LA
HERMOSA LIBERTAD, QUE ME REGALÓ EL” PERDÓN”
Durante varios días me quedé
reflexionando acerca del perdón, de la grandeza de esta palabra, de esta
decisión y todo lo que trae consigo. Además de lo que acontece en nuestras
vidas cuando perdonamos, cuando pedimos perdón y lo que es mejor ; cuando no actuamos con
rencor sino que olvidamos las pequeñas o las grandes ofensas, sin importar el
dolor que nos hayan causado, y el mal que haya podido provocar; una acción, una
palabra, una determinación. “El que venga experimentará la venganza
del Señor: él le tomará rigurosa cuenta de todos sus pecados. Perdona a tú
prójimo el daño que te ha hecho, así cuando tú lo pidas, te serán perdonados
tus pecados”. (Siracides Cap. 28 Ver.1-3).
Todo radica en nuestro
corazón, en la forma en que amemos, si amamos a nuestra manera seguimos siendo prisioneros
de nosotros mismos, es decir con nuestros pensamientos humanos y racionales,
con nuestros afanes e intereses personales. Pero si tenemos en nuestro corazón
el amor de Dios, ese amor que podemos dar a nuestro prójimo, este será un amor
puro, paciente, servicial y sin envidia. Y es que el amor del Señor, el que
podemos albergar y practicar con los que nos rodean, no actúa con bajeza, ni
busca su propio interés, no se deja llevar por la ira, sino que olvida las
ofensas y perdona; nunca se alegra de la injusticia y siempre le agrada la
verdad. El verdadero amor todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera y todo
lo soporta.
Si no entendemos la
importancia del perdón y no la integramos en nuestra convivencia con los demás,
nunca alcanzaremos nuestra libertad, me refiero a la más importante, a la”
libertad interior” y permaneceremos siempre prisioneros de nuestros propios recuerdos,
rencores y atados al pasado. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que hemos
sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, sin resolver nada. “No
devuelvan a nadie mal por mal, y que todos
puedan apreciar sus buenas disposiciones. Hermanos, no se tomen la
justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue, como dice la Escritura:
Mía es la venganza, yo daré lo que se merece, dice el Señor. No te dejes vencer
por el mal, más bien derrota al mal con
el bien”. (Romanos Cap. 12 Vs17, 19,21).
Hace algunos días, una amiga,
a raíz de una situación dolorosa con su pareja, me manifestaba lo difícil que
era para ella poder perdonar a ese ser que amaba por una falta cometida.Y es
que, humanamente no es fácil, primero que todo debemos ponernos en manos del
especialista para poder sanarnos, o sea, pedir la ayuda de Nuestro Señor para que nos
inunde de su compasión, de su infinito amor y por supuesto que disponga nuestro
corazón, que lo ablande, para que la razón no prime, sino que prime la
misericordia.
Debemos tener claro que perdonar no es
avalar el mal, ni aceptarlo, ni pretender que es justo lo que no es. Perdonar significa:
a pesar de que esta persona me ha hecho daño, yo no quiero condenarla, ni
juzgarla, ni tomar la justicia por mi mano. Sino que hago mi parte y dejo a
Dios, el único que escudriña las entrañas y los corazones, para que Él juzgue y
haga justicia. Esta tarea sólo le corresponde a ese Ser Supremo, no a nosotros.
Es más, no debemos reducir a quien nos ha ofendido a un juicio definitivo e
inapelable, sino que miro a ese ser con ojos de esperanza, creo que algo en él
(ella),puede cambiar y continúo queriendo su bien. “Sed misericordiosos como
nuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis
y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una
medida buena, apretada, colmada, rebosante echarán en vuestro regazo; porque
con la medida que midáis seréis medidos vosotros”. (Lucas Cap. 6 Vers.
36-38).
Lo más importante, es darnos
cuenta que cuando perdonamos a alguien, hacemos un bien a esa persona, pues la
liberamos de una deuda. Pero ante todo, nos hacemos un bien a nosotros mismos,
a nuestro cuerpo, a nuestra mente, a nuestro corazón, a nuestro espíritu. Con
esta acción, recobramos lo más grande; recobramos nuestra” libertad interior”
aquella que nos arrebató el rencor, el resentimiento, el dolor. Cuando
perdonamos nos sentimos más livianos, más alegres, con una paz infinita.
Definitivamente, el amor no pasa cuentas de cobro, todo lo contrario, salda las
cuentas pendientes y nos “libera”.¡ Gracias Señor!
Mientras el pecado es estrechez la santidad es amplitud de espíritu y grandeza de alma. El perdón nos libera. ¡Gran prueba de amor!
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