lunes, 6 de junio de 2016

Tesoros de la Iglesia católica para vivir el matrimonio


En esta época donde la familia es muy atacada, donde la sociedad se inclina más al egoísmo, relativismo y donde también se niega lo que es pecado, es aquí donde la familia puede tambalearse sino no se ha sembrado en tierra fértil o construido sobre roca firme...

“Por esto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos serán una sola carne”. (Génesis 2:24).

Tampoco es fácil encontrar métodos ni consejos para que un matrimonio no fracase. Por eso, resulta urgente promover estrategias de prevención matrimonial. De este modo, es más sencillo ayudar a millones de parejas a no fracasar, a vivir en armonía, a crecer en el amor, a dialogar con una profunda sintonía de corazones, a saber acoger y educar con generosidad a todos los hijos que Dios les conceda como fruto de su amor.
Dejemos entonces a los especialistas en los distintos ámbitos humanos el elaborar estrategias eficaces.  Y miremos las herramientas que podemos aplicar como católicos guiados claro está por el Espíritu Santo, la palabra de Dios y la práctica de los Sacramentos.
La primera ayuda y la más importante, radica en la vida de Gracia. Una pareja de esposos que buscan estar cerca de Dios a través de pequeñas oraciones diarias; que recuerdan con alegría que son bautizados, que han recibido la confirmación, que están unidos en su amor a través del sacramento del matrimonio; que van a misa los domingos y, si pueden, también algún día entre semana; que se confiesan con frecuencia, para recibir el perdón de Dios y así recuperar también la caridad que nos une a los demás cristianos y, ¿por qué no?, también a la propia esposa o al propio esposo... Una pareja que vive así, no tiene energías insospechadas para caminar a través de las dificultades y para disfrutar a fondo las mil alegrías de la vida familiar.
En lugar central de esta vida de Gracia debe ser, siempre, la Eucaristía. Vivir a fondo la misa, recibir a Jesucristo con fervor intenso, buscar momentos para orar ante un Sagrario: un matrimonio que vive de Eucaristía tiene asegurado el éxito completo.
Oración, diálogo, amor y felicidad
La segunda ayuda consiste en el diálogo continuo y cordial con la ayuda del Espíritu Santo. Aunque sabemos de memoria que Dios es Uno y Trino, muchas veces dejamos de lado el papel del Espíritu Santo en la propia vida. Si los esposos saben rezar, individualmente y como pareja, al Espíritu Santo en tantos momentos y en tantas situaciones distintas, recibirán una profunda luz para comprender lo que les pasa, para decidir lo que pueda ser mejor para todos, para mantenerse fieles a los buenos propósitos, para rectificar ante decisiones equivocadas.
Dios, en la Tercera Persona de la Trinidad, está muy cerca de nosotros, nos ilumina y nos apoya de modos insospechados. Sobre todo, nos permite decidir no según el propio punto de vista, sino en función del bien de la familia, incluso a veces a costa de “ceder” un poco para que gane la armonía de los esposos.
La tercera ayuda consiste en la vivencia profunda del Evangelio. ¿Cuántos esposos leen, como pareja, la Biblia y, especialmente, el Evangelio, para recibir luz y fuerza en la vida cotidiana? Es hermoso, en cambio, ver matrimonios que tienen en un lugar emitente, dentro de la casa, una Biblia abierta. No como ornamento, no para presumir a las visitas, sino como un punto de consulta y de inspiración.
Confesión, humildad, perdón
La cuarta ayuda radica en ese realismo tan propio de nuestra fe. Todos somos pecadores, todos tenemos mil defectos por los que pedir perdón. Creer que no tenemos pecados, que uno es siempre inocente y el otro culpable, es iniciar el camino del fracaso matrimonial. En cambio, reconocer que uno tiene culpas, que uno es débil y aceptar también que el otro no es perfecto, permite vivir con mayor serenidad los sobresaltos y las aventuras de la vida matrimonial.
La quinta ayuda espiritual consiste en vivir muy cerca de la Virgen María. Ella fue esposa ejemplar, y una Madre de familia fuera de lo común. Ella sabe ayudar a los esposos a ser bondadosos, alegres, confiados, disponibles. Sobre todo, a estar dispuestos, en todo, para hacer la Voluntad de Dios. Aunque a veces no se vea nada claro, aunque haya que pasar por pruebas muy dolorosas; como, por ejemplo, cuando un hijo se enferma y muere.
Y la última sugerencia consiste en contemplar continuamente una cruz y, ante ella, pensar y dialogar como pareja ante las situaciones normales de la vida y ante los momentos de prueba. También si ha habido alguna infidelidad, para que la parte culpable sepa pedir perdón e iniciar el camino hacia la conversión profunda, y para que la parte inocente sepa perdonar, aunque lo haga con lágrimas de sangre por el daño recibido.
La cruz es central de nuestra fe católica. Nos gloriamos, como dice san Pablo, en la cruz de Cristo (Gal 6,14). La cruz puede hacer que millones de esposos vivan fieles a una promesa de amor que arranca desde el misterio de Dios y que permite, en esta tierra, poderlo cumplir : ¡hasta que la muerte los separe!
Los invito a continuación a ver un video sobre el matrimonio en el siguiente link:https://www.youtube.com/watch?v=tQIGhnrryfU&sns=fb


lunes, 11 de abril de 2016



¡Obedecer a Dios antes que a los hombres!


Inicio mi reflexión con una voz de alabanza y agradecimiento al Señor, pues la Semana Mayor que pasó significó mucho en mi vida, no solo por el aprendizaje sino por lo que mi corazón sintió al dar y al recibir inmensos regalos espirituales.

Esta Pascua que estamos viviendo se transforma en todo aquello que experimentamos con la muerte y resurrección una vez más, de Nuestro Señor Jesucristo. No entiendo cómo pueden pasar esas fechas memorables sin que  nuestro ser se agite, la conciencia grite y nuestro corazón se abra para recibir el Amor más grande, Su Amor sin límites. Todo, absolutamente todo, lo entregó Jesús, sin esperar nada a cambio.

“La vida ha vencido la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido al pecado! Se necesita fe y esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: ‘¡Señor, dame, danos la fe, dame, danos la esperanza! ¡La necesitamos tanto! Dejémonos invadir por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: ‘¡Sí que es cierto: Cristo ha resucitado!’. ¡El Señor ha resucitado entre nosotros!” Papa Francisco.

Si somos Católicos, con una Fe fortalecida, fundada en la práctica y en el conocimiento de la doctrina y por supuesto en obedecer los lineamientos de vida  que nos traza el seguir a Dios, entonces, tuvo que pasar algo en nuestro interior. Hace unos días, exactamente el mes pasado. Posiblemente sea un paso más hacia la conversión, o un cambio de vida, de actitudes, de reflexión ante la situación que cada uno estemos viviendo. O sencillamente nos dimos cuenta que erramos, que pecamos constantemente; con nuestro actuar, con nuestras conductas, al juzgar, al criticar. O incluso nos creemos casi santos y poderosos y no mirarnos sino la paja en el ojo ajeno y no la nuestra.

 Así dice en la Sagradas Escrituras:” ¿y por qué te fijas en la pelusa que tiene tu hermano en un ojo, si no eres consciente de la viga que tienes en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “hermano, deja que te saque la pelusa que tienes en el ojo”, si tú no ves la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo para que veas con claridad, y entonces sacarás la pelusa del ojo de tu hermano. (Sn Lucas 6, 41-42).

Traigo a colación esta cita bíblica porque en muchas oportunidades creemos ser dueños de la absoluta verdad, basados únicamente en nuestro entendimiento, pero ni siquiera nos preocupamos por escuchar la voz del Padre, de hacer silencio para poder oírlo. Esa es la única forma de poder escuchar a Dios, en el silencio. Pero el mundanal ruido nos ataca por todas partes: las carreras de la vida cotidiana, la música estruendosa, el televisor, los juegos electrónicos, el teléfono celular y el uso de las redes sociales que nos bombardean a cada instante. O simplemente, la preocupación por el tener y querer más cosas, por cumplir metas y ser exitosos. Y, nos quedamos solo escuchando al mundo, a los hombres, y cerramos nuestros oídos y vendamos nuestros ojos para no seguir realmente a quien es el camino, la verdad y la vida: ¡Jesús¡

Pero, son muy pocos los momentos, los minutos o las horas que dedicamos a nuestro crecimiento espiritual, a la oración, al participar en la Sagrada Eucaristía, a acudir al Sacramento de la Reconciliación. A leer en casa la Biblia o un libro espiritual de la Iglesia Católica. O a Rezar el santo Rosario.

Todo nos ayuda a crecer en lo que realmente vale la pena: trabajar para salvar nuestra alma y la de nuestros seres queridos, porque el tiempo es ahora. Más adelante de repente será demasiado tarde. Así, lo demás llegará por añadidura.

El infierno está lleno de bocas cerradas…

Quiero traer a contexto una frase que me caló muy hondo en el corazón.  La escribió el fundador de la Obra de Dios, el Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer. Dice así:
“Resulta más cómodo—pero es un descamino—evitar a toda costa el sufrimiento, con la excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente, en esa inhibición se esconde una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de ordinario no es agradable hacer una advertencia seria. Hijos míos, acordaos de que el infierno está lleno de bocas cerradas”. (Libro: Amigos de Dios, 161).

¡Gran maestro!, ¿y por qué lo cito?, porque precisamente en Semana Santa estuve de manera casual, en circunstancias de familias creyentes, donde los padres no abrieron su boca para motivar a sus hijos a ir a la Iglesia, a recogerse en los días santos, a realizar un descanso en el espíritu o en el cuerpo y a decir un “No” ante las cosas del mundo. Esto, con la excusa de no molestarlos o no privarlos de su libertad. Y esto es solo circunstancial.

¿cuántas veces podemos ver o presenciar situaciones de parejas fuertes como el adulterio por ejemplo, o el alcoholismo en la familia, o hijos por el camino de las drogas o decisiones funestas como un aborto, o adicciones que matan el cuerpo y el alma, como la pornografía en algún ser cercano y nos limitamos a callar?, únicamente por no herir sentimientos o no involucrarnos, (que es la posición más cómoda), siendo de pronto nosotros conocedores de la verdad… ¡qué gran error y cuanto nos costará cuando tengamos que rendir cuentas a nuestro Creador, de lo que hicimos, dijimos, hicimos o dejamos de hacer!

Y, cito de nuevo palabras del Santo Papa Francisco: "No se dejen vencer por los miedos, la tristeza y la desesperanza, abramos al Señor nuestros sepulcros sellados para que Jesús entre y los llene de vida.”  Y Nos llene el entendimiento de la verdad, que la necesitamos tanto. Porque la gran mayoría de las veces no creemos que podemos escuchar la voz de Dios y nos dejamos persuadir por voces humanas, por razones humanas, por acciones netamente de los hombres, sin fijarnos que hay un Ser Superior, que todo lo sabe, que todo lo acierta y que está latente, vivo, cerca de nosotros para darnos la mano, para brindarnos su Amor, su apoyo, su ayuda incondicional.

Pero lo más grande es abrirnos a sus brazos misericordiosos, a pesar de nuestros errores, de nuestras caídas, de nuestra pequeñez. Y lo reitero una vez más, como lo exclamaron Pedro y los apóstoles:

 “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”. (Del libro de Los hechos de los apóstoles Cap. 5,27-33).

¡FELICES PASCUAS PARA TODOS!

miércoles, 24 de febrero de 2016



¡Tú fidelidad es grande, Señor… es incomparable!


El pasado 10 de febrero, Miércoles de ceniza, observé la cantidad de feligreses que se acercaron a los Templos a colocarse el signo de la Cruz en la frente. Fueron muchos, se veían por todas partes, incluso alguien en la calle se acercó a mí y me dijo: ¡qué alegría, está volviendo la Fe!

Un escritor conocido de origen británico que por esos días visitaba nuestro país, también durante una conferencia precisó: “Vengo de una nación creyente pero estoy sorprendido de todas las personas que llevan en su frente la Cruz, nunca había visto tantas…”, aseveró con una sonrisa en su rostro. Estuve también en mi Parroquia y me asombró las innumerables filas para lograr que impusieran la ceniza… parecía como si fuera a acabarse.

Me preguntaba entonces, ¿realmente sabemos qué significa esto?,  ¿tenemos pleno conocimiento de lo que hacemos, o de repente creemos que es como un amuleto de la buena suerte? ¿por qué nos parece tan importante?

Afortunadamente el Sacerdote recordó durante la celebración de la Eucaristía: “Miércoles de ceniza; esa señal en la frente es un gesto de mi compromiso de dejar el pecado para vivir de acuerdo con la palabra de Dios. Este día se inicia la Cuaresma que nos prepara a la Pascua del Señor. Recibo la ceniza en mi frente porque creo en Dios. Porque quiero reconciliarme con Él y mis hermanos”.

También se repitieron frases como: ¡Conviértete y cree en el Evangelio! o ¡Polvo eres y en polvo te convertirás! (Génesis Cap 3. Vers. 19).  Palabras fuertes, contundentes, que nos invitan a examinar nuestra vida, nuestro actuar, nuestro corazón. Que nos ratifican que sin Dios en nuestra existencia no somos nada, que nos recuerdan que algún día partiremos de este mundo, tal como llegamos; sin nadie y sin nada.

Son cuarenta días (Cuaresma) que ya van transcurriendo antes de llegar a la celebración de la Pascua del Señor en la Semana Santa; es un tiempo especial, un momento de conversión, de volver a abrir el corazón a Dios y al prójimo. Es también una invitación a evaluar nuestra vida, guiados por la Palabra de Nuestro Señor.

Es una ocasión para renovar la Fe de bautizado y por supuesto es una gran oportunidad para pedir perdón por nuestros errores, por aquellas decisiones equivocadas, por aquellos comportamiento inadecuados, por aquellas caídas en las tentaciones. Por aquellos actos impuros, por aquello que no nos deja ser felices ni sentirnos en paz, por aquella ofensa, mal comportamiento, palabras dañinas, pensamientos mal intencionados, reacciones agresivas. Por esos sentimientos de amargura, envidia, rencor. Mejor dicho: todo aquello que nos ha alejado de nuestro Padre. Que nos hace sentir ciegos a la Verdad, a la verdadera Luz.

Es un tiempo que nos llama a recurrir al Sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación. Se nos pide hacer un examen de nuestro actuar. Debemos aprender a sentir vergüenza, dolor y arrepentimiento de nuestros actos y por supuesto ir a pedir perdón, confesar los pecados ante el Sacerdote, quien en ese momento se convierte en el mismo Jesús. Él nos escucha y nos da la absolución. Y, luego así, podemos vivir con esa tranquilidad que nos da sentirnos perdonados, amados. Terminando finalmente con una oración y buenas obras para poder reparar el daño que hemos hecho. Es una invitación a iniciar una nueva vida o a mejorar la que tenemos
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“Y nadie echa vino nuevo en envases de cuero viejos, porque el vino haría reventar los envases y se echarían a perder el vino y los envases. ¡A vino nuevo, envases nuevos!”. (Marcos Cap 2 vers. 22).

Hermosa palabra, llena de sabiduría. El Todopoderoso es perfecto en sus afirmaciones. ¿Cómo puedo yo querer hacer un cambio de vida o llegar a la conversión si primero que todo no cambio mi corazón, no lo limpio, no lo sacudo, no lo purifico?…y esto requiere decisión, persistencia, disponer mi vida plenamente para dar un sí rotundo a Dios.  Luego, alimentar nuestra Fe, y obedecer los preceptos de Nuestro Señor. Porque casi siempre afirmamos que tenemos a un Dios vivo en nosotros, pero cuando nos toca renunciar a algo que nos gusta como un vicio, por ejemplo el dejar de fumar, entonces hacemos nuestra voluntad y no la del Padre. Pues estoy segura que Él no está de acuerdo que destruyamos nuestro cuerpo de esta manera.

No es fácil realmente hacer la Voluntad de Nuestro Señor, porque estamos llenos de bacterias espirituales, también de apegos, de cosas que nos atan, de vicios que amarran nuestras vidas. Pero al final sabemos que todo es pasajero: como el dinero que va y viene, los trabajos que inician y al cabo de un tiempo terminan, o los amigos que se van cuando tenemos problemas. Solo quedan unos pocos. Incluso hasta nuestra propia familia muchas veces nos juzga y nos distancia, cuando no compartimos sus estilos de vida
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Sin embargo, algo en nuestro interior nos dice lo que es real, lo que es auténtico, lo que realmente vale la pena. La conciencia está latente, pero casi siempre tenemos vendas en los ojos, y grandes tapones en los oídos que nos impiden reconocer lo esencial, lo que sí perdura, lo que es la Verdad y es el camino seguro: Descubrir el amor de Dios. Es el único que no nos defrauda, es el único que realmente es fiel siempre; es el único que tiene la capacidad de ofrecernos mares enteros de misericordia; es el único que puede acogernos en sus brazos en cualquier momento, pero también es el único que puede impartir Justicia Divina ante nuestro proceder.

Este tiempo de Cuaresma es perfecto para recapacitar y poner fin a lo que no está bien. Para barrer lo que es basura en nuestro ser. Para renunciar al pecado, a los vicios, a las adicciones, a la prepotencia o para seguir siendo fieles al Señor a pesar de la prueba. Es un tiempo para abrirnos al perdón, para dejarnos conquistar de nuevo por ese aroma hermoso de transparencia, de rectitud, de orden, de la verdad, de cosas lindas, de servicio, de asombro, alegría, bondad, humildad y por supuesto de sencillez

Es tiempo de volver a la fuente del Amor, a nuestro Padre. Y deseo terminar citando la parábola del hijo pródigo (Lucas Cap. 15 ver 11-32) donde un hijo deja su hogar. Experimenta el vacío de la vida y la ausencia del Amor. Después de un tiempo reflexiona sobre la posibilidad de volver a su casa. Toma la decisión, retorna y pide perdón. El Padre lo perdona, se alegra y además hace una gran fiesta...

 Así será cuando tomemos la decisión de retornar al verdadero camino: ¡Dios!
  


jueves, 21 de enero de 2016

 Dame la humildad suficiente para reconocerte…


El mes pasado toqué el tema del Sacramento de la Confesión, pero faltaron muchos conceptos y argumentos para esclarecer...a continuación la segunda parte. Empiezo con mi experiencia de vida. Unos cuatro años atrás, me confesaba de vez en cuando, como en Semana Santa, en un retiro espiritual o en una ocasión especial. Y me parecía que todo estaba bien y que hacía lo correcto. En la actualidad, recurro a la confesión de manera frecuente, una vez al mes o en lo posible cada 15 días. ¿Qué ha hecho la diferencia en mi vida? ¡Todo!. Al principio pensé que era algo exagerado, luego me empecé a dar cuenta que estaba disfrutando del regalo más extraordinario que nos dejó Jesús: el perdón.

Soy más consecuente de mis errores, de aquellos pecados recurrentes, de lo que cuesta dejarlos, del esfuerzo que debo hacer para superarlos. He podido entender muchas actuaciones de mi vida, he aprendido que todos los días es importante hacer un examen de conciencia, una sencilla reflexión de lo que se hizo durante el día, de nuestro comportamiento, de nuestros juicios, de nuestro modo de pensar e incluso de nuestro modo de hablar y actuar. Pero, lo más importante, revisar si durante esas horas de existencia, supimos dar amor a los demás, a nuestro prójimo.

Hasta puedo decir que la confesión ha cambiado mi manera de ver la vida, las situaciones. Encuentro más respuestas a interrogantes, encuentro más herramientas para educar, encuentro guías para vivir y encuentro algo supremo, la misericordia de Dios… La confesión nos da Dones: como aprender a escuchar, nos da caridad, nos da la paciencia y por supuesto nos da la libertad… La reconciliación es una liberación y nos saca de la esclavitud. Nos devuelve la amistad con Dios, nos devuelve la Gracia que recibimos en nuestro bautismo. Nos devuelve sencillamente la alegría, la tranquilidad, la paz con nuestro ser, con  nuestra conciencia.

 “En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Ustedes estarán apenados, pero su tristeza se convertirá en gozo”. (San Juan Cap. 16. Vers.20).

Y es literal, eso pasa. Cuando estamos encadenados al pecado o inmersos en una rutina de vida al ritmo de lo que nos ofrece el mundo, el gozo de la existencia es completamente efímero. Pero, cuando además de alimentar el cuerpo, pensamos y actuamos para alimentar nuestra alma, esa tristeza se convierte en una alegría profunda. Salir de un confesionario con la conciencia tranquila, poder hablar con el mismo Jesús a través de un sacerdote, es algo inexplicable. Muchos, incluso, acudimos a un director Espiritual, y realmente es toda una bendición de Dios.

Así como necesitamos un médico para curar nuestro cuerpo, para prevenir enfermedades o combatir unas por venir, también necesitamos un especialista para curar nuestra alma, para cuidarla, para protegerla. Pero solo hay una virtud que nos conduce de manera directa a dar este paso: la humildad.

La humildad perfecta es el mismo Jesús, la misma Madre del Cielo, la Virgen María y por ende, solo el que es humilde logra reconocer a Dios.
“Jesús los oyó y les dijo: No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. (San Marcos Cap. 2 Vers 17).

El alma queda herida por el pecado y el pecado está inmerso en el orgullo que es lo contrario a la humildad. Por esto debemos iniciar reconociendo que somos pecadores. Este Sacramento es la prueba más grande de nuestra Fe. Todos los Sacramentos los instituyó Dios, así que si uno no se arrepiente tampoco sabe perdonar, tampoco puede perdonar. Jesús dio poder a los apóstoles para poder perdonar los pecados de los demás, lo que correspondió en su lugar y nuestro tiempo, al sacerdocio.

No interesa si el sacerdote es un pecador como nosotros, esto no debe preocuparnos, ellos poseen la Unción sacerdotal. Recordemos lo que dice en las Sagradas Escrituras: “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mateo Cap. 18, Ver. 18).
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. (Juan Cap. 20. Ver.20).

Recordemos de manera rápida lo que es el pecado. Según el Catecismo Católico; el pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia. Y, por supuesto, el pecado es una ofensa a Dios. Clases de pecado: El pecado mortal y el pecado venial. El mortal destruye el principio vital de la caridad en el corazón del hombre y aparta al hombre de Dios, quien es su fin último.

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: Violar uno de los mandamientos. Tener plena conciencia del mismo. Tener pleno conocimiento. El pecado  mortal si no es borrado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Dios, lo que significa que si morimos en pecado mortal, nuestra alma llegará a la muerte eterna, al infierno
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¿Cuáles son estos pecado mortales o conocidos como capitales?: Cada uno de los que voy a describir se asemeja a un pulpo con sus respectivos tentáculos que atacan nuestro ser por medio de los sentidos destruyendo nuestra voluntad y haciéndonos esclavos o títeres del mal. Estos son: La lujuria (búsqueda desordenada del placer sexual).  La Soberbia (es amarse demasiado a sí mismo, lo cual nos hace despreciar a Dios y a los demás). La Pereza (es la falta consentida o culpable de esfuerzo físico o espiritual).  La Envidia  (es el rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien,  junto con el deseo desordenado de poseerla). La Ira (es enojarse sin medida y desear vengarse del prójimo). La Gula (el deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida). La Avaricia (es la gran ambición de poseer cosas materiales).

Los otros pecados son los veniales: que Impiden el progreso del alma, pero no rompen la alianza con Dios. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone rápidamente a cometer pecado mortal.

Es importante realizar un examen de conciencia cuando vayamos a recurrir a la confesión. Existen guías que nos ayudan o simplemente revisando si hemos pecado contra los Mandamientos de la ley de Dios. Es aquí donde muchas personas se disculpan para no confesarse con esta frase: “pero si yo no mato, no robo, no juro en vano, honro a mi padre y a mi madre; No necesito confesarme”…

No olvidemos, que podemos también matar con una mala palabra, con una mala mirada. Matamos y herimos a nuestros seres amados cuando juzgamos, cuando criticamos, no honramos a nuestros padres cuando los dejamos de visitar o sentimos que nos hacen estorbo por su edad o enfermedades…o sencillamente pecamos siendo infieles a nuestra esposa o esposo con un mal pensamiento o deseando la mujer del prójimo. Bueno, las enumeraciones serían muy extensas. Solo coloco estos ejemplos para entender un poco la importancia del Sacramento de la Confesión.

¡Bajémonos del orgullo para poder caminar hacia el perdón, para reconocer que nos equivocamos, para poder encontrar al verdadero Dios!




domingo, 20 de diciembre de 2015




¡Señor tú eres mi Luz, tú eres mi Salvación!



Cada vez que conozco algo más de Dios, me convenzo, que definitivamente Él es el único camino. Alguien me preguntaba ¿entonces las personas que no profesan alguna religión o no practican la religión católica, se condenarán? La respuesta es No. Dios conoce el corazón de cada ser humano y sabe las razones por las que se hacen o no las cosas. Conoce hasta cuantos cabellos tenemos en nuestra cabeza, así lo dice en su Palabra: ¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos? Pero ninguno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. “En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados”. (Mateo 10 Vers. 29-30).

Dios nos llama siempre para que lo sigamos, nos llama de diferentes formas. Depende de nosotros, si acudimos a su llamado o no. Nos da, sencillamente, el libre albedrío. Todos estamos invitados al banquete que nos ofrece Nuestro Padre, y lo dice en las Sagradas Escrituras:

“Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: ¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!
Jesús le contestó: Cierto hombre preparó un gran banquete e invitó a muchas personas. A la hora del banquete mandó a su siervo a decirles a los invitados: “Vengan, porque ya todo está listo.” Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: “Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.” Otro adujo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes.” Otro alegó: “Acabo de casarme y por eso no puedo ir.” El siervo regresó y le informó de esto a su señor. Entonces el dueño de la casa se enojó y le mandó a su siervo: “Sal de prisa por las plazas y los callejones del pueblo, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos.” Volvió el siervo y dijo: ya hice lo que usted me mandó, pero todavía hay lugar.” Entonces el señor le respondió: “Ve por los caminos y las veredas y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. Les digo que ninguno de aquellos invitados disfrutará de mi banquete.” (Lucas 14:15-24).
    
Sin embargo, somos tercos y obstinados y muchas veces no entendemos o no queremos reconocer ese llamado o esa invitación. Y voy a colocar un ejemplo: Si cuando nacimos fuimos bautizados, luego recibimos el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor a través de la Primera Comunión. Después recibimos de nuevo el Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación y luego nos casamos y recibimos la Gracia de Nuestro Señor, con el Sacramento del Matrimonio. Y todo esto lo hicimos con pleno conocimiento, guiados claro está por una educación católica en el hogar, una formación espiritual y académica. Pero, luego un día decidimos dejar todo esto atrás. Porque nos parece absurdo, un error, nos cansamos, y no le encontramos sentido a nada. En otras palabras decidimos salirnos del camino. O ignorar el llamado de Nuestro Señor.

Que viene después; la luz interior se apaga, de repente, no asistimos a la Iglesia y mucho menos recurrimos a los Sacramentos y hasta practiquemos otra religión, o estemos en cosas idealistas como el poder de la mente, o en una mezcla de rituales como el esoterismo, magia negra, vudú y demás prácticas que nos contaminan espiritualmente y nos aíslan de la Luz, del verdadero Dios. ¿Qué pasa entonces?, que la Gracia de Nuestro Señor desaparece en nosotros, perdemos la Fe y le abrimos la puerta al pecado y probablemente al pecado mortal…

¿Y qué es el pecado mortal? Es cuando no admitimos a Dios en nuestra vida, cuando no cabe Dios en nuestra alma, cuando lo sacamos de nuestra casa rotundamente. Es un rechazo voluntario a los planes de Dios. Y es cuando el mal empieza a reinar en nuestro ser. Empezamos a mentir, a juzgar, a odiar, a sentir rencor, a ser deshonestos con nosotros mismos y  con los demás, a utilizar al otro, donde sentimos vacío, donde  el orgullo y la soberbia nos manejan, nos hacemos esclavos del mal, esclavos de las pasiones, de la lujuria, donde los deseos de la carne priman sobre los del espíritu. Donde lo material reina. En una palabra nos volvemos esclavos del demonio, quien oscurece nuestra inteligencia, y debilita nuestra voluntad. Y lo peor de todo, nos hace perder la Esperanza.

De repente muchos estemos viviendo esta realidad, esta oscuridad en nuestro interior, de repente muchos estemos ya limpiando el corazón, purificándolo, o lo queramos vaciar en estos días de toda esa contaminación para dar la bienvenida a Jesús en nuestra existencia. Para dar la bienvenida a la Virgen María a nuestra vida, para dar la bienvenida a un nuevo año.

Hay una manera plena de sentirnos nuevos, perdonados, dignos en todo el sentido de la palabra, de sentirnos amados por ese Ser Supremo: es a través del Sacramento de la Reconciliación, de la Confesión. “Yo no puedo decir: “Me perdono los pecados”. El perdón se pide, se pide a otro y en la confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es un fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto, de par en par, de Cristo crucificado y resucitado “(palabras del Papa Francisco)”.

El primer paso para acudir a la Confesión es bajarme del orgullo y de esa soberbia que no permite reconocer que estoy en pecado, que me equivoqué, que mi vida no está bien, que he maltratado y hecho cosas que no son justas porque hay mandamientos, leyes y líneas que nos indican cuando hacemos el bien y cuando hacemos el mal. Porque todo ser humano necesita sentirse digno y por ende llevar y tener una vida honesta, ordenada, consecuente, recta, limpia, bella, en armonía, en alegría, no en oscuridad, mentiras, tibiezas, en esclavitud, haciendo lo que nos parece bien a nosotros, manejando nuestra voluntad, cayendo en el relativismo.

Existe un Dios, quien nos dio la vida, quien nos creó, quien nos da la mano siempre, quien nos ama.  Pero también existe un Dios justo. Un Dios que nos juzgará cuando nos llegue el momento de partir, quien nos pedirá cuentas por nuestras acciones.

Entonces es mejor estar preparados, listos, porque nadie sabe el día ni la hora. Esta época es un lindo momento para hacer reflexión, un examen de conciencia. Terminar un año e iniciar uno nuevo, terminar con todo aquello que nos aparta del Señor, o simplemente abrirle nuestro corazón y dejarlo entrar. Permitirle que habite en nosotros y nos guíe, nos colme de su sabiduría y de su infinito Amor. Nunca es tarde para volver al camino, al verdadero, al que nos da una vida plena, en medio de las dificultades,enfermedad,situación económica o por lo que estemos pasando…


¡Con Dios la vida se ve diferente: Reina la alegría, Reina la paz, Reina la esperanza! 

jueves, 5 de noviembre de 2015



Señor, hoy decidí que quiero ser ¡Santa!


Nunca imaginé que algún día de mi vida diría esto con tanta seguridad, pero llegó el momento. Y llegó cuando lo puede entender, asimilar y comprender: que si deseo llegar y disfrutar de la vida eterna, debo tener una vida santa aquí en la tierra. Nunca es tarde para intentarlo, para empezar, para hacer un alto en el camino y revisar nuestra existencia, nuestra esencia, en una palabra. Para escudriñar en lo más profundo de nuestro ser y encontrar lo que realmente somos, lo que queremos y debemos cambiar, y por supuesto la meta que nos gustaría alcanzar. Mi meta es alcanzar la Santidad.

Terminó el mes de octubre y entró noviembre con la celebración del día de todos los Santos, esto me motivo a tomar la decisión. Escuchando las Homilías durante la Eucaristía, y leyendo al respecto, varios sacerdotes coincidieron en lo mismo e insistieron: “Santos podemos ser todos, la gente común y corriente, la de carne y hueso, la que tiene virtudes pero también tiene errores”, ¿entonces cuál es la llave para alcanzar esta meta? No es tan complejo, como todo lo que nos proponemos en la vida, se trata simplemente de tomar la decisión, prepararnos para lograrlo, para el trabajo duro, la lucha diaria, para perseverar y poder así llegar al final…Ganar el Cielo.

Debemos entender que los Santos no son seres de otra galaxia. De repente se nos viene a la cabeza lo que nos contaban nuestros abuelos: que los Santos eran mártires que dieron su vida por una causa, esto es verdad. O que solo pueden alcanzar la Santidad los sacerdotes o las hermanas consagradas; esto no es verdad. También cualquiera de nosotros como laicos puede lograrlo. Reitero, personas con cualidades, defectos o problemas pueden serlo, la diferencia es que un día tomaron en serio seguir a Jesús y vivir a fondo las virtudes de la Fe, la Esperanza y la Caridad.

¿En nuestra vida diaria cómo se traduce? No es convertirse en víctima, aburrido, fanático, heroico o milagroso. Se trata simplemente de ser un enamorado de Dios… pero perdidamente. El amor primero nos debilita pero luego nos fortalece. Ya que el amor auténtico se construye dentro de nuestras debilidades, y estas debilidades son el combustible para construir nuestra Santidad.

 Así nos lo ratifica el Apóstol Pablo al escribir la segunda carta a los Corintios: “Pero me dijo: te basta mi gracia, mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad. Con mucho gusto, pues me preciaré de mis debilidades, para que me cubra la fuerza de Cristo. Por eso acepto con gusto lo que me toca sufrir por Cristo: enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias. Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte.” (2 Corintios Cap. 12 vers. 9-10).

Debemos ir al manantial del amor, al amor puro, auténtico, perfecto, al amor de Nuestro Señor. Porque si no nos llenamos de ese amor, ¿cómo podemos amarnos a nosotros mismos? y ¿cómo podemos entonces amar a Dios con toda nuestras fuerzas, nuestro ser y con todo el corazón? Y ¿cómo podemos amar entonces a los demás?.

Para ser Santos debemos morir y resucitar todos los días. Morir al rencor, al odio, al egoísmo, a la pereza, a la lujuria, a las acciones que incomodan nuestra recta conciencia, morir al orgullo, también a la vanidad, a la avaricia, a la mentira, al pecado, mejor dicho morir a todo lo que nos aparta de Dios. Y, nacer todos los días como hombres nuevos, renovados, limpios de conciencia, puros de corazón.

Es importante acudir a la Virgen María para que a través de ella podamos ver a Jesús, conocerlo, para que nos acerque más a Él. Descubrir en María la Santidad, la pureza, la humildad de corazón, todas esas virtudes que nos hacen ser justos,  con una vida transparente, con sabiduría humana pero también Divina para actuar con rectitud, para vencer todos los días el pecado, las tentaciones. La Santidad  es el centro de nuestra relación con Dios y la fuerza la sacamos de nuestra Fe. ¡Con esa vida de Fe podemos volver, la Fe viva!.

Debemos formarnos, aprender de nuestra Iglesia Católica, el significado de los Sacramentos. Por ejemplo, saber que no son solo rituales sino que actúan y marcan nuestra vida con una Gracia especial. Entender y vivir la Sagrada Eucaristía, donde podemos experimentar ese encuentro perfecto con Jesús, comer su cuerpo y beber su sangre, para alimentar nuestro espíritu. Es el Dios mismo quien se revela en cada Misa, en cada Evangelio. Nos fortalece, nos brinda su infinito amor.

Confesarnos con regularidad. Que bendición, que alegría poder barrer la casa (nuestra conciencia) y limpiarla con regularidad. Que paz y tranquilidad que da una buena confesión. Si logramos ser conscientes de este Sacramento para lograr la Santidad, estaremos acercándonos cada vez más a la meta.

¡Asaltar Sagrarios! como dicen…es simplemente visitar con frecuencia a Jesús Sacramentado. Gran regalo. Poder hallarlo cara a cara en la Custodia. Tener ese momento de corazón a corazón. Donde no hay escapatoria, donde no hay nada oculto, donde le entregamos nuestras cargas, nuestros pensamientos, nuestro corazón y Él nos entrega su amor, su misericordia y por supuesto su paz. Ir y contemplar al Santísimo siempre, a diario; si es posible.

Y qué decir del Espíritu Santo, que nos ayuda a ser Santos, a sostener esa vida moral basada en los designios de un Ser Supremo. ¿Cómo? A través de sus dones: Porque cuando somos bautizados recibimos el Espíritu Santo y por ende sus siete dones: Don de la Ciencia; nos permite acceder al conocimiento. Don de Consejo, aconsejar a los otros en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios. Don de Fortaleza, ayuda  a la perseverancia, es una fuerza sobrenatural. Don de Inteligencia, nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios. Don de Piedad, el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. Don de la Sabiduría, nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos que viene de Dios. Don de Temor, este don nos salva del orgullo y nos hace entender que lo debemos todo a la misericordia de Dios.

Además, cuando permitimos y pedimos al Espíritu Santo que habite en nosotros, que permanezca en nuestra  vida, en nuestras acciones y decisiones, estos Dones van permitiendo que los frutos aparezcan en nuestro interior forjándonos ese camino para lograr la Santidad. Estos frutos son: La caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.

Debemos entender, aprender y hacer la Voluntad de nuestro Señor. Seguir sus designios que se resumen en el amor, el perdón y la misericordia. Pero sobre todo en el amor, amar sin esperar, amar de tal manera que podamos algún día reflejar en nuestra vida las Bienaventuranzas: “Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los que lloran porque recibirán consuelo. Felices los paciente porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia. Felices los de corazón limpio porque verán a Dios
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Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por causa del bien porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levantes toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrese contentos porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así persiguieron a los profetas que vinieron antes de ustedes.”(Mateo Cap. 5,vers.3-12).

Cuando esto nos pase, cuando se cumplan en nosotros, podremos mirar al cielo y exclamar: ¡por fin… alcancé la Santidad!







martes, 29 de septiembre de 2015

¡La cruz… símbolo supremo del Amor!


Hablar de las postrimerías no es fácil, muchas personas piensan que es aquí  en la tierra donde inicia la vida eterna pero yo me pongo a analizar y me convenzo que es aquí donde se forja el camino a esa vida eterna que no se acabará jamás. Muchas veces me imagino la eternidad y creo que me quedo corta con toda la belleza, la paz, la plenitud, la perfección, el amor y la grandeza que nos espera en el más allá. Solo pensar en encontrarme cara a cara con el Creador, con la Santísima Virgen y toda la Corte Celestial, me llena de gozo y de pánico claro está, pues vendrá un juicio particular y de eso no nos libraremos ninguno.

“Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta”. ((Mateo Cap. 16, Ver 27-28).

Y, como lo decía en el artículo anterior, solo depende de nosotros mismos lo que vayamos a vivir después de la muerte y no es por causar miedo, pero debemos estar alerta y trabajar para que cuando llegue ese momento, el de la muerte, podamos ir al cielo y no al infierno. Bueno, y si nos toca pasar por el purgatorio que sea solo un poco para purificarnos y luego poder disfrutar de ese Reino Eterno prometido por Dios a los que lo siguen negándose a sí mismos y cargando la cruz.

“Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará”. (Mateo Cap. 16 Ver 24-26).

Y esto me recuerda una homilía en que el Sacerdote miraba a la cruz en el templo y repetía: “sin cruz no se puede ver la luz”. Y a la vez explicaba que a nosotros los humanos no nos gusta sufrir. Entonces se habla de la cruz y escondemos la cabeza, sin saber que a través de esta nos purificamos, sea cual sea la cruz: una enfermedad, un matrimonio pesado, un hijo difícil, una adicción, una crisis económica, un accidente, una muerte inesperada de un ser querido. Realmente No nos gusta pasar por circunstancias que nos ponen tristes, que nos hacen salir de nuestra zona de confort. Huimos al dolor, a la angustia, y es normal sentir todo esto, es de seres humanos.

Pero cuando entendemos que aceptando la cruz o alguna de estas circunstancias, ofreciendo a la vez este dolor a los pies de Cristo y llevando esta cruz con paciencia, Fe y gozo, estas situaciones cambian totalmente nuestra existencia, nuestros pensamientos y lo más importante transforman para siempre, de forma positiva, nuestro corazón. Yo no entendía qué significaba llevar la cruz hasta que un día me sorprendió la vida con una situación familiar muy difícil y me llegó ese momento. Fue muy duro, lo admito, pensé que no iba a ser capaz de resistir, de seguir, pero me postré ante al Señor y le pregunté: ¿Por qué a mí, por qué de esta manera, por qué así?.

Después de 5 años, Él me respondió, o mejor dicho, yo entendí por qué y para qué me permitió cargar con esta cruz. Hoy la llevo y la soporto con paciencia, humildad, y podría decir que hasta con gozo, pues todo lo que he recibido del Señor cargando la cruz no se puede describir. El sacrificio y la aceptación han valido la pena. Es absolutamente maravilloso sentir tan cerca el amor de Dios, de mi ¡Padre!.

Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre. ¿Y entonces qué debemos hacer? Responder sencillamente a ese llamado. ¿Cómo? Primero que todo dejarnos encontrar por Él. Decirle sí al Señor, como lo hizo la Santísima Virgen María con ese Sí incondicional, sin peros, sin dudas, sin mentiras, con plena decisión y convencimiento. Debemos decirle a Dios:” sí, aquí estoy Señor”.  Y poder así convertir nuestra vida en un himno de alabanzas a Dios y dar un recomienzo a nuestro mundo. Es como volver a nacer pero bajo los designios del Padre.

Y que bien se siente cuando sabemos que hemos elegido un buen camino, una vía que nos conduce a lo mejor: dejarnos amar por nuestro Creador. Y es que la vida se torna más sencilla, más amable, llena de esperanza, se ve una luz en medio de la adversidad, de la oscuridad, se siente una mano que nos conduce a sendas inimaginables donde todo se puede. Y se hace bajo la premisa del primer mandamiento: el amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Seremos juzgados en el Amor, no lo olvidemos.

“Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja con otro. Como el Señor perdonó, a su vez hagan ustedes los mismo”. (Colosenses Cap. 1 vers. 12-14).

Sopórtense y perdónense unos a otros. Qué bonito suenan estas palabras pero cuanto nos cuestan. Solo hay una fórmula para poder lograrlo: llenar el corazón de amor. Esto implica tener un corazón limpio y vaciarlo de todo aquello que no nos hace bien: envidia, soberbia, rabia, orgullo, malos hábitos, adulterio, apegos humanos y terrenales, adicciones como la pornografía, promiscuidad, el alcohol, drogas, cigarrillo y demás… (Recordemos que nuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo, Dios habita allí y cada vez que utilizamos nuestro cuerpo de manera indebida ofendemos directamente a quien nos creó).

“Que tu vida no sea una vida estéril -Se útil-. Deja poso. Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor”. Palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

Esto nos invita a poner en cada momento los ojos en el Cielo pero los pies en la tierra. A estar en el mundo, pero siendo ejemplos vivos del Todopoderoso. Mejor dicho, el alma viva en Dios y Dios vivo en nuestra alma.

Vuelvo a la Cruz, debemos vivir con la certeza y confianza que lo que le pedimos al señor Él nos lo concede, si nos conviene, en su tiempo. Dios no es de procesos, es de hechos concretos. Pidámosle entonces que nos ayude a llevar la cruz que se nos dio, sin renegar, sin maldecir, todo lo contrario, dando Gloria. pues esta Cruz si la sabemos cargar nos llevará a la Santidad. Debemos entonces cargarla con orgullo, con alegría, con humildad, con fe y con gozo, aunque talle, aunque duela, porque en esta cruz está nuestra salvación.

“Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana”. (Mateo cap. 11 vers.28-30).

Jesús cargó una pesada cruz por nosotros, nos demostró un Amor sin límites, sin condiciones. ¡La máxima expresión del Amor Divino…! La Virgen María soportó la cruz, la de dolor, al ver a su hijo padecer y entregar su vida por nosotros. Aprendamos a llevar nuestra cruz o nuestras cruces no con amargura sino con altivez, esperanza y con la seguridad que ésta cruz será la que llevará nuestra alma al cielo. Y, nos abrirá el corazón para poder manifestar: “NO SOY YO QUIEN VIVE, ES CRISTO QUIEN VIVE EN MI"(GAL.2, 20)