡Gran prueba de amor!

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