martes, 9 de diciembre de 2014


“EL SEÑOR ES MI PASTOR NADA ME FALTA…”

 
“En verdes praderas Él me hace reposar. A las aguas de descanso me conduce y reconforta mi alma. Por el camino del bueno me dirige, por amor de su nombre. Aunque pase por quebradas oscuras, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo con tu vara y tú bastón, y al verlas voy sin miedo”. (Salmo 23, vers. 1-4).

Llegó la época de Navidad y todo lo que trae alrededor. Escuchaba a mis compañeros de trabajo en estos días y muchos opinaban que era un momento de tomar decisiones, de cambios en la vida, de realizar una evaluación pormenorizada en todos los aspectos. Otra persona decía: “Sí, es una buena oportunidad para planear si hago un master o no el otro año, si finalmente  cambio el carro”. Uno más acotaba: “O en mi caso, creo que ahora si me casaré con mi novia”.  En fin, eran estas y otras tantas ideas las que se cruzaban entre sí.

Solo escuché y en un momento de silencio me pregunté: ¿y tú qué vas a hacer? ¿Qué vas a cambiar? Y me respondí: yo no voy a cambiar nada porque el único que puede cambiarme es Dios. Él es el dueño de todo, de nuestra vida totalmente, de nuestros deseos, de nuestros planes, sueños y anhelos.  Por ejemplo, si añoramos cambiar de trabajo, lo primero que debemos hacer es decirle nuestras razones, hablar con Él y sobre todo escucharlo. Y en segundo lugar, debemos  iniciar nuestra búsqueda haciendo lo que debemos hacer para este fin como personas.

O, si iniciamos una nueva empresa o un negocio, debemos colocar  a Dios en primer lugar, ofrecerle cada detalle, cada anhelo, cada sacrificio, cada inversión y también colocar nuestro talento para lograrlo. De esta forma las cosas adquieren una mirada, un manejo y un desarrollo diferente. Pero generalmente hacemos todo lo contrario. Tomamos grandes decisiones solo con la razón humana. Y  Dios queda siempre en último lugar, si es que nos acordamos que  existe.

No comprendo por qué nos cuesta tanto vivir el día a día siendo conscientes de que hay un Ser Superior por encima de nosotros. Que nuestra misión es compartir la vida con ese Ser que nos creó. ¿Por qué acomodamos las cosas a nuestro gusto y al gusto del mundo que nos dice que todo es permitido, que estamos en otro siglo y que debemos evolucionar?  Ah, y que lo más “importante” es conseguir la felicidad para uno primero sin que nos importe el sufrimiento de nuestro prójimo.

No comprendo cómo podemos vivir así. Sin reconocer a un Dios. O lo que es peor, cómo podemos vivir sin Dios.

Luego de todas estas reflexiones empecé a planear mi Navidad. Y, lo primero que le dije al Señor fue lo siguiente: Mi Dios, mi Rey de Reyes, lo que más añora mi corazón es tenerte más cerca. Deseo también tener más tiempo para visitarte, para contemplarte, para hablarte, para escucharte. Para recibir tu Cuerpo y tu Sangre, en lo posible todos los días de mi vida. Quiero más tiempo para revisar mi interior. Deseo poder examinar mi corazón y saber cómo va esa limpieza, esa purificación, cómo se van sanando esas heridas, esos apegos, en qué debo esforzarme más para cambiar. ¿Qué más debo hacer?

 A quién le debo una disculpa, una palabra de perdón, un abrazo, una mirada diferente, una bendición. Por quién más debo orar, por quién más debo ofrecer el Santo Rosario, qué más debo hacer para acercarme un poquito  a Ti y a la amada Madre del Cielo, la Virgen María. Quiero Señor  poder palparte en esta Navidad, en esta nueva llegada tuya, poderte admirar, pero sobre todo poder amarte y aprender a amar con tu infinito y gran Amor, el amor Ágape.

Tengo por estos días en mis manos un gran tesoro, el libro de “Penitencia por Amor”, escrito por una mujer maravillosa, instrumento del Señor, gran obra de sanación interior, de perdón, misericordia y reparación de nuestra vida y de los seres que amamos. De nuestra familia, esposo(a), hijos, abuelos, y todo el árbol genealógico, si así lo queremos. Lo cargo y lo sigo al pie de la letra, porque es otra intención de Navidad para mi hogar. Es otro regalo para mi familia.

Tengo más planes para esta época hermosa: visitar el confesionario y hablar con mi Sacerdote, con el guía espiritual que me dio el Señor. Confesión: que hermoso y gran regalo para nosotros mismos, para nuestra alma, para nuestro cuerpo, para nuestro espíritu.

En este punto, algunos pensarán y ¿los regalos  materiales?  Claro que sí, estos también están en la lista. Primero que todo compramos algunos regalos para los niños de una fundación y que sabemos les gustará recibir un juguete.  Mi hijo los escogió y pudo pensar primero en estos niños que en él mismo. Gran satisfacción cuando uno puede dar de sí algo, pequeño o grande no interesa. Lo importante es darse a los demás.

¿Qué más sigue en la lista de preparativos de esta Navidad?: esperar al Señor, lo que llamamos época de Adviento. El tiempo de Adviento tiene una triple finalidad: RECORDAR EL PASADO: celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. Esta fue su venida en carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre hombres. VIVIR EL PRESENTE: se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la "presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo. Vivir siempre vigilantes, caminando.

PREPARAR EL FUTURO: se trata de prepararnos para la “Parusia” o segunda venida de Jesucristo en la "Majestad de su gloria”. Ese día Separará la cizaña del trigo.

“Entonces vendrá como Señor y como Juez de todas las Naciones,  y premiará con el cielo a los que han creído en Él; vivido como hijos fieles del Padre y hermanos buenos de los demás. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.

La mesa has preparado para mí frente a mis adversarios, con aceites perfumas mi cabeza y rellenas mi copa. Irán conmigo la dicha y tu favor, mientras dure mi vida, mi mansión será la casa del Señor por largos, largos días”. (Salmo 23 ver. 5 y 6).

Mi mejor regalo de Navidad es tenerte Señor, haberte encontrado y haber respondido a tu llamado…

¡FELIZ NAVIDAD ¡

 

 

 

 

 

 

domingo, 9 de noviembre de 2014


QUIERO HACER UNA ALIANZA CONTIGO… ¡MARÍA!


En el anterior Blog hablaba de la humildad y luego de escribirlo escuchaba y entendía que definitivamente para tener un corazón humilde lo primero que debemos hacer es reconocer a Dios como el Todopoderoso. Y, si no nos postramos ante Él, tanto físicamente como de corazón, no lo podemos lograr. El ejercicio de arrodillarnos exige un esfuerzo, es más, el ejercicio de colocar nuestro rostro en el piso para adorar al Rey de Reyes, es una acción que requiere despojarse de todo: del temor, de la pena, del orgullo, de la soberbia. Es desacomodarnos totalmente y  hacer a un lado tantas cosas que  nos alejan del  Padre. Cosas superfluas que se desvanecen o se acaban en cualquier momento. Al mismo tiempo que nos humillamos ante Él, debemos abrirle nuestro corazón. De lo contrario, de nada servirá. También comprendí, que no se puede vivir la humildad si no servimos a los demás.

Todo esto lo relaciono hoy con Nuestra Madre del Cielo, con la preciosa Virgen María, La Servidora del Señor. Ella se despojó absolutamente de todo para dar el sí ante la misión que le encomendó el Padre: ser la Madre de Jesús y por ende de todos nosotros. La llena de Gracia, la que guarda en su corazón nuestra historia para abrirla a nuestro Dios. Ella es la única y perfecta intercesora para poder llegar al Padre. Ella, la mujer del silencio, la del absoluto y puro Amor… Dijo María:” Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal  como has dicho. Después la dejó el ángel”. (Evangelio de san Lucas, versículo 38).

 Al pasar de los años me he ido enamorando más de Ella. Esa imagen hermosa que vemos en las fotos o de repente las que tenemos en nuestros hogares, pasó de ser una figura decorativa a algo real. Yo siento su presencia y siento su Amor  infinito. También siento que es mi amiga, mi confidente. Está conmigo a cada instante. Me habla al oído y me llena de su paz.

Con mi hijo, La Madre del cielo ha tenido encuentros en sus sueños, lo ha reprendido también. Él la ama infinitamente. Por mi parte, recuerdo que la primera manifestación que tuvo conmigo fue cuando me regalo a mi esposo, a través de un cenáculo (grupo que se reúne en una casa de familia, en una plaza pública, en la Parroquia, en hospitales y otros sitios, a rezar el Santo Rosario y otras devociones). Le pedí de corazón que trajera a mi vida un hombre con el cual pudiera fundar una familia, y al cabo de varios meses, así fue.

 La Virgen Santísima pide que hagamos cenáculos, ya que a través del acto de consagración que hacemos al final, entramos en su Corazón Inmaculado, para prepararnos allí a recibir el Espíritu de Amor, el Espíritu Santo.

El Santo Rosario: gran regalo de Amor, de liberación, de ayuda. Sin embargo, cuando no se vive de corazón, esta oración se convierte tan solo en una práctica repetitiva, sin sentido. Pero cuando aprendemos a hacer el Santo Rosario meditado, despacio, de manera calmada, encontrando un sentido espiritual, reflexionando cada misterio, las cosas pasan a ser diferentes, todo cambia. Mi experiencia me ha enseñado que cuando rezo el Santo Rosario, especialmente en familia, ésta permanece unida. No es una frase de  cajón: es real.

Cuando disponemos nuestros corazones, nuestra actitud, y sacamos el tiempo para reunirnos a orar en torno a la Madre del Cielo, las situaciones cambian, los corazones se llenan de Amor. La Fe aumenta, la esperanza y la caridad empiezan a ser vivas en nuestra existencia. Amo esta oración, diariamente me llena de fuerzas, consuela mi alma, es un encuentro especial con María. Y, lo más importante, es un arma poderosa  contra el maligno. Todo es diferente antes de iniciar esta oración. Cuando terminamos algo ha pasado en nosotros, en nuestro interior o en nuestro entorno. Nada es igual.

Y por si fuera poco, la Santísima Virgen María hace las siguientes Promesas a las familias, personas o grupos que oran el Santo Rosario: ayudará a vivir la santidad del matrimonio, principalmente a permanecer unidos y a ser fieles. A vivir el carácter sacramental de la unión familiar. Hoy, cuando está aumentando el número de las familias divididas por el divorcio, Nuestra Madre nos quiere ver unidos bajo su manto, siempre en el Amor. Nuestra Santísima Madre quiere ayudar a los hijos de estas familias. Actualmente existe para muchos jóvenes el peligro de perder la fe, siguiendo por el camino del mal, del vicio, de la droga. La Madre Santísima ayuda a estos hijos y promete que como Madre estará atenta al lado de ellos para hacerlos crecer en el bien y salvarlos. Nuestra Madre dice que estará siempre cerca de todas las necesidades tanto de orden espiritual como material. Y se cumplirán muchas promesas más que solo traen bendiciones para nosotros, nuestras familias, nuestros hijos y los seres que nos rodean.

Hay muchas formas de descubrir el Amor infinito de nuestra Madre del Cielo. Para nadie es un secreto la infinidad de Santuarios alrededor de todo el mundo, donde Ella se ha hecho presente, se ha manifestado y ha enviado mensajes a la humanidad. Muchas personas han tenido conversiones en su vida luego de visitar un Santuario. La Virgen María ha hablado directamente a su corazón.

De las apariciones de la Santísima Virgen nacen las advocaciones que se encuentran en varios países del mundo. Una advocación Mariana es una alusión mística relativa a apariciones. Existen dos tipos de advocaciones: las de carácter místico, relativas a dones, misterios y actos sobrenaturales  de la Virgen, como la Anunciación, la Asunción, la Presentación. Y las apariciones terrenales, que en muchos casos han dado lugar a la construcción de santuarios dedicados a la Virgen, como el del Pilar (en Zaragoza,Espa), el de Covadonga (en Covadonga, Asturias),el de Lourdes (en Lourdes, Francia), el de Fátima (en Fátima, Portugal), el de Guadalupe (en ciudad de México, México), el de la Rosa Mística en (Alemania), y muchas más.

Amada Virgen María te digo una vez más: TE AMO Y QUIERO HACER UNA ALIANZA de amor, contigo…





martes, 7 de octubre de 2014



DAME UN CORAZÓN  HUMILDE PARA  AMARTE



Solo cuando me postré ante Ti puede entender que es la única forma de amarte. Solo así te conozco más, te pienso más. Estás allí, al lado mío, te siento en mi corazón. Sé que no son momentos fáciles, soy frágil y veo que me muestras en cada acción, en cada palabra, en cada suceso; tu grandeza Señor. De la humildad nace el Amor, y quizá el verdadero Amor. La humildad me cuesta, como nos cuesta a todos los seres humanos. Por esta razón quise escribir hoy sobre este tema. Porque no ha sido fácil asimilarlo y porque encontré un verdadero camino, o más bien, el único Camino que nos lleva a conocer a Dios: ¡Ser y sentirnos cada vez más pequeños para que el Señor sea cada vez más grande! En nuestra existencia esa es la clave.

La humildad es una virtud. Esta palabra proviene del latín: humilitas, que significa  abajarse; y según la definición del Catecismo Católico, la Humildad se puntualiza como la virtud moral por la que el hombre reconoce que de sí mismo solo tiene la nada y el pecado. Todo es un Don de Dios, de quien todos dependemos y a quien se debe toda la gloria. El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor superior. Va tras otros tesoros. No está en competencia. Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al Amor y al servicio, sin desviarse en juicios que no le pertenecen.

Solo los pobres y humildes de corazón son libres. Solo los pobres y humildes de corazón son felices.

Me quedé leyendo varias veces estas palabras y son perfectas. Somos orgullosos de las cosas que creemos son nuestras. Sí, de títulos, de éxitos, de cargos, de la ropa que usamos, del carro que tenemos. Esclavos de la vanidad física, o del dinero que poseemos o simplemente de la verdad que manejamos en nuestras vidas o en nuestros entornos. Tanta ceguera, tanta ridiculez, tantas mentiras que vamos acumulando provenientes del mundo. Para comprender tan solo que cuando descubrimos el Amor de Dios, Él nos llena cualquier cosa, cualquier necesidad, cualquier vacío. Es un gran tesoro, inigualable hallazgo.

Casi siempre al humilde se le ve tranquilo, no se encoleriza, ni siquiera sube el tono de voz, es capaz de perdonar y cierra la puerta al rencor. Habita en la moradas de la Paz y devuelve bien por mal. No juzga, no presupone, su estilo es de alta cortesía. Para el humilde no existe el ridículo, nunca el temor llama a su puerta. Le tienen sin cuidado las opiniones ajenas y nunca la tristeza asoma a su ventana.

 “El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno, lo malo como malo. En la medida en que un hombre es más humilde crece una visión más correcta de la realidad. ¡La humildad es la Verdad!” (Santa Teresa de Ávila).

Yo me pregunto, ¿por qué debe aparecer una desgracia, una enfermedad, una quiebra económica o la muerte inesperada de un ser querido y otros acontecimientos terrenales, para darnos cuenta y reconocer que existe un Ser Supremo y que debemos clamar ayuda? Algunos sí lo hacemos, pero otros, sumidos en la terquedad, aunque pasen estas cosas duras, siguen empecinados en que pueden solos continuar. Solo tienen fe en sus  propias fuerzas.

Estamos en este mundo no por casualidad. Dios nos creó y nos dio una misión. Y cuando nos encontremos con Él nos pedirá cuentas. A los que nos regaló un esposo (a), hijos, y familia, por ejemplo, nos preguntará qué hicimos con ellos, hasta dónde luchamos por el Amor. Y esto va de la mano con la humildad, porque muchas veces por el orgullo y el egoísmo, cerramos el corazón a grandes maravillas de la vida y terminamos destruyendo sueños, proyectos de vida y sembrando dolor. El hombre humilde, cuando localiza algo malo en su vida puede corregirlo, aunque le duela. El egoísta y el soberbio, al no aceptar, o no ver ese defecto, no puede corregirlo, y se queda con él.

Jesús, fue el ejemplo más grande de humildad. Predicó, hizo milagros, sanó a enfermos, perdonó al pecador, se sentó a la mesa con los fariseos, miró a los ojos a sus traidores. Y realizó miles de cosas más. Siempre pidió silencio ante sus actuaciones, no quiso figurar. No reclamó aplausos ni se ufanó de sus prodigios. Todo lo contrario: al azotarlo, al colocarle una corona de espinas y burlarse de Él, al flagelarlo, al crucificarlo, al ofenderlo y degradarlo a lo más mínimo como ser humano… ante todas estas barbaridades, el Hijo de Dios, únicamente pidió misericordia y perdón para sus enemigos. Que gran modelo de humildad.

Ahora más que nunca entiendo a Pierre Goursat (1914-1992) laico francés fundador de la Comunidad Católica Emmanuel, cuando dijo estas palabras: ¡Tan solo somos unos pobres tipos! Y, que pobres somos. Cuando nos tocan nuestro ego, nos descomponemos. Cuando nos equivocamos y no lo aceptamos, gritamos y nos desesperamos y nos cuesta reconocer el error. Cuando el orgullo sobre pasa cualquier realidad y la soberbia nos aparta de la Luz, somos unos pobres seres humanos.

"El grado más perfecto de humildad es complacerse en los menosprecios y humillaciones. Vale más delante de Dios un menosprecio sufrido pacientemente por su Amor, que mil ayunos y mil disciplinas." (San Francisco de Sales).

De la humildad no se acabaría de hablar jamás. La humildad abre puertas, pero sobre todo, transforma vidas y corazones. A través de la humildad podemos encontrar el verdadero Amor, el Amor que realmente vale la pena, el Amor más grande que está sobre todas las cosas, el auténtico, el real, el Amor de Dios.





domingo, 24 de agosto de 2014


¡LO MÁS GRANDE, LO MÁS HERMOSO…JESÚS EUCARISTÍA!




Escribir sobre Nuestro Señor presente en la Sagrada Eucaristía me llena de gozo, de alegría. Día tras día de mi existencia he aprendido a entender, valorar y sentir realmente  más a Jesús  en este Sacramento. Aún recuerdo cuando era niña y mamá nos llevaba a mis hermanos y a mí a la celebración de la Santa Misa los domingos. Ya entraba a la adolescencia y veía como mis amigos del barrio encontraban este lugar perfecto para coquetear o cruzar miradas en la puerta de la iglesia. Inocentes recuerdos… me sentía feliz.  Tomaba de la mano a mi madre y la guiaba al lado del coro; guitarras y panderetas acompañaban la celebración y  me perdía entre las notas y palabras, alzando mis brazos y cantando al Señor. Siempre he amado la Eucaristía.

Pero nunca  imaginé que correría a diario para llegar a tiempo a la celebración de una Santa Misa. Es como si tuviera una cita con el “Amado” y no  quiero perderme ni un segundo de ese tiempo tan especial para verlo, alabarlo, para decirle: aquí estoy,” te amo” y por supuesto para recibir su Cuerpo y su Sangre que me fortalecen, me renuevan, me borran temores, me liberan, me sanan y me llenan de su presencia, de un Amor infinito.

 Mi hijo Pablo hizo la Primera Comunión hace un año y vi en su mirada ese Misterio y esa alegría que le causó recibir por primera vez a Nuestro Señor. Creo que su corta edad se dividió en dos al vivir este Sacramento. Desde ese entonces no solo los domingos tiene ese encuentro con el Todopoderoso: durante la semana también vamos juntos a la Santa Misa y salimos llenos de gozo en el corazón.

Pero ¿qué es la Sagrada Eucaristía? Es un Sacramento en el cual está Jesús, vivo y verdadero, bajo las especies del pan y el vino. En el momento en que el Sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración se hace presente Jesucristo. Y además se ofrece a Dios,  por nosotros: por esta razón es Sacramento y Sacrificio. Esta transformación  se conoce con el nombre de transubstanciación. Trans que significa cambio. La transubstanciación significa cambio de sustancia.

El Sacerdote Consagra estas especies. Antes es pan y después de la Consagración se ve como pan pero en realidad es Jesús, su cuerpo. El vino ya no es vino, es la Sangre de Cristo. En las Sagradas Escrituras El Señor nos hace un llamado sobre este gran milagro: “En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. (San Juan Cap. 6, Vers.53-55).

Deseo compartirles la vida y la obra de Marthe Robbin, (Francesa, fundadora de  los Foyers de Charité). Vivió 50 años de su existencia recibiendo únicamente el cuerpo de Nuestro Señor, la Eucaristía. Aparte de la oración y una profunda unión con Dios, no se alimentó absolutamente de nada más.

De esta manera creó esta maravillosa obra por todo el mundo: Los Foyers de Charité, que son Centros de Vida Cristiana, casas de retiros espirituales, formados por comunidades de laicos, hombres y mujeres, casados y solteros, consagrados al servicio de Dios, de por vida, dirigidos por un sacerdote, “el Padre” del Foyer (que puede ser diocesano o religioso) dedicado también en forma permanente y definitiva al servicio del Foyer.

La espiritualidad de los Foyers está profundamente centrada en el Misterio de la Eucaristía, en la Adoración. Y en el misterio de la Maternidad de María, Madre de la Iglesia. Esta experiencia de Marthe Robbin es de gran impacto para mi vida. Es donde puedo ratificar la grandeza de la Eucaristía y no solo por la presencia real del Señor y su sacrificio, también por el mismo Sacramento. Un Sacramento es un signo sensible, instituido por Jesús, que da la Gracia al alma. Y la Gracia (tema del anterior blog) es un Don maravilloso de Dios que hace brillar nuestra alma con la luz del Todopoderoso.

Cuando recibimos el cuerpo y la sangre de Nuestro señor, recibimos también su alma, su espíritu, su divinidad, la grandeza de su Amor. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. (San Juan Cap. 6. Vers. 56).

Cuántas cosas no pasan en la celebración de la Santa Eucaristía cuando se vive a conciencia…es como asistir a la más grande de todas las celebraciones. Es una manifestación sublime del amor de Dios hacia nosotros. Debemos disponer el corazón, los sentidos, contar con el tiempo suficiente y entender que es un hermoso regalo que nos da el Señor. Los más beneficiados somos nosotros mismos: alimentamos nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestro espíritu. Podemos escuchar a Dios a través del Evangelio, de la Homilía. Ver el ejemplo de Jesús y sus enseñanzas. Y lo más importante: guardarlo en nuestro corazón y practicarlo en la vida diaria.

Quiero terminar esta reflexión sobre la Santa Eucaristía con un aparte del Catecismo de la Iglesia Católica sobre este tema: “Nuestro Salvador, en la última cena, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por lo siglos, hasta que vuelva, el sacrificio de la cruz y confiar así a su esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y su resurrección. Sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura”(cap. 1323-1409).

Yo me pregunto: ¿si alimentamos nuestro cuerpo diariamente para estar vivos y fuertes, por qué dejamos de alimentar el alma diariamente si sabemos que es eterna? ¡Eucaristía, alimento para el alma!





sábado, 26 de julio de 2014



LLENA MI EXISTENCIA CON TÚ  “GRACIA”…SEÑOR


Sobre la Gracia de Dios hablaré hoy, ¿Qué es la Gracia? Según el Catecismo de la Iglesia Católica: La Gracia es el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamado: llegar a ser hijos de Dios, Hijos adoptivos partícipes de la naturaleza Divina, de la Vida Eterna. Cuando podemos responder a este llamado, tenemos una Gracia Santificante.
Al hablar de Gracia se hace una distinción: Por una parte, la Gracia Santificante, que es una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su Amor. Y esta Gracia la recibimos en el Bautismo y la perdemos de manera regular cuando caemos en pecado. Así mismo, la podemos recuperar, en el Sacramento de la Confesión.
La otra parte es la Gracia Actual, reflejada en las intervenciones de Dios en nuestras vidas para ayudarnos a la Conversión y al crecimiento en Santidad. Es decir, son aquellas Gracias que Dios derrama en momentos específicos de nuestras vidas en los que recibimos una luz nueva sobre la vida de Dios y la vida en Dios. O en un momento de tentación para poderla soportar y vencer. O las Gracias que se nos dan en un momento de sufrimiento o prueba y que nos ayudan a tener la fortaleza necesaria para soportarlo.

Sin embargo, cuando decidimos cerrar nuestro corazón, nuestra mente, nuestros oídos, nuestros ojos y alejar a Dios de nuestras vidas, por ende la Gracia o las Gracias de ese Ser Supremo, serán más difíciles que se manifiesten.

En este mundo actual de carreras, compromisos, trabajo,  buscamos estudiar una, dos o más cosas en el afán por ser el mejor, el más competitivo y además buscamos la felicidad a consta de todo o sobrepasando a quien sea o lo que sea. Y corremos para alcanzar metas materiales:  comprar un nuevo carro, una casa más grande o  llenar el closet con vestidos, accesorios, zapatos de moda, y otras superficialidades. Yo me pregunto ¿a qué hora podemos pensar en la “Gracia” de Dios?...

Yo estuve por muchos años enfrascada en esos afanes, en esa forma de vida que te acaba el tiempo, que te vuelve rutinario, que te pide más y más cosas materiales para poder sentirte bien por momentos, por horas o por semanas, pero que el día menos esperado te hace sentir vacío, vacío de corazón, con el alma quieta, estática, sin ser ocupada, con el espíritu opacado…No entendía, tampoco era de mi interés conocer qué era la Gracia de Dios.

Pero eso sí, corría a darle gracias al Padre y a la Virgen María cuando me hacían el favor que les pedía, o se cruzaba la suerte con la ayuda Divina, o mi vida transcurría como yo la había planeado. Es lo que se conoce en el mundo como el dios bombero.

Pero un día, cuando menos esperaba, a través de una circunstancia fuerte en mi vida, el velo que ocultaba la luz de mis ojos se cayó y fui probada a través de mi Fe. Porque la Gracia de Dios también se reconoce a través del Don de la Fe, pero una Fe verdadera. No la de “supermercado”, como lo cité en otro escrito. Esa que elegimos o acomodamos según nuestra conveniencia, no. Con esa Fe no podemos  entender, recibir o percibir la Gracia de Dios: es un engaño a nosotros mismos y a lo demás.

Solo con una Fe viva, perseverante, auténtica, con lineamientos y Verdades Divinas puestas en práctica en la tierra…

Solo con esa Fe, la de principios y valores, fue la única manera en que puede pregúntame un día ¿qué era esa Gracia, como se obtenía, cómo servía para mí? Y, un día, pude elevar mi mirada al Todopoderoso y darme cuenta de la infinidad de Gracias que segundo a segundo de mi existencia me brindó, pero que por andar con los ojos vendados no pude reconocerlas. “Pero Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura Gracia ustedes han sido salvados! (Efesios Cap. 2 ver 4-5).

Doy mi amor y mi agradecimiento también a mi Madre, a mi Madre del Cielo, la Virgen María. A  través de ella pude aceptar mi debilidad y pude reconocer la grandeza de ese Ser que nos creó, que murió en la cruz por nosotros, que sobrepasó toda humillación. Pude sentir en mi corazón el deseo de buscarlo, de decirle que lo amo, de manifestarle mi pequeñez para poder percibir su grandeza.  Creo haber logrado recibir en mi vida, su Gracia. Nombro a  la Virgen María porque a través de su mirada, de su infinito Amor he podido acercarme un poco al Señor, nuestro Dios.

Ella me cuida, me protege, me sonríe y me da las gracias cuando en la práctica del Santo Rosario  le digo que sí, que aquí estamos junto a ella, pidiendo perdón, pidiendo favores también, pero reparando  por nuestros pecados, por los pecados de los nuestros, también por los de nuestro prójimo.

El Santo Rosario es un arma poderosa contra el adversario, lo hace temblar, lo derriba y por ende crea un círculo de protección para nosotros y nuestras familias. “La familia que reza unida, permanece unida”. “El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volver a mirar a los ojos, para comunicarse, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios”. (Rosarium Virginis Marie, N0*40).

¡Gracias por tus Gracias amado Padre del Cielo, amada Virgen María por ser la intercesora, gracias!
                                                    






domingo, 29 de junio de 2014

¡NADIE NOS AMA COMO TÚ…SEÑOR!



 “Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces”. (Mateo Cap. 7, Ver. 15). Somos tantas veces ovejas mansas en nuestra parte externa; nuestro rostro, nuestro cuerpo. Pero, realmente lo que tiene nuestro corazón es pura basura. Tenemos convicciones superfluas acomodadas a nuestro antojo. Manejamos sentimientos que van y vienen según el día o la persona. Pero, sobre todo, poseemos grandes mentiras ,las del mundo, relacionadas con nuestra Fe. Escuchaba hace poco la homilía de un sacerdote cercano hablando sobre el tema y nos hacia una pregunta: ¿A cuántos de los que estamos aquí nos ha pasado que conocemos a una persona muy querida, en la cual depositamos toda nuestra confianza, pero que al cabo del tiempo su actuar nos desconcierta y nos sentimos traicionados, desilusionados? Creo que nos ha pasado a todos. De repente, hasta hemos sido nosotros mismos los que actuamos así.

Que duro es encontrarse con esa realidad: La traición. Es como si fuera un sueño. Y, se presenta en todas las dimensiones, en una pareja, en un amigo(a), en un compañero de trabajo, en la propia familia. Somos seres humanos inconstantes, variables, vacilantes y débiles. Y, si en nuestra vida está un Dios bombero, mucho peor. O un Dios y una Fe creada y vivida a nuestro parecer, que pobreza.  Debemos  actuar de manera coherente con la Fe que profesamos. No podemos ser unos en el grupo de oración, en la comunidad,  en la iglesia  y ser otros en el trabajo, con nuestro esposo(a), mamá, papá, hijos, amigos y en el trato con los demás. Claro que no, esto es engaño y  algo peor, le mentimos a Dios y a los que depositan su confianza y amor en nosotros, vestidos de ovejas mansas y nos mentimos a nosotros mismos porque con este actuar somos como lobos feroces.

Es por esto que El Todopoderoso nos llama y nos moldea. Nos ama realmente. Trabaja en nosotros si se lo permitimos. Pero no de palabra únicamente, debemos esforzarnos , como en todo. Para llegar a conseguir  grandes resultados debemos trabajar y a conciencia. No podemos llegar a conocer  a alguien si no lo escuchamos, si no abrimos nuestro corazón y si no nos despojamos de tantas ataduras: ataduras sentimentales por ejemplo, no olvidemos que Nuestro Señor debe ser el primero en todo, en ¡todo!. Incluso en una familia, el orden evangélico es primero Dios, segundo el esposo(a), luego los hijos y después el servicio a los demás. Yo viví esto. Tenía a mi esposo en el pedestal más alto, era como un semidios, según yo, no podía vivir sin él. Y, el día que menos esperaba, El Señor me lo quitó. Solo de esta manera pude entender que Dios debía ser el primero en mi vida, en mis afanes, en mi cotidianidad, en mi interior, en mi misma, en todo mí ser.

Ataduras como el dinero, añorar cosas materiales, afán de tener y tener más, recordemos que no podemos servir a dos dioses  al mismo tiempo. Y, es que esta atadura es demasiado fuerte, no permite muchas veces que nos podamos abandonar en el Señor, plenamente. El dinero y las cosas van y vienen. Pero no podemos entender que el que confía en Dios nada le falta.
Ataduras a los vicios; cigarrillo, licor, sexo. O más cerca, estar viviendo constantemente con pecados capitales  como parte de nuestra existencia; la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Somos nosotros los que nos colocamos nuestras propias cadenas. Quienes nos atamos y nos privamos de nuestra libertad. Es peor que estar físicamente en una cárcel, es estar encadenados de cuerpo, alma y corazón. Quizas, este es el primer paso que debemos dar para encontrarnos a nosotros mismos, quitarnos estas ataduras que nos oprimen, que de pronto nos proporciona felicidad, pero momentánea, efímera. Es encontrarnos con nuestra propia realidad, con nuestra propia cara y hacer la elección: seguir a Dios y todos sus preceptos o vivir sin Él, a nuestra comodidad, con nuestras propias fuerzas, con nuestra propia verdad.

“Lo mismo pasa con un árbol sano: da frutos buenos, mientras que el árbol malo, produce frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buenos frutos se corta y se echa al fuego. Por lo tanto a ustedes los reconocerán por sus obras. (Mateo Cap. 7, Vers. 17-20). Si cada día nos dejamos atar más de nuestras debilidades y no nos esforzamos por trabajar y alimentar nuestro espíritu, seguramente nuestro corazón estará cosechando vacío, amor propio, antivalores, ceguera espiritual, egoísmo, rencores, tristeza, desesperanza, pasividad, letargo. Pero, si por el contrario, decidimos crecer espiritualmente, buscar respuestas, reconocer y postrarnos ante el Todopoderoso, confiar en un Ser Superior, clamarle para que nos ayude a vencer todo aquello que nos hace esclavos de sí mismos, lo más seguro, es que nuestro corazón este cosechando amor, libertad, alegría, paz interior, verdad, valores, amor al prójimo, esperanza, perdón y reparación.

Y, seguramente se cumplirá lo último de esta cita bíblica: “los reconocerán por sus obras”. Porque en el momento que logremos limpiar y sanar nuestro corazón; se llenará de amor,de amor de Dios. Luego, podremos salirnos de nosotros mismos e iniciar un trabajo por lo demás, por nuestro entorno, por los seres queridos, por la humanidad misma. Un trabajo para el Señor. Es allí donde empezaremos a dar frutos buenos, antes, imposible.










domingo, 18 de mayo de 2014

¡ABANDONARME EN TI…VERDADERA PROEZA!



En los últimos días, el tema del Amor de Dios, del Padre, y por ende el de su Hijo, Jesucristo, ha llegado a mis oídos como ráfagas impregnadas de razones para dejarme envolver en lo espiritual, en lo que me llena de paz, de regocijo, de paciencia, perseverancia y esperanza ante lo que desea mi corazón. Escucho palabras, testimonios, homilías y todas me dicen: “si supieras el Amor tan Infinito que tiene Nuestro Señor para ti, no dudarías, ni por un instante, en abandonarte completamente en sus manos, en su voluntad, en su plan, en su conocimiento de querer lo mejor para tú vida, para tú historia”. ¿Quién nos podrá entonces apartar del amor de Dios? “También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes Él ha escogido y llamado”. (Romanos Cap.8 Ver.28).

De todas formas, muchas veces, está tan cerrado nuestro corazón que las cosas del mundo nos arrebatan la Gracia de permanecer en Dios. Así es, nos envuelven poco a poco, nos llenan de ruidos, de razones humanas, de placeres netamente carnales, de alegrías efímeras y muchas cosas más. Y lo peor de todo, un día sin darnos cuenta, nos encontramos sin Fe. Sí, se habrá perdido, desdibujado, opacado. Lo más triste, es que resultamos viviendo bajo nuestras propias fuerzas y lo que es peor, creyendo que nosotros mismo somos capaces de enfrentar la vida, dudamos hasta de un Ser Supremo y de sus Designios. Ya que llega a ser tan grande nuestra ceguera espiritual, nuestro ego, que nosotros mismos nos creemos súper héroes, que no necesitamos de nada ni de nadie y mucho menos de encontrar un camino espiritual, de repente aquel, o el único que al final nos podrá proporcionar la salvación, la vida eterna.

Jesús mismo, cuando estuvo aquí en la tierra, sintió la necesidad de retirarse a orar, alejado de la gente, del bullicio, de las palabras que oía aquí y allá. Y lo hizo varias veces, necesitó tener ese encuentro personal con el Padre para llenarse de nuevo de su sabiduría, para retomar fuerzas y seguir por el camino trazado, para asegurarse de limpiar su corazón y llenarlo únicamente del amor de Dios. “En aquellos días Jesús se fue a orar a un cerro y pasó toda la noche en oración con Dios. Al llegar el día llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos” (Evangelio de san Lucas Cap. 6 Ver. 12-13).

Eso mismo deberíamos hacer nosotros, huir por momentos, por días o por horas, de todo aquello que nos roba la paz. Escapar de las tentaciones, de lo que nos puede hacer caer en pecado, de lo que  puede lograr que desviemos nuestros senderos, o los planes que Nuestro Señor y bajo nuestra propia libertad hemos elegido. Escapar de lo que nos arrebata la verdadera felicidad. Hacer un stop de la vida agitada y añorar ese momento de contemplación, de escucha, de amor con el Todopoderoso. Es sentirse enamorado. Es correr para escuchar su palabra, es planear ese encuentro con el amado, sacar tiempo que no tenemos, cambiar prioridades.

En la medida que lo vamos conociendo va creciendo más el Amor, el apego, la necesidad de escucharlo, de sentirlo a nuestro lado, de sentir su presencia, su misericordia, su ternura. Me atrevería a asegurar que es más fuerte que el primer amor de nuestra existencia, ya que no se siente solo la plenitud de lo humano, sino que sentimos muy adentro del alma, de las entrañas, algo que nos hace vibrar y sentir la vida sin límites.

Es un Amor perfecto, es un Amor que lo llena todo, que cubre todo, que es suficiente.

Para Dios no hay pasos hay procesos. Y todo ese descubrir, decir sí, abrir el corazón, perdonar, sanar, reparar, darle prioridad a la vida espiritual, es un camino. Es un caminar  en el que tú tienes libre albedrío, otras veces, las circunstancias de la vida hacen que encuentres a ese Ser Superior. Pero siempre, Él Todopoderoso nos llama, golpea a la puerta. Luego de ese enamoramiento, necesariamente tiene que haber un cambio en nuestras vidas y esto no es tarea fácil. Es levantarnos  y encontrarnos con los mismos errores, con los mismos estados de ánimo, con el mismo carácter, con los mismos apegos, pecados, con las mismas terquedades y pequeñeces. No es sencillo, pero tampoco es imposible. Dios escribe sobre renglones torcidos y luego los moldea. Así pasa con nosotros, lo seres humanos, su Creación. Somos como vasijas de barro que  van adquiriendo nuevas formas y estructuras sólidas y fuertes cuando entregamos nuestra voluntad para que El Señor haga la suya. La que más nos conviene, la que él creó para nosotros.

Concluyo esta reflexión con un pequeño aparte del libro del teólogo,  Alessandro Pronzato “La provocación de Dios: “Toda aventura humana pasa por la prueba de la provisionalidad. Por eso es necesario despojarse de las apariencias, purificarse de lo efímero y reducir la vida a lo esencial. Es necesario encontrarse consigo mismo. Y precisamente el cara a cara consigo mismo es preludio del compromiso con Dios y con los hermanos. El corazón humano, pues, no se puede obstruir. Ha de quedar libre para que Dios pueda hablarle y seducirle. Y el hombre volverá a amar"...




domingo, 13 de abril de 2014


LA DUREZA DE NUESTRO CORAZÓN



¡Gracias Señor por lo que me has permitido vivir, por haber logrado que volviera mis ojos hacia ti!.... Inicio mi reflexión con estas palabras de alabanza y reconocimiento al Padre, al creador, no ha sido fácil, lo admito, pero ha sido infinitamente maravilloso poderte encontrar en medio del sufrimiento. Sí, es paradójico, porque hay dolor, pero a la vez alegría y una paz infinita, sin límites, un gozo inimaginable.

Cuando acepté al Señor en mi vida, en mi historia, en mi realidad, empecé a ver  la luz, la luz de la conciencia, la luz del arrepentimiento, la luz de la cruz y del reconocer mis pecados. Se despertó en mí, la necesidad de hablar con el Señor, de recurrir al Sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía de manera regular y empezar a liberarme. Inicié también un proceso de sanación interior, de perdón conmigo misma, de perdón con mi esposo, de perdón con mi historia, con mi pasado, con aquellos seres humanos que me maltrataron consciente e inconscientemente, y a los que yo también hice daño, con familiares y amigos.  “Yo te amo, Señor, mi fuerza. Él es mi roca y mi fortaleza, es mi libertador y es mi Dios, es la roca que me da seguridad; es mi escudo y me da la victoria” (Salmo 18, 2,3).

Yo no entendía la dureza de mi corazón, es más ni si quiera la percibía. Todo lo contrario, me ufanaba de tener un corazón lindo, bueno, noble, el mejor de todos. Solo hasta que pude detenerme en mi interior empecé a conocerlo. Y, es que abrir el corazón especialmente a Dios no es sencillo, estamos llenos de muchas cosas, de bacterias en nuestro ser que nos atan y nos esclavizan, que no nos dejan ser realmente libres. El diario vivir nos apabulla en medio del mundo, de las cosas que creemos más urgentes y necesarias. Y peor aún, cuando decidimos cerrar la puerta de la Fe, trancarla y colocar un candando inmenso ante ese Don divino, es allí donde inicia nuestra oscuridad. Donde pretendemos con nuestro razonamiento entender a Dios y vivirlo. Es aquí donde la brecha de lo humano y lo divino se divide.
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Y es que, al Señor, se le conoce en lo sencillo, en el respeto y amor al prójimo, en la caridad de nuestros actos, en la responsabilidad y fidelidad con nuestras libres decisiones. En el silencio, en la humildad, en trabajar para que ese corazón de piedra se transforme en un corazón de carne. Y esto, solo se logra con la Fe, la que permite navegar mar adentro de nuestro espíritu, de nuestra alma, la que accede a creer sin ver, la que llena todos los espacios, todas las adversidades, la que abre la puerta a un nuevo camino, a una nueva vida, a la esperanza, al amor, al auténtico y verdadero; el amor del Padre Celestial. ¡Así amó Dios al mundo!” Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él”. (Juan Cap. 3, vers.16-17).

En el momento de escribir este blog, estamos iniciando la Semana Santa, y viene a mi memoria con el versículo citado anteriormente, imágenes de la Pasión de Jesús y todo lo que soportó por amor a nosotros, no puedo evitar las lágrimas; dio tanto, sufrió tanto, que me hace sentir pequeña, insignificante ante tan inmenso sacrificio. Me cuestiona mi fragilidad, mi pobreza y dureza de corazón para amarlo, alabarlo, postrarme a sus pies, honrar su nombre, entender su palabra, vivir plenamente su doctrina. Que ignorancia tan grande. Si tuviéramos un poquito de sabiduría para entender de lo que nos estamos perdiendo. Es un regalo maravilloso encontrar a Dios, entregarle nuestro ser, reemplaza cualquier cosa, cualquier afecto, cualquier filosofía humana, psicología o auto superación. Con el amor de Dios no es necesario mendigar otro amor, ni buscar algo más. Es tan inmenso y tan perfecto, que llena toda nuestra existencia.

“Quiero que la gente te vea a ti, Jesús, no a mí”, enfatizó, el  actor estadounidense Jim Caviezel, cuando habló sobre  su conversión al realizar la película  del director y productor, Mel Gibson, “La Pasíon de Cristo”. (Ver testimonio en You Tube inglés y español). Caviezel, relata como Dios tocó y habló a su corazón y pudo sentir el sufrimiento de Jesús en toda su dimensión.  Si, y así debe ser, tenemos que llegar a sentir a Jesús en nuestra vida, en todo momento, en cualquier lugar y circunstancia.

Pero debemos despojarnos de muchas cosas del mundo para poder lograrlo. Si no dedicamos ni siquiera unos momentos para hacer oración, para tener ese encuentro personal con Dios, con la Virgen María, es casi imposible. Sino frecuentamos los Sacramentos, leemos, entendemos su palabra y la ponemos en práctica, es casi imposible, sino participamos de su pan y de su sangre, no se logra. Pero, si tampoco nos humillamos ante Él, bajamos la cabeza y nos hacemos pequeños aplastando la soberbia, será imposible tener ese encuentro. Toca además llegar al silencio, para poder escucharlo. Silencio en nuestro exterior y en nuestro interior. De otra forma es imposible descubrirlo, reconocerlo y amarlo.

No te pierdas esta gran oportunidad. Simplemente es tomar la decisión, de repente es la decisión más importante de nuestra vida… ¡TE AMO SEÑOR!





miércoles, 12 de marzo de 2014


¡CREA EN MÍ, OH DIOS, UN CORAZÓN PURO!

 
Cuando se escribe sobre Dios no es tarea fácil, todo lo contrario, manifestar la grandeza del Señor muchas veces cuesta y cuesta cuando te calumnian, cuando te juzgan, cuando te califican como fanático o refugiado en un  Dios para encontrar una excusa por la circunstancia que estás viviendo. O, simplemente, te conviertes en la comidilla de los que creen que te pueden señalar para recordarte que te equivocas y que aún no eres del todo Santo, como lo pretendes. Pero, qué grande y que maravilloso es encontrar y poder hablar de ese ser Supremo cuando muchas veces a través del dolor, del sufrimiento, de una enfermedad o solo por  nuestras propias miserias, Él, el Todopoderoso se manifiesta en nuestra vida, y nos sale al paso, al encuentro, con los brazos abiertos, entregándonos lo más grande; el perdón, el amor y por supuesto su misericordia.

Tuve tiempo de reflexionar sobre lo último que escribí, lo leí varias veces, “Estar en el mundo sin ser del mundo”. Y recordaba que hace algunos años, esta frase era muy confusa para mí, no la entendía en su dimensión, pensaba que era un poco contradictoria, y por ende vivía más en ese mundo de pecado, de engaño, de egoísmo, ambición, rivalidad, de querer cosas y dejarme llevar por los afanes del reconocimiento, del poder, del tener siempre la razón, de imponer siempre mi voluntad, primero, claro está, que la Voluntad del Señor. Mi fe no era firme, todo lo contrario, se movía como el viento y reposaba en la ilusión de pertenecer a una Comunidad Católica y por supuesto para mí, todo estaba resuelto espiritualmente. Que tan equivocada estaba. Busqué todo el tiempo en el exterior, por fuera de mi ser, más nunca me detuve a buscar en mi propio yo, en mirar hacia adentro, en la esencia de mis creencias, de mis actuaciones, en la verdad de mi corazón.

La Comunidad sigue allí, estructurada y sabia. Pero yo en cambio, me desboroné. Me volví polvo, porque mis cimientos eran débiles. Mi amor por Dios tibio, poco serio, creía vivir y tener la absoluta verdad. Pasaba mi existencia matando, sí, matando con la lengua, con una mala mirada, con un mal pensamiento, con la crítica, con la habladuría, con la banalidad de mis actuaciones y con la vanidad de mí ser. Un día todo se derrumbó, como dice una canción, el mundo se me vino encima, el orgullo fue el más maltratado y la soberbia la más pisoteada. El absoluto desamor llegó a mi vida, y sentí morir: La persona que más amaba en ese momento  y con la que había construido un proyecto de vida, me dijo; ya no te amo, se acabó. Y, entonces llegó la realidad y tocó a mi puerta, llegó el dolor y me revolcó, llegaron todas esas bacterias del pecado y me pasaron su cuenta de cobro.” Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame de mi pecado.”(Salmo 51)
Ese encuentro con uno mismo y de esa manera no tiene límites. Es absolutamente escabroso. Es ahondar en la confrontación con uno mismo y créanme, no es nada cómodo. Nada sencillo es hacer una radiografía de tu propia existencia, de tu caminar, de tus errores, de tus aciertos. No es fácil reconocer que Dios existe en ti, que es un Ser vivo. No es agradable sentirse pequeño, pisoteado, con todas las seguridades en el limbo.  Darse cuenta del daño que hiciste a tu paso, o ser conscientes de cuanto y quienes te hicieron también a ti daño, de repente creando heridas inmensas en tu corazón, heridas que dejaron un hueco hondo, por dónde salió la sabiduría, el verdadero amor, la verdad, y quedó solo un corazón maltratado, humillado, golpeado, contaminado, lleno de basura.

En qué momento la soledad golpea a tú vida, en que momento te puedes encontrar frente al espejo y ver tu realidad latente, en qué momento se puede desnudar tú alma, acabar tus seguridades, y en qué momento eres capaz de decir, Sí; “Señor mi Dios, aquí estoy, postrado a tus pies, de rodillas, gritando ,clamando tú perdón, pidiendo tú ayuda, tu compasión, porque no puedo, no puedo continuar con lo que estoy atravesando, no puedo ponerme de pie, no soy nada ni nadie sin ti”. Te acepto y te reconozco en mi vida. ¡Perdón, perdón por mis pecados, perdón por mi oscuridad, perdón por tanto daño, por tanto dolor que te causé, perdón y misericordia mi Señor!....”Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.”(Mateo cap.12 Vers. 28-30).

El momento no lo sabemos. El día o la hora tampoco. Dios nos llama y nos llama por nuestro nombre,no solo a la hora de la muerte, todo el tiempo, pero nosotros tenemos libertad para aceptarlo o dejarlo que siga llamando una, dos o hasta tres veces. De pronto ya no llamará más y habremos perdido esa gran oportunidad de seguirlo, de seguir sus caminos, de seguir la verdad, de encontrar la verdadera paz y la verdadera felicidad.  Aquí empieza mi historia y mi encuentro con ese Ser Supremo….

¿Tu historia ya inició, te has encontrado con el Todopoderoso, le has abierto la puerta de tú corazón cuando te ha llamado?