martes, 29 de septiembre de 2015

¡La cruz… símbolo supremo del Amor!


Hablar de las postrimerías no es fácil, muchas personas piensan que es aquí  en la tierra donde inicia la vida eterna pero yo me pongo a analizar y me convenzo que es aquí donde se forja el camino a esa vida eterna que no se acabará jamás. Muchas veces me imagino la eternidad y creo que me quedo corta con toda la belleza, la paz, la plenitud, la perfección, el amor y la grandeza que nos espera en el más allá. Solo pensar en encontrarme cara a cara con el Creador, con la Santísima Virgen y toda la Corte Celestial, me llena de gozo y de pánico claro está, pues vendrá un juicio particular y de eso no nos libraremos ninguno.

“Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta”. ((Mateo Cap. 16, Ver 27-28).

Y, como lo decía en el artículo anterior, solo depende de nosotros mismos lo que vayamos a vivir después de la muerte y no es por causar miedo, pero debemos estar alerta y trabajar para que cuando llegue ese momento, el de la muerte, podamos ir al cielo y no al infierno. Bueno, y si nos toca pasar por el purgatorio que sea solo un poco para purificarnos y luego poder disfrutar de ese Reino Eterno prometido por Dios a los que lo siguen negándose a sí mismos y cargando la cruz.

“Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará”. (Mateo Cap. 16 Ver 24-26).

Y esto me recuerda una homilía en que el Sacerdote miraba a la cruz en el templo y repetía: “sin cruz no se puede ver la luz”. Y a la vez explicaba que a nosotros los humanos no nos gusta sufrir. Entonces se habla de la cruz y escondemos la cabeza, sin saber que a través de esta nos purificamos, sea cual sea la cruz: una enfermedad, un matrimonio pesado, un hijo difícil, una adicción, una crisis económica, un accidente, una muerte inesperada de un ser querido. Realmente No nos gusta pasar por circunstancias que nos ponen tristes, que nos hacen salir de nuestra zona de confort. Huimos al dolor, a la angustia, y es normal sentir todo esto, es de seres humanos.

Pero cuando entendemos que aceptando la cruz o alguna de estas circunstancias, ofreciendo a la vez este dolor a los pies de Cristo y llevando esta cruz con paciencia, Fe y gozo, estas situaciones cambian totalmente nuestra existencia, nuestros pensamientos y lo más importante transforman para siempre, de forma positiva, nuestro corazón. Yo no entendía qué significaba llevar la cruz hasta que un día me sorprendió la vida con una situación familiar muy difícil y me llegó ese momento. Fue muy duro, lo admito, pensé que no iba a ser capaz de resistir, de seguir, pero me postré ante al Señor y le pregunté: ¿Por qué a mí, por qué de esta manera, por qué así?.

Después de 5 años, Él me respondió, o mejor dicho, yo entendí por qué y para qué me permitió cargar con esta cruz. Hoy la llevo y la soporto con paciencia, humildad, y podría decir que hasta con gozo, pues todo lo que he recibido del Señor cargando la cruz no se puede describir. El sacrificio y la aceptación han valido la pena. Es absolutamente maravilloso sentir tan cerca el amor de Dios, de mi ¡Padre!.

Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre. ¿Y entonces qué debemos hacer? Responder sencillamente a ese llamado. ¿Cómo? Primero que todo dejarnos encontrar por Él. Decirle sí al Señor, como lo hizo la Santísima Virgen María con ese Sí incondicional, sin peros, sin dudas, sin mentiras, con plena decisión y convencimiento. Debemos decirle a Dios:” sí, aquí estoy Señor”.  Y poder así convertir nuestra vida en un himno de alabanzas a Dios y dar un recomienzo a nuestro mundo. Es como volver a nacer pero bajo los designios del Padre.

Y que bien se siente cuando sabemos que hemos elegido un buen camino, una vía que nos conduce a lo mejor: dejarnos amar por nuestro Creador. Y es que la vida se torna más sencilla, más amable, llena de esperanza, se ve una luz en medio de la adversidad, de la oscuridad, se siente una mano que nos conduce a sendas inimaginables donde todo se puede. Y se hace bajo la premisa del primer mandamiento: el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Seremos juzgados en el Amor, no lo olvidemos.

“Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja con otro. Como el Señor perdonó, a su vez hagan ustedes los mismo”. (Colosenses Cap. 1 vers. 12-14).

Sopórtense y perdónense unos a otros. Qué bonito suenan estas palabras pero cuanto nos cuestan. Solo hay una fórmula para poder lograrlo: llenar el corazón de amor. Esto implica tener un corazón limpio y vaciarlo de todo aquello que no nos hace bien: envidia, soberbia, rabia, orgullo, malos hábitos, adulterio, apegos humanos y terrenales, adicciones como la pornografía, promiscuidad, el alcohol, drogas, cigarrillo y demás… (Recordemos que nuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo, Dios habita allí y cada vez que utilizamos nuestro cuerpo de manera indebida ofendemos directamente a quien nos creó).

“Que tu vida no sea una vida estéril -Se útil-. Deja poso. Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor”. Palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

Esto nos invita a poner en cada momento los ojos en el Cielo pero los pies en la tierra. A estar en el mundo, pero siendo ejemplos vivos del Todopoderoso. Mejor dicho, el alma viva en Dios y Dios vivo en nuestra alma.

Vuelvo a la Cruz, debemos vivir con la certeza y confianza que lo que le pedimos al señor Él nos lo concede, si nos conviene, en su tiempo. Dios no es de procesos, es de hechos concretos. Pidámosle entonces que nos ayude a llevar la cruz que se nos dio, sin renegar, sin maldecir, todo lo contrario, dando Gloria. pues esta Cruz si la sabemos cargar nos llevará a la Santidad. Debemos entonces cargarla con orgullo, con alegría, con humildad, con fe y con gozo, aunque talle, aunque duela, porque en esta cruz está nuestra salvación.

“Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana”. (Mateo cap. 11 vers.28-30).

Jesús cargó una pesada cruz por nosotros, nos demostró un Amor sin límites, sin condiciones. ¡La máxima expresión del Amor Divino…! La Virgen María soportó la cruz, la de dolor, al ver a su hijo padecer y entregar su vida por nosotros. Aprendamos a llevar nuestra cruz o nuestras cruces no con amargura sino con altivez, esperanza y con la seguridad que ésta cruz será la que llevará nuestra alma al cielo. Y, nos abrirá el corazón para poder manifestar: “NO SOY YO QUIEN VIVE, ES CRISTO QUIEN VIVE EN MI"(GAL.2, 20)




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