EL LÍMITE DEL PERDÓN ES EL AMOR…
En otro blog hablé del
perdón y hoy vuelve de nuevo a mi corazón el tema, porque las palabras se
quedan cortas y la cotidianidad y las circunstancias de nosotros los humanos
nos obligan a perdonar y ser perdonados todos los días, para poder avanzar. Hace
poco en una charla, el conferencista nos explicaba a manera de ejemplo, la
teoría del lobo. Dentro de nosotros existen dos lobos: uno que espera ser
alimentado con un pensamiento negativo, incapaz, victima, con un corazón lleno
de odio, rencor, venganza, egoísmo, envidia, tristeza, ira, lamentaciones,
depresión y demás ataduras sin solucionar. Y, otro lobo, que espera ser
alimentado con amor, con pensamientos positivos, fe, esperanza, misericordia. Con
un corazón dispuesto al perdón, a la paz, prosperidad, abundancia, alegría, lo mejor está por venir.
Nosotros elegimos a qué lobo
vamos a alimentar en nuestro ser.
Depende de nuestras
acciones y las elecciones que hagamos con nuestra vida. Y esto se nos nota. Se observa
en nuestro actuar. Se ve en el trato con las personas, en las decisiones, en nuestras palabras, cómo
vivimos a diario y lo que damos a los demás. Es así de sencillo, se refleja
hasta en nuestra propia mirada. Y traigo a acotación lo del lobo, porque es muy
frecuente escuchar que se señala a alguien, se le juzga y se destruye con
palabras llenas de amargura. Allí hay un lobo alimentado con la elección
incorrecta. Y, el Todopoderoso nos dice: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen
y no serán condenados; perdonen y serán perdonados”. (Evangelio de San Lucas 6.
Vers. 37).
Si alguien nos ataca o no
nos quiere, debemos perdonar y orar por estas personas. Amarlos a pesar de todo
y seguir nuestro camino.
Pedro le preguntó a Jesús:
¿Señor, cuántas veces tenemos que perdonar? Y Nuestro Señor le respondió: “¡No
solo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete!”. Esta expresión en la palabra de Dios significa Plenitud. De
esta manera el perdón debe estar siempre presente. Pero es tan difícil,
especialmente cuando experimentamos dolor, sufrimiento, cuando es tocado
nuestro ego. Que dura es la enfermedad de la “soberbia” y cuanto nos hace
sufrir. Pero hay un gran remedio para esto: la humildad.
¿Cuántas veces tengo que
agachar la cabeza, cuántas veces tengo que doblegar el corazón, cuántas veces
tengo que reconocer ante Dios y ante los hombres que me equivoqué?
Y El Señor nos está
esperando siempre con los brazos abiertos, con su Amor infinito y con su Misericordia
para darnos el perdón. Así mismo, nosotros debemos perdonar para poder
recíprocamente recibir el perdón. Pero tengamos presente algo muy importante,
el perdón sólo se da si acudimos a Dios, si le pedimos que nos ayude a
reconocer primero nuestros errores y que
nos done su Gracia para poder perdonar al prójimo, ya que con solo las fuerzas
humanas no lo podemos lograr. No cabe en nuestro entendimiento ni en nuestro
corazón, debe existir la Gracia del Señor, llenarnos de su Amor y de su poder
para no mirar el error del otro sino poder decirle abiertamente: te perdono, te
perdono de corazón.
El que más ama es el que
más perdona. A veces decimos que amamos mucho pero cuando se llega al momento
del perdón es como si el amor se acabara… ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y,
especialmente a aquellos que no nos quieren, a nuestros enemigos. Lo mismo pasa
con el prójimo, qué arduo es amarlo como a nosotros mismos. Jesús nos dice a
través de su palabra. “Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el
bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que
los maltratan” (Evangelio San Lucas Cap 6 Vers 27-28).
Otra de las razones para
traer a acotación este tema, es por el temblor del pasado 10 de marzo en
nuestro país. Creo que nunca había sentido que la tierra se moviera tanto
durante mis años de existencia. Estaba con mi hijo cerca a nuestro hogar, no
sentí miedo, pero sentí la necesidad de preguntarme; ¿Y, si hoy fuera el final,
que pasaría conmigo…a quien me faltó perdonar, me confesé de todos mis pecados,
estoy en paz con Dios y con los que conozco , estoy enfrascada en esta
circunstancia o detalles que no valen la pena, que hice con mi vida, con mi
existencia, debo partir y que le diré al Señor en el momento del juicio, cómo
me presentaré ante Él? Fueron muchas preguntas en unos segundos que pasaron por
mi mente mientras veía la expresión de los rostros y escuchaba las anécdotas de
los vecinos que salieron de sus apartamentos a comentar lo sucedido.
Considero que estos
fenómenos de la naturaleza no nos deben dejar solo el recuerdo. Debe alentarnos a volver nuestra mirada hacia
nosotros mismos. A inspeccionar nuestra vida, nuestro corazón y nuestro ser.
Debe ser un campanazo para reconocer que existe un ser Supremo, un Omnipotente
que dirige cada instante de nuestro caminar. Y, que existe un cielo, un purgatorio y un infierno. Y es
real. No es un cuento para asustar a los niños. Es el encuentro que tendremos
frente a frente con el Señor, con nuestro libro de la vida abierto y donde nos
pedirán cuentas. Recordemos lo que dice en el evangelio: “Al que se le ha dado mucho, se
le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá
cuentas”. (Evang. San Lucas 12, Vers. 48).
Desafortunadamente el
llamado no lo escuchamos todos, porque el corazón está cerrado y duro como una
piedra. Y, a veces, está tan oscuro que todo esto pasa de largo. La voz del
Señor no llega hasta que nosotros con nuestro libre albedrio se lo permitimos. Debe
nuestra vida pasar por un camino de conversión para encontrar muchas veces
sentido a estas palabras del Todopoderoso. Dios quiere de nosotros un corazón
puro, sano, que seamos compasivos con los demás, como Nuestro Padre es
compasivo con nosotros. Nuestro corazón debe estar lleno de Amor, inundado de Amor.
Así podemos dar lo mejor de nosotros mismos y
lograremos alimentar a un lobo en quien reine la paz, tierno, bondadoso,
rico en misericordia, abierto al perdón. Lejos de la ira, del orgullo y de la
soberbia. “El Señor es ternura y compasión, paciente y lleno de amor. El Señor
es bondad para con todos, sus ternuras están
en todas sus obras.” (Salmo 145(144), Vers 8-9).
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