martes, 20 de agosto de 2013


SEÑOR HAZME PEQUEÑO PARA QUE TÚ SEAS GRANDE
 
"Ten piedad de mí oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame de mi pecado” (Salmo 51, versículo 3,4) .Quise iniciar hoy esta reflexión con este salmo porque nos confronta ante el Dios de la verdad  para reconocer nuestros pecados. Es increíble como nuestro corazón se endurece especialmente cuando se llena de orgullo para  examinar  nuestras faltas. En mi caminar espiritual me he dado cuenta que la única forma de poder escuchar a Nuestro Señor, es siendo humildes, la única manera de encontrarlo, es humillarnos ante Él.
Según definición de la real academia de la lengua, la palabra humildad significa; Actitud de la persona que no presume de sus logros reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo. Y que significa orgullo; arrogancia, vanidad y exceso de estimación propia. Esto no es nada fácil. Ante todo reconocer que nos hemos equivocado, que no tenemos la razón de lo que pensamos y que hemos herido a otros seres humanos con nuestras palabras, actitudes o acciones es algo que llega a nuestra mente y corazón, realmente cuando bajamos la cabeza ,cuando somos capaces de admitir nuestros errores.
Recuerdo, que hace unos meses atrás, iba trotando en la mañana, y mis pensamientos se remontaron al pasado, recordé faltas graves que había cometido contra mi prójimo,en diferentes ocasiones, tanto de palabra como de acción, y las lágrimas rodaron sobre mi rostro, sentí un gran dolor en mi corazón, me sentí triste, algo pasó dentro de mí, realmente había logrado encontrar el verdadero arrepentimiento por mis actuaciones. Pude confesar mi error. Entenderlo y vencer mi soberbia para poder admitir que me habia equivocado.
A raíz de esta experiencia corroboré que cuando tomé la determinación de luchar contra   mi orgullo, la resistencia a reconocer mis equivocaciones fue menos fuerte. Pude manifestar arrepentimiento, dolor, vergüenza por lo que había hecho. Y finalmente logré pedir perdón. Cuando se llega a este paso, el descanso que se siente es infinito, la liberación de esa carga espiritual es como si dejáramos de llevar una roca pesada en nuestros hombros. Es sentirnos libres de verdad, es sentir la verdadera paz, la paz interior, la de la conciencia.
Me di cuenta, además, que esto sólo se logra  por la bondad infinita de Nuestro Señor, poder llegar al arrepentimiento es definitivamente un obra de la Gracia de Dios en nosotros. Es poder arrodillarnos, postrarnos y humillarnos ante el ser más grande, misericordioso y amoroso, ante Nuestro Padre. Pensé también que podemos durar mucho tiempo, incluso años, esclavos del orgullo y arraigados en la soberbia, logrando que desaparezca en nosotros la voluntad de arrepentirnos. Y es que un pecado, una falta sin confesar, se puede convertir como un cáncer que crece, que aumenta y va ahogando, apagando la vida, la alegría, la verdad, la luz de la que les hablaba en días pasados.Y créanlo, no vale la pena, para nada.
Definitivamente debemos hacernos pequeños, bajar la cabeza, para que Dios sea grande en el interior de nuestro corazón, en nuestras vidas y pueda de esta forma, actuar. “El temor de Yavé es la escuela de la sabiduría; antes de la gloria es necesaria la humildad”. (Proverbios cap.15 V.33)
 
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