lunes, 30 de diciembre de 2013

¡ALEGRÉMONOS!  NACIÓ EL AMOR…


El nacimiento de Jesús tiene un verdadero sentido para todos aquellos que con austeridad, de alma y cuerpo, vivimos la espera (época de adviento), nos alegramos del nacimiento y seguimos con el corazón e históricamente, la vida de aquel hombre que se hizo igual a cada uno de nosotros y que asumió la dinámica humana, para darnos ejemplo del verdadero poder del “Amor”. Y es que Nuestro Señor fue bebé, niño, adolescente y adulto, vivió y fue educado en una familia, la familia de Nazaret. Al contemplarlo recién nacido, nos dice claramente: que Él vino pobre para mostrarnos que no debemos apegarnos a las cosas pasajeras, materiales; que vino desnudo para sugerirnos que debemos vivir libres de esclavitudes. Nació en la sencillez y en la humildad para que no alimentemos sentimientos de orgullo, odio o soberbia. Y, que vino indefenso para enseñarnos que no debemos ser violentos sino pacíficos. Finalmente, nació en  silencio, para que rechacemos la ostentación y los aplausos.

Muchas veces, asumimos esta realidad, como si tan solo fuera un cuento o una historia imaginaria. Este fue el más claro modelo de una familia y toda la responsabilidad que ésta genera a su interior, cuando decidimos crearla. Una familia donde el amor desbordó en sabiduría.  “Las mujeres deben ser dóciles a sus maridos, pues el Señor así lo quiere. Los maridos deben amar a sus mujeres y no tratarlas con dureza. Los hijos deben obedecer a sus padres en todo, porque es cosa agradable al Señor. Padres, no deben tratar mal a sus hijos, para que no se vuelvan apocados”. (Colosenses Cap. 3 Vers. 18-21). Época de unión familiar, alegría, de calor de hogar, de perdón de reconciliación. Recordemos siempre lo que dice el Señor:” ¡Hijos, óiganme, les habla su padre! Sigan mis consejos y se salvarán. Porque el Señor quiso que los hijos respetaran a su padre, estableció la autoridad de la madre sobre sus hijos. El que respeta a su padre obtiene el perdón de sus pecados; el que honra a su madre se prepara un tesoro”. (Siracides Cap. 3 Ver 1-5).

También podríamos afirmar que este tiempo es dado a la reflexión, a raíz del nacimiento del Salvador y la culminación de un año.  Desde el regalo de la fe, es importante que seamos conscientes de la presencia de Nuestro Señor en nuestra vida, en nuestra historia. Debemos preguntarnos abiertamente ¿Reconozco a un Dios que me libera todos los días, que me bendice, que me perdona, que está en mi corazón, en mi mente y en mi cuerpo, que camina junto a mí, dentro de mí, que me acompaña, me fortalece, me ilumina, guía, que me cuida en la salud, en la enfermedad, en lo mucho y en lo poco, lo escucho, siento su presencia,  es mi eje, mi fortaleza? Tantos interrogantes…

Y es que definitivamente la luz de Dios, disipa la oscuridad, la oscuridad del mundo, el que muchas veces nos hace ver el mal como bien o las cosas buenas como malas como por ejemplo; los valores alterados, la fe perdida, el egoísmo; donde filosofías y ciencias nos hablan de buscar primero nuestra propia felicidad a cualquier precio, sin importar qué, quién o quienes se sacrifiquen. Muchas veces nos dejamos guiar por lo que predomina y se vuelve común en la sociedad, en nuestro entorno y resultamos aprobando o formando parte de lo mismo. Finalmente nos volvemos tan ciegos que no reconocemos a un Ser Supremo en nuestra vida, y actuamos como si  nuestros logros fueran proporcionados por nuestras propias fuerzas, procedentes del mundo. “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues de toda la corriente del mundo, la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos y la arrogancia de los ricos, nada viene del Padre sino del mundo. Pasa el mundo con todas sus codicias, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1-Juan Cap. 2 Vers.15-17).

La Fe abre nuestro corazón y nuestra mente, para reconocer y saber dónde está Dios; si a través de su palabra, en nuestro esposo (a), nuestros hijos, padres, familiares, amigos, en el prójimo o en los sacramentos, donde tenemos un verdadero encuentro con el amado. Que interesante ejercicio  evaluar nuestra vida, nuestra vida espiritual, y al final poder exclamar lo que dijo algún día la mística francesa Marta Robín (fundadora de los Foyer de Charité en el mundo). “Oh Jesús Mi luz, mi amor y mi vida., haz que sólo te conozca a Ti, ame sólo a Ti, viva sólo de Ti, contigo, en Ti... y sólo para Ti".

Amén.

domingo, 15 de diciembre de 2013

SÉ  MI LUZ, ¡ENCIENDE MI ALMA!


Señor Jesús hoy quiero contarte que por estos días escucho mucho ruido exterior que no me deja pensar en Ti, hay muchas luces que no me dejan verte, hay muchas distracciones que no me dejan ponerte cuidado, hay tantas carreras y afanes que no me permiten mirarte y lo que es peor no tengo tiempo ni para mí y mucho menos para oír mi corazón. Si tan solo pudiéramos hacer silencio dentro de nuestro interior para escucharte cuando nos hablas, para permitirte entrar en nuestras vidas, todo sería diferente. Tú eres el único que puede liberarnos de cualquier pecado, de alguna atadura, de una enfermedad, preocupación, problema o de cualquier situación o circunstancia por la que estemos pasando, solo tú Señor puedes curarnos, puedes sanarnos, puedes transformarnos. Hay una sola cosa que debemos hacer “Creer”. Nuestro Señor es la luz del mundo, Él es real. Debemos dar gracias además, por el don de la Fe. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá luz y vida”. (Juan Cap. 8 Ver 12).

Cuando digo la palabra luz, pienso en la virtud de la esperanza y la esperanza se fundamenta en la fe. Ahora bien, la falta de esperanza y la falta de confianza en lo que Dios pueda o no hacer en nuestras vidas y en lo que nosotros podamos hacer  con su ayuda, trae como consecuencia que nuestro corazón se cierre. Mientras que la fe hace que me adhiera a la verdad transmitida por las Sagradas Escrituras, donde la bondad de ese Ser Supremo es absoluta, lo mismo que su misericordia y fidelidad a sus promesas. La fe definitivamente es la raíz de nuestra salud y liberación; de ella nace todo un proceso de vida, un estilo de vida, guiado por el Señor y la amada Virgen María. Recordemos lo que dice en la carta a los Hebreos “La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver”. Y lo que dijo el Señor a sus discípulos y nos dice a nosotros: “En verdad les digo: si tuvieran fe, del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes. (Mateo Cap. 18 Ver 20-21).

Así mismo, la esperanza nos cura del miedo y el desaliento, dilata el corazón y permite que el amor se expanda, por ende la luz del Señor entra y nos invade. Qué hermosa es la esperanza, nos da confianza, paciencia, espera, fortaleza para no desfallecer en el camino elegido, humildad de corazón y pobreza de espíritu, para abrir la puerta a los tesoros que alimentan el alma.Al mismo tiempo nos sentimos seguros incluso en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones”. (Romanos Cap. 5 Ver. 3-5).

El adviento viene de la palabra latina “adventus”que significa “venida”. Y en la liturgia hemos escuchado repetidas veces por estos días, que estamos en la época de adviento, o sea, esperando la llegada de Nuestro Señor, del Mesías. Yo me preguntaba ¿cómo me estoy preparando para cuando Él llegue? y encontré varias respuestas: Con una fe absoluta y total confianza que el Señor cumplirá sus promesas. Si permito que Él tome mi vida y la gobierne, convencida de que estaré en las mejores manos y nunca seré defraudada. También, dejándome guiar para que transforme mi corazón duro e insensible en uno amoroso, humilde, compasivo y generoso. Permitiendo que Dios actúe a través de mis acciones, que administre mis planes y que yo pueda soñar con sus sueños.

Es época de Navidad, de alegría, regocijo, pero también es tiempo de cambio, de reflexión, de mirar hacia adentro, de escucharnos a nosotros mismos. Es el momento de actuar y dejar los oídos sordos, los ojos ciegos y las manos quietas, y decirle Sí, al Señor. Te acepto en mi vida, te permito que seas mi luz, mi sendero mi guía. Sin ti nada valgo, nada soy. Ni las más grandes teorías, ciencias o filosofías han podido negarte. Somos seres absolutamente incompletos sino aceptamos que existes, que eres el  ¡Todopoderoso!


jueves, 28 de noviembre de 2013


 SEÑOR DE SEÑORES, AQUEL QUE MI VIDA CAMBIÓ...


Sobre el tema del perdón se acabarían las palabras para seguir escribiendo, pero sobre todo tiene que acabarse nuestro orgullo, soberbia y prepotencia  para ponerlo en práctica. No es tan sencillo, especialmente cuando no podemos aceptar el sufrimiento que nos causan los demás, porque tampoco se trata de ser pasivos. Muchas veces es necesario salir al paso de aquella persona cuya conducta nos hace sufrir para ayudarle a darse cuenta y corregirse. Otras veces, es necesario reaccionar con firmeza contra ciertas situaciones injustas y protegernos-o proteger a los demás, como nuestros hijos, por ejemplo-de comportamientos destructivos, de personas que desean hacernos daño, ya sea de palabra o de acción.

Sin embargo, siempre quedará cierta parte de sufrimiento que procede de nuestro entorno y que no seremos capaces de corregir y evitar, sino que debemos   aceptar con una actitud de esperanza y de perdón. Sólo a través del amor y de la ayuda de Dios, reitero, seremos capaces de perdonar las ofensas más grandes o lo delitos más atroces que un ser humano pueda causar a otro o a los demás. Así dice el Señor a través de su palabra: “Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo”. (Colosenses Cap. 1. Vers. 12-13).

El domingo pasado la Iglesia Católica celebró la fiesta de Cristo Rey y yo me preguntaba, escuchando la homilía, ¿realmente Cristo es el rey de mi vida, es Él el que gobierna mi corazón o quién es? Y, yo misma me respondía: “Sí, un día tomé la decisión de abrir mi corazón y permitir que Nuestro Señor, gobernara mi existencia”. Desde ese instante mi vida cambió. Y no por esto soy Santa Doris, ni mucho menos, soy tan pecadora como  cualquiera de las personas que lee estas reflexiones, no por esto soy más que los demás, no por esto tengo el derecho de juzgar o hacer mal al otro. Todo lo contrario, desde el momento en que le dije “SI” a ese Ser Supremo, inicié un trabajo espiritual arduo. Porque podemos engañar al prójimo, qué no es lo correcto, pero a Dios, nunca se engaña. Cuando abrimos esa puerta, Él Señor empieza a habitar dentro de nosotros, está allí las 24 horas del día, no debemos buscarlo afuera, está moldeándonos, trabajando en nosotros se hace dueño de nuestro corazón. Recordemos que el Reino de los cielos es para aquellos que ponen su confianza en el amor de Dios y no en las cosas materiales.

Con este, SÍ, iniciamos un compromiso de fidelidad  con Dios, y no tenemos ni idea  en lo que nos comprometimos, esta virtud es exigente, esa es su grandeza, lo mismo pasa con la perseverancia, no hay otro camino para salvarnos, es decir para encontrarnos a sí mismos, porque la perseverancia todo lo alcanza. El llamado es a perseverar a pesar de la prueba, de las calumnias, de las tentaciones, de las dificultades y ante todo lo que se presente que pueda quebrantar nuestra fe. Jesús dijo: "El que se mantenga firme hasta el fin se salvará". (Mateo 24, 13).

Hoy voy a terminar esta reflexión, con un cuento que le encanta a mi hijo y que me parece que puede ilustrar un poco cuando me refiero a la perseverancia y a la fidelidad en lo que creemos y profesamos:” Dos ranas se cayeron en una tina de leche. Una era optimista y la otra pesimista. Patinaban y patinaban tratando de salir de aquella tina pero era en vano ya que resbalaban por las paredes de la tina y volvían a caer en la tina con leche .Después de muchos esfuerzos por tratar de salir de su precaria situación la rana negativa se da por vencida y dijo: Adiós mundo cruel y se fue al fondo de la tina donde se ahogó. La positiva lejos de darse por vencida siguió pataleando y pataleando y de pronto dio un salto y salió de la tina. De tanto patalear había convertido la leche en mantequilla”.

La impotencia en la prueba y la prueba de la impotencia: libertad de creer, de esperar, de amar, de intentarlo. Muchas veces lo que para el hombre es imposible, a los ojos de Nuestro Señor, todo es POSIBLE…



domingo, 17 de noviembre de 2013


LA HERMOSA LIBERTAD, QUE ME REGALÓ EL” PERDÓN”


Durante varios días me quedé reflexionando acerca del perdón, de la grandeza de esta palabra, de esta decisión y todo lo que trae consigo. Además de lo que acontece en nuestras vidas cuando perdonamos, cuando pedimos perdón  y lo que es mejor ; cuando no actuamos con rencor sino que olvidamos las pequeñas o las grandes ofensas, sin importar el dolor que nos hayan causado, y el mal que haya podido provocar; una acción, una palabra, una determinación. “El que venga experimentará la venganza del Señor: él le tomará rigurosa cuenta de todos sus pecados. Perdona a tú prójimo el daño que te ha hecho, así cuando tú lo pidas, te serán perdonados tus pecados”. (Siracides Cap. 28 Ver.1-3).

Todo radica en nuestro corazón, en la forma en que amemos, si amamos a nuestra manera seguimos siendo prisioneros de nosotros mismos, es decir con nuestros pensamientos humanos y racionales, con nuestros afanes e intereses personales. Pero si tenemos en nuestro corazón el amor de Dios, ese amor que podemos dar a nuestro prójimo, este será un amor puro, paciente, servicial y sin envidia. Y es que el amor del Señor, el que podemos albergar y practicar con los que nos rodean, no actúa con bajeza, ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona; nunca se alegra de la injusticia y siempre le agrada la verdad. El verdadero amor todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera y todo lo soporta.

Si no entendemos la importancia del perdón y no la integramos en nuestra convivencia con los demás, nunca alcanzaremos nuestra libertad, me refiero a la más importante, a la” libertad interior” y permaneceremos siempre prisioneros de nuestros propios recuerdos, rencores y atados al pasado. Cuando nos negamos a perdonar algo de lo que hemos sido víctimas, no hacemos más que añadir mal sobre el mal, sin resolver nada. “No devuelvan a nadie mal por mal, y que todos  puedan apreciar sus buenas disposiciones. Hermanos, no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue, como dice la Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo que se merece, dice el Señor. No te dejes vencer por el mal, más bien derrota  al mal con el bien”. (Romanos Cap. 12 Vs17, 19,21).

Hace algunos días, una amiga, a raíz de una situación dolorosa con su pareja, me manifestaba lo difícil que era para ella poder perdonar a ese ser que amaba por una falta cometida.Y es que, humanamente no es fácil, primero que todo debemos ponernos en manos del especialista para poder sanarnos, o sea,  pedir la ayuda de Nuestro Señor para que nos inunde de su compasión, de su infinito amor y por supuesto que disponga nuestro corazón, que lo ablande, para que la razón no prime, sino que prime la misericordia.

Debemos tener claro que perdonar no es avalar el mal, ni aceptarlo, ni pretender que es justo lo que no es. Perdonar significa: a pesar de que esta persona me ha hecho daño, yo no quiero condenarla, ni juzgarla, ni tomar la justicia por mi mano. Sino que hago mi parte y dejo a Dios, el único que escudriña las entrañas y los corazones, para que Él juzgue y haga justicia. Esta tarea sólo le corresponde a ese Ser Supremo, no a nosotros. Es más, no debemos reducir a quien nos ha ofendido a un juicio definitivo e inapelable, sino que miro a ese ser con ojos de esperanza, creo que algo en él (ella),puede cambiar y continúo queriendo su bien. “Sed misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, colmada, rebosante echarán en vuestro regazo; porque con la medida que midáis seréis medidos vosotros”. (Lucas Cap. 6 Vers. 36-38).

Lo más importante, es darnos cuenta que cuando perdonamos a alguien, hacemos un bien a esa persona, pues la liberamos de una deuda. Pero ante todo, nos hacemos un bien a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, a nuestra mente, a nuestro corazón, a nuestro espíritu. Con esta acción, recobramos lo más grande; recobramos nuestra” libertad interior” aquella que nos arrebató el rencor, el resentimiento, el dolor. Cuando perdonamos nos sentimos más livianos, más alegres, con una paz infinita. Definitivamente, el amor no pasa cuentas de cobro, todo lo contrario, salda las cuentas pendientes y nos “libera”.¡ Gracias Señor!

  



domingo, 27 de octubre de 2013


¿PUEDE MI CORAZÓN RESISTIR TANTO AMOR?


La ley más grande que Nuestro Señor nos profesa es indudablemente la ley del “amor”. Pero que complicado es aplicar esta ley a nuestras vidas, qué difícil es despojarnos de la crítica, de juzgar *(juzgar a otros es ocuparse en vano, juzgarse uno mismo, da fruto), de condenar y especialmente de No perdonar para poder amar de verdad. Esto nos sella y no nos deja amar, amar al otro, al prójimo. Amar al que no nos quiere, al que nos hiere, nos ofende, nos pisotea, nos humilla, al que nos hace daño en toda la dimensión de la palabra. “Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan”. (Lucas Cap. 6 V 27-29).

Siempre que escuchaba esta cita bíblica, me preguntaba, ¿esto si es posible?, y solo hasta que decidí intentarlo y ponerlo en práctica, me di cuenta que sí se puede. Y es que el amor no pelea con nadie, aceptar al otro con sus virtudes y sus defectos, es factible. Perdonar, también, lo proclamamos en la oración del Padre Nuestro: Perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…. Es  disponer el corazón y hacerlo, despojarnos del orgullo, la prepotencia y la soberbia, aunque nos cueste mucho y necesitamos ante todo, estar llenos del amor de Dios, para poder lograrlo, solamente con nuestras intenciones no es posible. Un ejemplo grande sobre alguien que experimentó el amor de Jesús en su vida, en su corazón, y quien pudo soportar la violencia, el odio, el dolor y el sufrimiento, fue* “Santa Rita de Cascia”, una mujer que pese a todo lo que vivió; logró perdonar únicamente con el amor de Dios, transformar vidas y salvar almas.

El hombre da, manifiesta, habla y actúa según lo que tiene dentro de su corazón. Es más fácil sentir, vivir y dar paz, que vivir de mal genio, con resentimientos, dolor, envidia, rencores y odio dentro de nosotros mismos. Esto perjudica nuestro cuerpo, nuestra salud, nos genera enfermedades, y a nivel espiritual nos quita la luz, el gozo, la paz, pero especialmente nos aleja de Nuestro Señor, no nos deja escuchar su voz. Y lo que es peor, le damos la bienvenida con esta actitud, a la oscuridad; al pecado.

Dios dice en las Sagradas Escrituras que odia el pecado pero ama al pecador, pero cuando entramos en esa oscuridad del pecado, que difícil es reconocer ese amor tan grande de Nuestro Señor. Solamente el que es capaz de reconocer su fragilidad y pecado, es capaz de encontrar a Dios. Todos pecamos, pero son muy pocos los que admiten que se han equivocado, que han hecho mal al otro, es un proceso. “Si nos confesamos de nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad”. (1 Juan 1,9).

Es importante entonces dar el primer paso: la confesión, que no es otra cosa sino admitir lo que hemos hecho. Luego viene el arrepentimiento, sentirnos avergonzados por lo que hemos hecho y finalmente pedir perdón, lo cual es para purificarnos y ser libres de lo que hemos hecho. No olvidemos que la incapacidad o resistencia de realizar cualquiera de estos tres pasos está arraigada en el orgullo. Una persona que no se puede humillar delante de Dios ni de los hombres para admitir que está equivocado, es alguien lleno de dolor, de amargura, de tribulación en su corazón. “Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido(Mateo C. 23 V.12).

Vuelvo a la ley más grande del Señor, la del “amor”. Porque el verdadero amor todo lo puede, todo lo transforma. Ese amor sincero, el que aborrece el mal y trabaja por las cosas buenas. Amor que respeta al otro, el honesto con los demás, el diligente y fervoroso en el espíritu. Amor que alegra, que tiene esperanza, paciencia en las pruebas y misericordia con el más necesitado. Cómo explicar tú amor mi Dios, mi Señor, si es inmenso, es puro, verdadero, infinito, no me alcanza el corazón para albergarlo, ni la razón para entenderlo. Solo puedo decirte que: ¡TE AMO!.

* libro :Imitación de Cristo, Kempis. Película,Santa Rita de Cascia.

lunes, 14 de octubre de 2013


SEÑOR MÍO AUXÍLIAME, PUES SOY DÉBIL...


Quiero iniciar esta reflexión dando infinitas gracias al Señor por todo lo que ha ocurrido en este corto tiempo con el Blog:” Periodistas Católicos”, Dios, es el único que conoce nuestro corazón, nuestros pensamientos y la intención de nuestras acciones. ¡Gracias por tantas bendiciones, por tanto amor y por tan infinita misericordia!. Esto me hizo pensar un poco sobre la integridad de nosotros, los seres humanos, y por ende la integridad de nuestros corazones.
Repasando en el diccionario el significado de la palabra integridad me encontré con muchas definiciones: Se refiere a una persona honrada, honesta, respetuosa con los demás y consigo misma, puntual, leal, pulcra, disciplinada, con firmeza y verdad en sus acciones, entre otras. Qué hermoso es poder dar al Señor un corazón íntegro, sincero. Para esto debemos iniciar por nosotros mismos. Debemos ser íntegros en cada momento, en cada instante de nuestra existencia, especialmente cuando nadie nos está mirando, ya que no es sólo para “aparentar”.
Es un nivel de moralidad por debajo del cual nunca debemos caer, no importa lo que esté sucediendo alrededor de nosotros. Se es una persona íntegra cuando decimos y actuamos con la verdad.” El que camina con integridad va seguro, pero el que toma caminos equivocados pronto será desenmascarado”. (Proverbios 10, V-9). La integridad del ser humano es un alto nivel de honestidad, decencia y honor que nunca se quiebra. Sin embargo, somos hombres frágiles, de barro, que debemos ser moldeados por ese Ser Supremo.
Muchas veces tomamos caminos cortos, de repente equivocados, pero que pueden afectar todo nuestro ser, nuestra integridad, por ejemplo cómo nos desenvolvemos con otras personas, cómo respondemos ante nuestros compromisos, de cualquier índole, o cómo actuamos con nuestros familiares, con nuestros amigos, incluso como tratamos a nuestros esposos (as), hijos, y cómo las personas nos ven y cómo nuestro aspecto habla por nosotros mismos. Dios nos dice a través de su palabra;” Pero, ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! Y qué pocos son los que la encuentran. (Mateo 7, V. 14).
El día que volví mi rostro al Señor le dije que guiara mi vida, desde ese mismo instante mi vida cambió. Debemos acostumbrarnos a que necesitamos de ese ser maravilloso, que solos no podemos, y si podemos todo lo que hagamos será efímero. Es muy distinta la vida guiada por Él, por su Espíritu Santo, que la vida guiada por nuestras propias fuerzas. No es sencillo mantenernos en el camino de la rectitud; el mundo, lo material, las cosas fáciles y el poder de la carne, impiden esa cercanía con Nuestro Señor. “Los que viven según la carne van a lo que es de la carne, y los que viven según el Espíritu van a las cosas del Espíritu. Pero no hay sino muerte en los que ansían la carne, mientras que el Espíritu anhela vida y paz”. (Romanos 8, V5-7).

Nada acontece en el mundo, en nuestra familia, o en nuestra vida, simplemente por casualidad. Dios tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros. Él está siempre ahí, en la puerta, llamándonos, a través de una persona, tal vez de la que menos imaginamos, o través de una circunstancia, buena o mala. O con una situación dolorosa, una enfermedad, una ruptura, no sabemos de qué forma golpea a nuestro corazón, pero siempre está allí esperando nuestra respuesta.

No dudemos ni por un instante en abrirle la puerta. Encontraremos el más grande de los tesoros: Una paz infinita. La alegría se siente más plena, el dolor tiene una razón de ser, la escasez nos hace más fuertes, la abundancia más generosos. Los errores se pueden perdonar. Y el auténtico amor, rescatar. Todo es posible, bajo la mirada de Nuestro Señor.



domingo, 22 de septiembre de 2013


¡CUANDO ME ENAMORÉ, TE PUSE EN PRIMER LUGAR!


Es importante darnos cuenta de que la "sabiduría" que viene del Señor, nos ayuda a manejar toda nuestra vida, sin excepción. Nos proporciona discernimiento, claridad de pensamiento. Qué rico poder decir: ¡tomé la mejor decisión!; hablé y mis palabras fueron escuchadas, razonadas. Corregí con el amor de Dios y pude educar. En la empresa donde trabajo, no sólo me dediqué a hacer lo requerido,  sino que pude servir, servir al que necesitó un consejo, una palabra de aliento o tan solo un abrazo. Y en mi entorno: familia, amigos, colegas, clientes, pude entender que hay prioridades, unas, eso sí, más inmediatas que otras, como el hogar, el esposo, la esposa, el hijo que necesita de nuestro tiempo, del amor de los padres. Así de sencillo: mientras más tiempo pasemos en la presencia del Señor, siendo transformados por su amor, más grande, fuerte y sabio será lo que podamos dar y compartir a nuestros hijos.


Sentir también que actuamos con verdad, transparencia e integridad; con esa verdad que solo se encuentra a través de la persona que hace la voluntad de Nuestro Señor y deja a un lado su propia voluntad, porque aquel que es terco y obstinado, es pobre en sabiduría y no puede reconocer, ni temer a un Ser Supremo. En pocas palabras, la sabiduría divina trae éxito al hombre y lo capacita para aprender de las experiencias. “La sabiduría que viene de arriba es, ante todo, recta y pacífica; capaz de comprender a los demás y de aceptarlos; está llena de indulgencia y produce buenas obras” (Santiago 3 Versículos 17-18).

Hoy les quiero confesar algo: cada día me enamoro más de ese Ser Supremo, de todo lo que me enseña, de ese amor que se manifiesta en cada momento, de esa misericordia que no se hace esperar, que está lista para quien la necesita. Cada día puedo entenderlo más, me hacen falta sus palabras, verlo, sentirlo, hablar con él. Mi corazón desea obedecerle y servirle. Lo siento en cada eucaristía y lo escucho en cada oración. Todo lo que viene de Nuestro Señor es rico, es dulce, es paz. Solo a través del amor de Dios podemos cambiar nuestro corazón, hacerlo mejor. Las cosas, con un amor verdadero, saben diferente; se ven y huelen diferente; son mejores. “Engrandezcan conmigo al Señor y ensalcemos, a una, su nombre. Busqué al Señor y me dio una respuesta y me libró de todos mis temores. Mírenlo a Él y serán iluminados, y no tendrán más cara de frustrados. Este pobre gritó y el Señor lo escuchó, y lo salvó de todas sus angustias” (Salmo 34).

El amor de Dios No es un amor efímero; llena el corazón, lo ensancha, lo engrandece. Lo purifica como el amor de una madre, como el amor de la Virgen María, colmada de ternura, comprensión, paciencia,  piedad y justicia. Mi invitación  es a que le dediquemos tiempo a ese ser amado. No basta con decir que tenemos una relación directa con él. Debemos, por lo menos, ir a su casa. ¿No te sientes feliz cuando visitas a tu enamorado (o enamorada) en su hogar y compartes con él (o ella) una cena? Lo mismo pasa con el Señor, cuando vamos a su templo, cuando comemos  su carne y su sangre en la Eucaristía, para alimentar el alma, aumentar la fe y poder sentirlo. También pasa cuando nos alimentamos  de su palabra y la ponemos en práctica en la cotidianidad, en nuestra forma de actuar. Sólo cuando experimentamos que Dios es un ser vivo en nosotros, podemos realmente reconocer su grandeza. Así dice el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre, maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! (Jeremías, 17 ver.5).







martes, 3 de septiembre de 2013


DAME EL MÁS GRANDE DE TUS TESOROS: ¡ TÚ SABIDURIA!


 En la reflexión anterior sobre el orgullo y la soberbia, me encontré después con una frase hermosa: “El Señor se derrite, se enamora del humilde, pero se resiste al soberbio”. Y luego, lo confirmé en la Sagrada Escritura “Mientras más grande seas, más debes humillarte; así obtendrás la benevolencia del Señor. Porque si hay alguien realmente poderoso, ése es el Señor, y los humildes son los que lo honran”. (Eclesiástico, Siracides 3 Vs17-20). Podría detenerme y escribir mucho sobre el tema; vanidad de vanidades, no vivamos de la vanidad de este mundo; lo material, los títulos, el dinero, la fama, no nos hacen más que los otros.Tampoco nos llevamos esto colgado a nuestra espalda cuando llega la muerte, nos vamos como venimos a este mundo, sin nada. Ante Nuestro Señor, todos somos iguales.
Somos seres dependientes, es verdad, pero de alguien superior, necesitamos la sabiduría de Dios, y ésta solo se obtiene, cuando realmente le entregamos nuestro corazón al todo poderoso. Hace algunos años empecé a leer sobre la sabiduría divina, pero sólo hasta que viví una experiencia fuerte en mi vida, donde me quitaron todas mis seguridades, logré comprobar lo que significaba. En ese entonces, a través de una gran decepción y un profundo dolor, sentí  la soledad y la oscuridad de la naturaleza humana. Pude levantarme sólo porque encontré a Nuestro Señor frente a frente, cara a cara, de corazón a corazón y en un lugar muy especial; en un templo, en la adoración al Santísimo Sacramento (Jesús consagrado en la Eucaristía). Y, allí, le clamé a gritos que me diera sabiduría para entender, para comprender lo que estaba viviendo, para asimilar su plan en mi vida, le pedí que me diera fuerza y razones para poder levantarme. Poco a poco, con perseverancia, paciencia, oración, fe, humildad y un corazón contrito, él me respondió.
No voy a decir que es fácil, ni que todos debemos sufrir para poder obtener la sabiduría divina, claro que no, sólo es necesario entender lo que significa seguir el camino del Señor. Debemos despojarnos de todo lo que nos ata, del pecado, porque quien no ha pecado?. También, es importante, dejar de hacer nuestra voluntad. Muchas veces decimos y nos sentimos los más piadosos, los más íntegros, pero por ninguna razón permitimos que Dios se interponga en nuestras vidas, en nuestras decisiones, en nuestro actuar. Queremos evadir la realidad y  acomodar las situaciones a nuestro parecer, creyendo que es la verdad absoluta, para justificar nuestras faltas, nuestros errores. Tenemos ojos ciegos y oídos sordos a lo que nos dice el Señor a través de las escrituras, en la eucaristía, en la fidelidad de los sacramentos, o en muchas partes. Casi siempre, razonamos con la sabiduría humana.
Comprendí, que cuando profesamos una fe, en mi caso la fe católica, debemos  “Obedecer a Dios”, en todo sentido, obedecerlo en sus designios, en su palabra, en su doctrina y es fundamental además, ser coherentes con esa obediencia en todos los aspectos de nuestra vida. No olvidemos que la sabiduría es un don, es una luz que se recibe de lo alto, es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere  familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas.Se debe pedir entonces la sabiduría al Señor, si se la pedimos, él nos la dará. Pero, no olvidemos algo muy importante, tener un corazón dispuesto, un corazón limpio, para poder "recibirla".
 
¿Deseas la sabiduría? Cumple los mandamientos y el Señor te la concederá generosamente. Pues el temor del Señor es sabiduría y doctrina, lo que le agrada es la fidelidad y la dulzura. No te apartes del temor del Señor, acércate a él con un corazón íntegro. (Eclesiástico, Siracides 1 Vs26-28).   
 
   

martes, 20 de agosto de 2013


SEÑOR HAZME PEQUEÑO PARA QUE TÚ SEAS GRANDE
 
"Ten piedad de mí oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia, purifícame de mi pecado” (Salmo 51, versículo 3,4) .Quise iniciar hoy esta reflexión con este salmo porque nos confronta ante el Dios de la verdad  para reconocer nuestros pecados. Es increíble como nuestro corazón se endurece especialmente cuando se llena de orgullo para  examinar  nuestras faltas. En mi caminar espiritual me he dado cuenta que la única forma de poder escuchar a Nuestro Señor, es siendo humildes, la única manera de encontrarlo, es humillarnos ante Él.
Según definición de la real academia de la lengua, la palabra humildad significa; Actitud de la persona que no presume de sus logros reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo. Y que significa orgullo; arrogancia, vanidad y exceso de estimación propia. Esto no es nada fácil. Ante todo reconocer que nos hemos equivocado, que no tenemos la razón de lo que pensamos y que hemos herido a otros seres humanos con nuestras palabras, actitudes o acciones es algo que llega a nuestra mente y corazón, realmente cuando bajamos la cabeza ,cuando somos capaces de admitir nuestros errores.
Recuerdo, que hace unos meses atrás, iba trotando en la mañana, y mis pensamientos se remontaron al pasado, recordé faltas graves que había cometido contra mi prójimo,en diferentes ocasiones, tanto de palabra como de acción, y las lágrimas rodaron sobre mi rostro, sentí un gran dolor en mi corazón, me sentí triste, algo pasó dentro de mí, realmente había logrado encontrar el verdadero arrepentimiento por mis actuaciones. Pude confesar mi error. Entenderlo y vencer mi soberbia para poder admitir que me habia equivocado.
A raíz de esta experiencia corroboré que cuando tomé la determinación de luchar contra   mi orgullo, la resistencia a reconocer mis equivocaciones fue menos fuerte. Pude manifestar arrepentimiento, dolor, vergüenza por lo que había hecho. Y finalmente logré pedir perdón. Cuando se llega a este paso, el descanso que se siente es infinito, la liberación de esa carga espiritual es como si dejáramos de llevar una roca pesada en nuestros hombros. Es sentirnos libres de verdad, es sentir la verdadera paz, la paz interior, la de la conciencia.
Me di cuenta, además, que esto sólo se logra  por la bondad infinita de Nuestro Señor, poder llegar al arrepentimiento es definitivamente un obra de la Gracia de Dios en nosotros. Es poder arrodillarnos, postrarnos y humillarnos ante el ser más grande, misericordioso y amoroso, ante Nuestro Padre. Pensé también que podemos durar mucho tiempo, incluso años, esclavos del orgullo y arraigados en la soberbia, logrando que desaparezca en nosotros la voluntad de arrepentirnos. Y es que un pecado, una falta sin confesar, se puede convertir como un cáncer que crece, que aumenta y va ahogando, apagando la vida, la alegría, la verdad, la luz de la que les hablaba en días pasados.Y créanlo, no vale la pena, para nada.
Definitivamente debemos hacernos pequeños, bajar la cabeza, para que Dios sea grande en el interior de nuestro corazón, en nuestras vidas y pueda de esta forma, actuar. “El temor de Yavé es la escuela de la sabiduría; antes de la gloria es necesaria la humildad”. (Proverbios cap.15 V.33)
 
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domingo, 4 de agosto de 2013


SEÑOR, NO PERMITAS NUNCA QUE MI LUZ SE APAGUE

Definitivamente esto de limpiar el corazón antes de entregarlo a Dios  sí que es complicado. Alguien me comentaba en estos días:” Me gusta lo que escribes pero iniciaste contándonos como se puede llegar a entregar el corazón a  Nuestro Señor y has escrito varias cosas alrededor del tema, porque no vas al punto” y yo le respondí: Realmente es muy difícil, ya que es importante concientizarnos de muchas cosas que guardamos en nuestro corazón antes de llegar a una verdadera conversión”. “Del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre”. (Mateo Cap. 15, Ver. 19,20).

Yo pensaba que mi corazón estaba muy limpio, es más, que hasta brillaba, pero poco a poco fui descubriendo la falta de compasión que tenía. La dureza, lo castigador y fuerte que podía ser, especialmente con las personas que me rodeaban y amaba. Y entendí, que Dios siembra en cada uno de nosotros una semilla buena, esa semilla es la Luz de su hijo: Jesús. Sin embargo, nosotros mismos nos encargamos de cultivar muchas veces la cizaña, como la parábola del trigo y la cizaña que la encontramos en la Sagrada Escritura en (Mateo Cap. 13, Ver.24, 30). El dueño del campo representa a Jesús; y el trigo, a los hijos de Dios, porque sus frutos son buenos y provechosos (los frutos son la evidencia visible de lo que hay en el corazón de alguien,es la verdad, es la claridad y la coherencia con su actuar). El enemigo que sembró la cizaña,  simboliza a satanás; la venenosa cizaña, o sea  los que elegimos este camino y vamos guardando veneno dentro de nosotros (el veneno representa al rencor, la ira, la envidia, la soberbia, la mentira, la oscuridad, altivez o cualquier sentimiento negativo que podamos sembrar en nuestro corazón).
Y, es que es muy fácil que nuestro corazón sea invadido por la cizaña, muchas veces le abrimos la puerta sin ni siquiera darnos cuenta de lo que hicimos. Y viene y se acomoda, y va creciendo, echa raíces, nubla nuestra mente con engaños y se apodera de todo nuestro ser hasta que logra cambiarnos y enceguecernos con un mundo lleno de banalidades, de materialismo, donde lo bueno nos parece malo y lo malo nos parece bueno. Y como si fuera poco, las virtudes espirituales como la fe, la esperanza, caridad, humildad, paciencia, perseverancia, obediencia y el silencio, también se van opacando, se van dejando a un lado, van desapareciendo de nuestra vida y nos convertimos en esclavos del pecado,sin luz.

No dejemos que nuestra luz se apague, la luz que nos dio Dios. No permitamos que la oscuridad albergue en nosotros y que se acabe esa luz, la luz que puede ayudarnos a tener un pacto, una alianza con Nuestro Señor. Podemos ser trigo sano, que dé frutos en abundancia, multiplicadores del amor infinito, verdadero, misericordioso y fiel de Dios Padre. Mejor dicho, podemos encontrar la verdadera libertad.                            

domingo, 21 de julio de 2013


¡HÁBLAME SEÑOR…QUE TÚ SIERVO ESCUCHA!

Cuando toqué el tema de la tibieza del corazón, varios lectores me pidieron decir algo más.. Y yo pensaba,¿ por qué nos inquieta tanto?. Es muy fuerte en la vida espiritual este término, y me atrevería a decir que en cualquier circunstancia de la vida, actuar con tibieza, es definitivamente actuar de manera mediocre. Y, es que es muy fácil llegar a ese estado, es más, lo podemos estar viviendo y ni siquiera nos damos cuenta que lo llevamos en nuestra cotidianidad.
En algún tiempo de mi vida, la Fe, la acomodé a mi manera; pensaba y actuaba respecto a mi compromiso como católica, a mi conveniencia. Me explico, iba a la Santa Eucaristía si me alcanzaba el tiempo, aquello de la confesión, “yo no mataba ni robaba a nadie” entonces para que confesarme, y con frecuencia, sí que menos, no había necesidad. Yo tenía a mi Dios, y hablaba con él a mi estilo. No necesitaba tampoco de intermediarios, por ejemplo, aquello de rezar el Santo Rosario, lo dejaba para las señoras, que no tenían nada que hacer. Ir a un retiro espiritual, que pereza, eso no era para mí, pues yo me las sabía todas, y eso significaba una perdedera de tiempo y dinero. Y así sucesivamente…

Además, que significado tenía crecer espiritualmente, si Dios me amaba mucho; pues lo tenía todo; una familia, trabajo, salud,¿ para qué entonces desacomodarme?. Recuerdo que mi esposo afirmaba cuando reflexionábamos sobre el tema: “a veces nuestra Fe la utilizamos como cuando vamos a hacer mercado; pues buscamos lo que más se acomoda a nuestro gusto, a nuestro presupuesto y lo que puede cubrir nuestras necesidades”. Mejor dicho, teníamos una Fe de ¡supermercado!. 

Dios se manifiesta en nuestras vidas, todos  los días, está allí en cada momento para liberarnos de todo lo que guarda nuestro corazón, de nuestros pecados, miserias, apegos,  envidias, rencor, dolor, preocupaciones y demás,  pero debemos dejarlo actuar; abrirle la puerta, escucharlo y dedicarle tiempo. “Oh Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco, mi alma tiene sed de ti; en pos de ti mi carne languidece, cual tierra seca, sedienta, sin agua. Salmo 63 (62).

Tener tiempo para Dios, dedicarle tiempo al ¡Señor!; suena muy bonito pero ¿A qué horas? tenemos una rutina fuerte, trabajamos todo el día, estudiamos, viajamos, vamos al gimnasio, tenemos una vida familiar y social, y entonces... y entonces, Dios nos dice a través de las Sagradas Escrituras….Pero el Señor le respondió; “Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada”. (Lucas 10 Ver. 38-42).

Quién es Dios para ti?, tienes tiempo para él, para escuharlo?

 

lunes, 15 de julio de 2013


 
"LA TIBIEZA DE MI CORAZÓN"

En ese momento de vida sentí incertidumbre,  ¿a qué me estaba enfrentando?, yo pensé que esto de limpiar el corazón era sencillo, pero me di cuenta que tenía que cortar de raíz muchas cosas; situaciones, apegos, sufrimientos, ataduras, resentimientos, formas de vida etc., las cuales estaban allí alojadas, muchas de éstas acomodadas y con unos cimientos muy sólidos. También, descubrí que por un sufrimiento muy grande, una parte de  mi corazón se había endurecido, porque al comienzo, no manejé ese dolor desde la fe sino sólo desde lo humano.  “Examíname, oh, Dios mira mi corazón, ponme a prueba y conoce mi inquietud; fíjate si es que voy por mal camino y condúceme por la antigua senda”. (Salmo 139, versículos 23 y 24).
Entonces, entendí, que Dios toca nuestro corazón para transformarlo. Unos 12  años atrás, Dios había tocado mi corazón, pero sólo hasta el día de hoy,  tuve conciencia plena del significado de esto. Para esa época estaba recién casada y vivíamos con mi esposo  en Australia, y fue allí donde descubrimos la gracia de vivir la fe en medio de una Comunidad Católica llamada “Emmanuel”, que nos enseñó, que ser cristianos, no sólo era ir a la Santa Eucaristía los domingos, No! Había mucho más para conocer, vivir, sentir, recibir y para dar. Sin embargo, mi fe no estaba del todo fortalecida, mejor dicho era una católica TIBIA.

Tibia, este estado es considerado como la enfermedad más peligrosa de la vida espiritual. Que palabra tan fuerte, y en la Sagrada Biblia en, Apocalipsis 3:15-16  dice: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojala fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
Y, así, estuvo mi corazón por muchos años. ¡No amaba al Señor mi Dios con todas mis fuerzas, con toda mi alma ni con toda mi inteligencia!!! Lo amaba a medias… que tristeza! Pero, entendí que sólo cuando descubres la fuerza del amor de nuestro DIOS y decides corresponderle totalmente, podrás iniciar entonces, la limpieza de tú corazón. De otra manera es imposible!!! "La Santísima Virgen nos tiene en su mano pero también en su corazón. Ella camina en la vida con nosotros, ella nos conduce al corazón de Jesús".
¿ESTA TIBIO TÚ CORAZÓN?














 
 

 

 

 

 

sábado, 6 de julio de 2013

SÓLO TÚ SEÑOR PUEDES CAMBIARME,SÓLO TÚ.....


 
SEÑOR...NECESITO DE TI!

En el momento en que puede entrar en la intimidad de mi corazón y observar todo lo que tenía adentro, entendí, que el trabajo espiritual sería bastante arduo. (Cuando ves el corazón ves la imagen de lo que escogiste ser) No fue fácil darse cuenta de cómo nos contaminamos durante el paso de nuestra vida; con cosas como adicciones, ataduras, odios, rencores, envidias, pecados, lujuria, prepotencia y orgullo etc., insisto en estas dos últimas miserias, porque son precisamente, las que más enceguecen el alma y contaminan profundamente el corazón. 
Recuerdo que cuando empecé a ejercer mi carrera como periodista me creía importante porque salía en televisión, tenía un programa en radio, tenía un carro nuevo, viajaba y tenía todo bajo control, eso pensaba yo. Pero, algo pasaba en mi interior ya que no me sentía satisfecha, plena; y esto no me hacía del todo feliz, del todo realizada, no sentía tranquilidad, ni una verdadera paz, y saben por qué? porque me faltaba lo más importante, me faltaba tener a Dios en mi vida, en el primer lugar de mi existencia. En ese entonces  Dios ocupaba el último puesto, el último lugar, lo otro, mi trabajo, la fama, el tener esto o aquello, mis amigos, todo era más importante y no necesitaba de él, de Dios, ya que yo podía sola, era la súper Doris!
 
“Primero que nada, vigila tu corazón, porque en él está la fuente de la vida”, (Proverbios 5 versículo 23), Hoy pienso diferente, mis prioridades son distintas, Nuestro Señor, es el primero en todo, en mi existencia, en lo que me rodea, mi familia, mi trabajo, mis decisiones, mis sueños, todo absolutamente todo está gobernado por Dios y por supuesto por la amada Virgen María que es la reina del hogar. El Señor dispuso un plan de vida para mí, como lo hace con cada uno de nosotros,el nos ama tanto, es tan inmenso ese amor que muchas veces hasta lo pisoteamos, porque no lo vemos,no lo sentimos, no lo valoramos, no lo conocemos y no lo entendemos.
Somos hombres de barro que necesitamos  ser moldeados en cada momento, no debemos confiarnos, estamos en el mundo y  la sociedad nos ofrece otros caminos, otras opciones que son muy diferentes a los caminos de Dios. A Dios se le encuentra y se le conoce con el corazón no con la inteligencia, es por esta sencilla razón que decidí limpiar mi corazón. “Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios” (Mateo 5 V. 8) ¿Tú lo quieres limpiar? anímate!
 

sábado, 29 de junio de 2013


 
¿QUÉ CORAZÓN TE ENTREGUÉ?


En medio de mi poco conocimiento como católica, me imaginé, que hasta aquí había hecho mi labor y que Nuestro Señor ya se encargaría de arreglarlo todo, por lo menos lo que yo estaba necesitando. Una noche tratando de encontrar una película que me atrapara, la que hizo de las suyas fue la madre Angélica, la del canal WTN, quien en el preciso momento en que yo la tenía al frente, su predicación hablaba sobre las heridas profundas que tenemos en nuestro corazón.
Esto me hizo reflexionar sobre qué clase de corazón le había entregado a Dios, y entonces decidí abrir la puerta de mi corazón y mirar hacia adentro. Y ¿qué fue lo que encontré? Primero, que esta puerta casi no se deja abrir, no fue fácil ya que era demasiado fuerte, parecía que tuviera varias cerraduras y unas más selladas que otras. Pero como ya no estaba sola, sino estaba acompañada con la amada Virgen María y Jesús, entonces las cosas fueron más fáciles.
 
 
Lo primero que hice para poder introducir la primera llave y abrir, fue colocarme la armadura de Dios, utilizar las herramientas espirituales para poder lograrlo. Inicié con el Santo Rosario, encontré la dulzura del rostro de María, su sonrisa era más amplia cada vez que yo oraba la coronilla, las decenas y le enviaba un mensaje y una rosa.
Otra constante fue la oración; de agradecimiento al Padre, la Santa eucaristía; donde me alimentaba sólo de él para poder entenderlo, para poder reconocerlo, oírlo, palparlo. La adoración a Jesús sacramentado; iba a adorarlo para poder entablar un diálogo directo, frente a frente, sin que ninguno de los dos pudiera escaparse y allí en el silencio y la contemplación, poder escuchar su voz susurrando a mis oídos. Finalmente, puse en práctica el Sacramento de la Reconciliación; inicié mi confesión de manera más constante.  (Más adelante describiré una a una estas herramientas de blindaje espiritual y su adicción).
Sólo de esta manera puedes descubrir que tiene realmente tu corazón guardado, no hay otra forma de hacerlo. Pude ver grandes heridas aún sin cicatrizar, una muy muy profunda, heridas del pasado sin cerrar de forma correcta, tentaciones de pecado, falta de perdón, soberbia, prepotencia, orgullo, vanidades, ataduras, apegos, impurezas  y mucho más, por estas y otras razones mi corazón estaba tan duro de abrir, estaba como una roca, me atrevería a decir que estaba rígido como un mármol, ¡que dureza tan grande!
¿Sabes cómo se encuentra tu corazón? Te invito a que lo examines ¡ dedícale tiempo!.